NOSOTRAS, COMO SUJETAS POLÍTICAS
NOSOTRAS, COMO SUJETAS POLÍTICAS
Por Mónica Mendoza Madrigal
Las mujeres no siempre nos
hemos colocado al centro del mapa político ni tampoco hemos asumido que todos
los actos de nuestra vida cotidiana son, a su vez, hechos políticos.
Fue quizá hasta que Shulamith
Firestone pronuncia su célebre frase “lo personal es político” que alcanzamos a
comprender la trascendencia de ese hecho, pues antes de ello estábamos
convencidas de que nuestro ámbito de interacción era el doméstico y que eso
solo competía al delimitado espacio privado.
Las mujeres que quisieron
escapar de ese “destino manifiesto” tuvieron que aprender a no ser nombradas ni
reconocidas. Clara muestra de ello es que la historia está llena de nombres de
hombres y sus hazañas. Y de muchas mujeres que, o bien no recordamos por su
nombre o que para desempeñarse en su actividad elegida tuvieron que firmar con
pseudónimos o como varones, teniendo hasta que cambiar de indumentaria o de
personalidad y en todo caso, asumir los altos costos de ser mujer y triunfar,
so pena de tener que hacer sacrificios por esa causa.
Pero el lento proceso de
irrumpir en el espacio público ha ocurrido en paralelo a asumirnos como sujetas
políticas y construir nuestras trayectorias reconociendo nuestras propias
capacidades y talentos.
Creer que cada espacio se lo
debemos a la bonhomía masculina, a ese “señor” que creyó en nosotras y que nos
dio la “oportunidad”, como si al llegar a un cierto encargo nos sentáramos a
descansar y no a trabajar ganándonos a pulso el derecho a estar ahí, es uno de
los errores más comunes de quien no se asume a sí misma como la protagonista de
su historia.
Por la arraigada convicción de
que el mundo “así funciona”, muchas mujeres se han hecho a un lado de su rol
público para poder ser esposas o madres, pues no tan solo se consideran tareas
incompatibles, sino que se suele imponer el alto costo de la culpa a quien
aspira a tener una vida fuera de los límites del hogar y la familia.
Ese introyectado argumento es
como el guion de la “novela perfecta” escrita por quienes dicen cuándo y cómo
será permitido y reconocido romper los moldes impuestos.
Por ello ha costado tanto
llegar y por eso ha sido tan lento avanzar.
Pero esa deconstrucción de
concebirnos solo a partir de roles tradicionales y vernos a nosotras capaces de
combinar labores, es en sí mismo un hecho político de largo alcance, como
también lo es elegir no ser madre o permanecer solteras o decidir una unión
distinta o cualquier otra de las decisiones trascendentes basadas en el
ejercicio del reconocimiento de nuestros propios derechos.
Y es que lo más transformador
de estos tiempos es que no hay una forma única de ser, ni de asumirse, ni de
ejercer ni de relacionarse. Y cada una de esas elecciones son actos políticos
que nos colocan en el centro del complejo proceso de toma de decisiones que
rompe con el modelo patriarcal.
Por eso es que para irrumpir
en el escenario público se requiere un replanteamiento de lo que la política es
y del para qué sirve.
Las mujeres hacemos política
de manera cotidiana, en cada día, en cada acto de nuestra vida, ya que debemos
negociar por todo, porque nada nos ha sido dado de facto.
Y entonces habitamos la
política desde espacios diversos.
Hoy día que estamos en medio
del proceso electoral más grande en la historia del México moderno por el
número de cargos que están en disputa, tenemos frente a nosotras la mayor
oportunidad de acceder al espacio público como candidatas, porque es un proceso
al que acudimos en condiciones de paridad.
Aunque ello sin duda significa
un logro importante, estamos yendo hacia esa meta desde una posición de
desventaja, pues por el desplazamiento del que siempre habíamos sido víctimas
no hemos consolidado liderazgos partidistas que nos permitan ir a la contienda
fortalecidas institucionalmente. Y también porque ante esa deliberada exclusión
de los partidos, no estamos arribando con proyectos políticos sólidos.
Estas razones nos exponen a la
violencia política que desde ya estamos recibiendo y que muy probablemente
dificulte el obtener triunfos electorales que nos permitan ser más
representativas.
Pero las candidaturas no son
los únicos espacios desde donde las mujeres habitamos la política. Lo hacemos
también en calidad de militantes, desde donde hemos dado vida y sentido a los
institutos políticos a los que hemos servido porque en ellos hemos creído, pero
que no en todos los casos han sido recíprocos.
Traigo a colación la frase de
Susan Brownell Anthony, quien sabiamente dijo que “ninguna mujer que se respete
puede trabajar para un partido que las ignora”. Y entonces quizá sea la hora de
cambiar de partido o de entender que no solo desde los partidos podemos hacer
política e incidir. Que también podemos aspirar a ello desde otros espacios
como los que brinda la sociedad civil organizada.
Habitamos la política también
como ciudadanas y ahí sí, hoy más que nunca, debemos asumir la plena
responsabilidad de ese rol. Nadie puede verdaderamente ni condicionarnos ni
limitar nuestro ejercicio, porque el voto es libre y es secreto.
Asumirnos como sujetas
políticas debe conducirnos fundamentalmente a asumirnos con capacidad de
cambiar el sentido del barco y de tomar el timón para hacer las
transformaciones que son necesarias para nuestra vida y para la de todas.
A nadie le importa más la vida
de las mujeres que a nosotras mismas. A nadie preocupa más que se limiten los
recursos para guarderías o para refugios como a nosotras que los necesitamos. A
nadie importa más que se postule como candidatos a acusados de delitos sexuales
que a nosotras mismas, que hemos tenido que callar tantos agravios que se han
cometido en nuestra contra, hasta que ya no podemos callar más y entonces
gritamos fuerte que ¡ninguna violencia debe ser tolerada!
Basta ya de complicidades
patriarcales y silencios ominosos. Nosotras somos las que escribimos nuestra
historia. Asumamos nuestra ciudadanía como la más profunda de las decisiones
políticas.