No a la violencia
Linda Rubí Martínez Díaz
Hola amigos lectores, les saludo con el cariño de siempre. Los acontecimientos recientes de violencia en el país no pueden pasar desapercibidos ni por el más indiferente en los asuntos públicos y políticos. Todos de alguna forma hemos generado opinión sobre la violencia extrema en la que hemos caído, sobre todo la mayoría consciente moralmente de que en principio, cesar la vida de alguien está más allá de lo humano, pero hacerlo de una forma salvaje toca límites desconocidos. Si el que por propia voluntad, un individuo intente alterar a lo que es imagen y semejanza con lo divino, una aberración, hacerlo ejerciendo sufrimiento sistemático es una muestra no solo de enfermedad mental y moral grave, sino de la manifestación más pura de maldad.
En efecto, es condenable toda forma de destrucción del otro. Y esto no sólo altera el orden universal sino que también cambia a la persona misma. Una vez que se cruza esa barrera, el alma se rompe, se carcome, y se abren todas las posibilidades del ejercicio del mal.
En el caso de Iguala, es entendible que los familiares protesten por el dolor que están padeciendo, pues no pueden permanecer indiferentes ante la ausencia del hijo, la muerte del padre o la desaparición forzada de los amigos. Como sociedad duele saber que nos hemos perdido y alejado de lo realmente bueno, que ya no hay respeto hacia el proyecto colectivo de realizarnos como pueblo de Dios, con justicia y equidad. Y en este sentido, me parece importante tomar perspectiva, sobre todo para comprender que la violencia respondida con violencia no solo nos puede poner al nivel de nuestros detractores, sino que en el tránsito podemos llegar también a dañar a otros inocentes. Este es el principal riesgo de estos escenarios, pues apenas una mecha prendida puede desencadenar sucesos incontrolables.
Que no podemos permanecer indiferentes y debemos exigir con firmeza la aclaración de la situación en Guerrero, es parte necesaria sino hasta indispensable para poder curar las heridas de nuestra sociedad, y sobre todo de los directamente involucrados. Sin embargo, usar eso como pretexto para lastimar a otros, destruir propiedades o para detener a una sociedad que por naturaleza está en movimiento, es quizá la más incorrecta de las estrategias. La gente sabe que algo está mal, por lo que las manifestaciones que se justifican en hacer consciencia o en una especie de “despertar social” a partir de la imposición y de la alteración del poco orden que todavía queda, son vacuas. Y esto, además de no contribuir a dar una solución real, impide que podamos llegar a un momento de resignación y de superación de estos sucesos dolorosos.
Es muy triste que las protestas dentro y fuera de ese estado han llevado la constante de la violencia, donde hay daños a terceros e inmuebles, y en algunos casos hasta se ha perdido el patrimonio cultural y único, como la puerta de Palacio Nacional. Como mexicanos, hago un llamado a que nos unamos a la no violencia y contribuyamos a rescatar los valores morales así como el amor a nuestros semejantes. Aunque no somos perfectos, volvamos a tener temor de Dios, pues solo así podremos evitar estas situaciones.
Nos leemos la próxima, que Dios los bendiga.