OTRA REFORMA ELECTORAL
OTRA REFORMA ELECTORAL
Por Uriel
Flores Aguayo
Desde
1977 se inició un cíclico recorrido de reformas electorales en México. Aquella
fue importante porque incorporaba a la izquierda partidista a la legalidad y
abría la cámara de diputados a las minorías. No se debe regatear esa apertura
democrática real del presidente López Portillo, apoyado en el talento y
tolerancia de Don Jesús Reyes Heroles. Eran tiempos de partido de Estado. De
ahí en adelante cada sexenio se aprobaban reformas electorales, siendo las del
Salinismo de mayor envergadura. Entonces se creó el IFE como órgano autónomo,
encargado de la organización electoral. Que los votos contaran en elecciones
libres fue el vuelco político más significativo del siglo pasado. Se crearon
las condiciones de participación ciudadana para transitar a la democracia e
inaugurar las diversas alternancias. Las estructuras, presupuestos y legalidad
electoral no se entenderían sin el pasado de autoritarismo y fraudes. La
desconfianza, el peso gubernamental y el uso de dinero oscuro hizo de nuestras
instituciones electorales pesadas estructuras burocráticas y nos trajo una
democracia cara. Es necesario tener explicaciones antes de descalificar y sacar
de contexto chocantes realidades con los partidos y los órganos electorales.
Tradicionalmente las reformas electorales se hacían por la presión y beneficio
de las oposiciones; se buscaba legitimidad y piso parejo. Las reglas
electorales deben ser acordadas por todos los actores partidistas, no deben ser
unilaterales; son producto de una transparente negociación o, simplemente, no
funcionarán correctamente. La propuesta del presidente Obrador debe analizarse
con interés constructivo. Es un error si se rechaza por sistema. El mismo y su
partido deben tener la apertura para construir una reforma consensuada.
Lanzarla para ver qué pasa y esperar su incondicional aceptación es un paso en
falso. Si se quiere que la reforma avance, es indispensable abrir las
negociaciones; si solo es propaganda, quedará como algo ocioso.
De su
inicial y simple análisis hay que decir que la reforma contiene aspectos
positivos y otros alarmantes. Nadie debería estar en contra de disminuir las
prerrogativas a los partidos, sin dejar de considerar un beneficio indirecto
para el partido oficial. Dada la crisis del sistema de partidos, vale la pena,
incluso desde ellos mismos, que se revise su financiamiento. Esos recursos
tuvieron razón de ser en el pasado, pero desnaturalizaron a los partidos. Que
los órganos electorales funcionen en el año electoral tampoco es descabellado;
hay que considerar la parte referida a la credencial electoral. El voto
electrónico puede ser una forma eficaz de sufragar. Quitar la lista
plurinominal de Senadores significa corregir una aberración que nada tiene que
ver con la representación popular. Dejar en 300 a las diputaciones con
exclusiva representación proporcional es digno de estudiarse. En fin, hasta ahí
se recogen inquietudes reales que han estado en la conversación pública desde
hace mucho tiempo. Donde seguramente habrá profundas diferencias es la forma de
elegir a los y las consejeros electorales. Se esta proponiendo hacerlo con el
voto popular, de manera directa. Sería un caso único en el mundo. El problema
es que las funciones de los consejeros exigen capacidades especiales, profundo
conocimiento de la materia y absoluta autonomía en sus funciones. Someterse al
voto popular significa hacer campaña y apelar a lo que sea para ser electo. Es
imposible prácticamente que la ciudadanía tenga elementos para decidir conscientemente.
Esa idea difícilmente va a ser compartida por las oposiciones. Si la reforma se
presenta de buena fe y con ánimo democrático, debe ser tomada con seriedad. Eso
implica, entre otros aspectos, que sus promotores se abran a la negociación y los
consensos. De todos modos, es una saludable forma de revisar nuestro estado de
cosas en materia electoral. Sin fatalismo ni imposiciones, con seriedad mutua,
se debería intentar rescatar las partes ya muy necesarias a la hora de hacer
campañas y contar los votos. Si hay reforma, que sea consensuada y represente
un avance democrático en México: elecciones libres y órganos autónomos que las
organicen.
Recadito: ahí va el MOPI,
siempre luchando gobierne el color que gobierne.
Ufa.1959@gmail.com