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Olé, olé, olé, Diego, Diego

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Olé, olé, olé, Diego, Diego

Por Héctor Larios Proa

Diego Armando Maradona se fue y con él terminó una época, el hombre que transitó por los recovecos del futbol mundial, desde los campos del barrio con su equipo cebollitas, hasta alcanzar la gloria de levantar una copa del mundo con su selección Argentina, como han soñado millones de niños que incluso murieron sin conquistar sus sueños. Defendió sus ideales, como hombre rebelde que se revelaba ante poderosos sin medir consecuencias.

La habilidad y destreza en la cancha se combinaron con la determinación en busca del triunfo, muchas veces logrado y otras veces consumido en el intento. Líder en la cancha, supo conducir a colectivos como capitán de un equipo o como entrenador, inspiró a propios y extraños. Nos hizo llorar de felicidad con sus hazañas enfundado en los colores de equipos chicos llevándoles a imponerse a poderosos equipos millonarios.

Su vida deportiva es la historia que se repite una y otra vez, de aquel sueño infantil de grandeza que se repite generación tras generación. Es la historia de fusión entre talento y voluntad al reunirse a diario para trascender del barrio a la ciudad hasta ser una figura mundial.

Conocido en el mundo por sus hazañas, sucumbió por su poca instrucción del mundo del balón, porque entrenadores, directivos, empresarios no tuvieron la capacidad de orientarle, convencerle de su papel y poder de impacto social y económico. Gracias a su imagen fue usado por propios y extraños, explotado por lo que hoy se conoce como la industria del futbol, donde se comercializa las emociones del gol. Vencer o morir produce escenas en la tribuna de fanáticos que brincan y se abrazan de felicidad, mientras la tristeza y frustración se apodera del otro. Sentimientos encontrados, sol y sombra en el mundo del balón. 

Maradona, heredero de la incomparable pasión argentina por el futbol, fue el embajador de sueños
posibles en el terreno de juego que le otorgó pasaporte para conectar con la gente como nadie más. Para sus seguidores es algo más que un ídolo, al que le perdonan todo. Tal vez, el último representante del romanticismo del futbol lidió con un mundo comercial que lo vende y todo lo convierte en entretenimiento
televisivo. Ocultando debajo de la mesa abusos, hipocresías que se conjugan en nombre de la ambición y el dinero.

En sus piernas e imaginación crecieron no solo sus jugadas espectaculares, también sus frases cortas para
definir una situación de juego o de la vida que envidiaría cualquier escritor, como aquella de “La mano de Dios o  el balón no se ensucia.

No volveremos a ver su pierna izquierda conduciendo el balón pegado al pie para dejar sembrados a rivales que se quedan con las ganas de alcanzarle, como tampoco veremos líderes conduciendo a un grupo con ideales hasta llevarle al triunfo ante la incredulidad del mundo entero.

Veremos goles y buenos jugadores, pero sin identidad. Diego nos regaló identidad sin fronteras, hizo posible que todos voltearan a ver el futbol, con balón limpio, controlado elegante, rápido, preciso de aquel que intuye, piensa y decide en fracciones de segundo, cargando su bandera con el corazón. Atrapado en su papel de Maradona futbolista genial, no supo vivir como Diego.

                                                                        El Balón está de luto.

 

¡Gracias
Diego!