No hace falta
Por Yuzzel Alcántara
Cada palabra y gesto de sumisión infringida agitarán el nervio, y el miedo, y el pavor, y el terror, que se sienten y anteceden a la repentina incerteza de una convicción.
Un día de éstos, al despertar, él deberá ir a trabajar y el jugo y los huevos no están listos, no hagas caso, resiste con culpa acérrima, sal de casa antes que él, un desvío de la rutina repetida por años, en la que siempre le hiciste el desayuno, aunque se le hiciera tarde y se fuera sin comer. No hace falta, de ahora en adelante duda de todas las tareas obligadas porque naciste mujer. Camina al mercado. Siente la tentación atroz de llevarle su fruta, su pan, su queso favorito, escoge lo contrario. No hace falta comer al gusto de él. A la tarde, cocina el guiso que él detesta, que tu bien sabes que él repudia, y que hace tiempo te has aguantado las ganas de comer: como vaciando la saliva de todo rastro de antojo. No hace falta que te preguntes si lo mereces, el mérito es invento que mide algo que nunca tuvo medida: tu dignidad. Ve hacia el ropero, jalonea los ganchos apretados con ropa que acumulaste por años, estírate y saca ese vestido azul, el que te ceñía bien a la cintura, el que ahora deja ver tu vientre abultado, los pechos caídos y tus caderas a punto de derrumbarse. Frente al espejo, piensa: “A mi edad y qué guapa, qué elegante”. Sentir pena por envejecer, no hace falta. Al anochecer, escucha cómo abre la cerradura de la casa. Recíbelo, siente el tironeo en la garganta, cómo se anudan las cuerdas vocales, y resiste esa lucha entre palabras, pero no las digas: “Qué bueno que llegaste, amor”, no lo hagas. No hace falta. Deja que te mire, con esos ojos lascivos, envenenados, los de siempre, los fastidiados. Deja que pronuncie frases como: “Estás loca mujer”, “¿Qué te has hecho?”, “Ese vestido no te va bien”, con el mismo tono que usa para humillarte. Pensar: “Es cierto, estoy vieja, debería cambiarme”. No hace falta. Siente furia. Siente cómo ebulle el calor de tus entrañas. Siéntete mejor que él. No digas nada, porque tu silencio ahora lo aniquila, lo desarma. Camina a la mesa y ocupa su lugar. Come el primer bocado y en cada mordida muerde, aplasta, deshaz el temblor que deja la valentía postergada, la posesión de tu potencia por un día. Repítelo mañana, pasado, un año.
Hace falta no hacer cosas, dejar de hacerlas, esas cosas de siempre, para que emerja del lodo pantanoso acumulado desde el primer juramento roto, el primer rastro de ese sueño que dejaste de recordar.
Referencia:
https://www.google.com/imgres?imgurl=https://mexicana.cultura.gob.mx/multimedia/mediatecamedia/fotografia_116559/96334.jpg&imgrefurl=https://mexicana.cultura.gob.mx/es/repositorio/detalle?id%3D_suri:FOTOTECA:TransObject:5bc7d7857a8a0222ef1133b8&tbnid=xHBHxU8QX1KS9M&vet=1&docid=Fd2VE5qg0WbKCM&w=242&h=335&itg=1&q=ropero+mexicano+con+ropa&hl=es-MX&source=sh/x/im