¡NO TIENE MADRE!
¡NO TIENE MADRE!
Por Ramón Durón Ruíz (†)
Sabiamente afirma Cecilia Meireles: “Hay
personas que nos hablan y no las escuchamos; hay personas que nos hieren y no
dejan cicatriz; pero hay personas que simplemente aparecen en nuestra vida y
nos marcan para siempre”
Para el viejo Filósofo esos son exactamente los abuelos,
una escuela permanente de aprendizaje y enseñanza, un libro abierto de amor a
la vida, que con su infinita paciencia y preclara sabiduría te ayudan a
reaprender, a oír la voz de tu corazón, a comprender, analizar y ver con los
ojos del alma los mensajes que la vida amorosamente te envía.
Las enseñanzas de los abuelos te
ayudan para que ejerzas tu derecho a equivocarte, a no sentirte perfecto,
quizás sea una buena manera de encontrarte contigo mismo, ser humilde y crecer.
Ellos, con alquímica pedagogía, te reconectan con el universo de
bienaventuranza, paz y luz que abunda en tu interior, enseñándote a convertirte
en tu mejor amigo, aceptando las cosas como son… porque te aceptas a ti como
eres.
Te enseñan que al verte frente al espejo de la
vida, te enamores de ti mismo, siendo más generoso contigo y menos crítico con
tu cuerpo, viendo las cosas positivas que la vida tiene cada nuevo amanecer
especialmente para ti, sabiendo que no existen trabajos modestos, los hay, sí,
bien o mal realizados.
Los abuelos te educan para que seas
sincero en el amor, humilde en el trabajo, generoso en el dar y en el servir,
amable al hablar, persistente en el perdón y perseverante en la oración; para
que aprendas a disminuir tus problemas imaginarios, te preocupes menos y ames
más, y lo demás… lo dejes en manos del Señor.
Cuando aprendes de los abuelos,
te haces más sabio y se te hace más fácil y accesible el camino de la vida, te
despreocupas del ¿qué dirán? iniciando el camino del auto aprendizaje; te
enseñas a ser positivo, aprendes a ver la rosa en lugar de ver la espina, te
preocupas menos de los problemas, por una razón muy sencilla: sabes que formas
parte del milagro de la vida y que estás aquí para expresar tu potencial y tu
grandeza.
De cada abuelo –doctorado
en la escuela de la vida– aprendes que la paciencia es un oficio que se
adquiere con los años, dándole tiempo a las cosas; a ser perseverante en tus
sueños, eliminando esa pesada carga de la esclavitud que te ata al dolor del
pasado y a viejos sufrimientos, decidiéndote a cambiar para construir una vida
que mire hacia adelante, dejándote tocar por la fragancia del amor, ese que
todo lo puede y todo lo transforma.
Cuando un abuelo amorosamente
toca tu alma, te enseña a no quejarte “recordándote que naciste desnudo, que
tus pantalones, zapatos y camisa… son ganancia” por eso con su suave didáctica
te enseñan a vibrar y contagiar a tu paso el poder de la alegría, que es una
emoción altamente sanadora, que nace de lo más profundo de tu corazón y que te
ayuda a comprender que “cada día tiene su afán”.
A propósito, con motivo del inicio de clases, en
Güémez, el viejo Filósofo llevó a su nieto a la escuela, en la entrada se
encontraba la directora quien amablemente después de la pandemia, recibía a los
niños, y para saber más de su familia les decía:
— Mañana, los que tengan su mamá viva por favor
vengan con una rosa roja en la bolsa de la camisa y los que su mamacita haya
fallecido, vendrán con una rosa blanca.
Al día siguiente el Filósofo volvió a llevar a su
nieto a la escuela portando él una rosa roja en la bolsa de la camisa y con una
flor blanca en su huarache, entre los dedos del pie izquierdo.
La directora al verlo, intrigada le dice:
— ¿Qué te pasa Filósofo? porque traes una rosa roja y
una flor blanca.
El viejo campesino le dice:
— ¡Maestra!, la rosa roja porque mi mamá está
viva, y la flor blanca, porque en el pie tengo una uña enterrada que… ¡¡¡NO
TIENE MADRE!!!
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