En la santa misa del
Domingo de Ramos el Pontífice reflexionó sobre la fe que Jesús puso en Dios,
sin ceder a la desesperación, sino rezando y encomendándose al Padre. Asimismo,
el Santo Padre llamó a no olvidar la existencia de múltiples «Cristos abandonados»
en el mundo de hoy y exhortó a estar cerca de ellos.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del
Vaticano
«Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Esta es la invocación
que la Liturgia nos propone en el salmo responsorial (Sal 22,2) y la única
pronunciada en la cruz por Jesús en el Evangelio. En estas palabras se condensa
el centro de la homilía del Papa Francisco en la santa misa del Domingo de
Ramos, celebrada en la mañana de este 2 de abril en la Plaza de San Pedro.
Frente
a más de 60.000 fieles y peregrinos congregados en la Ciudad Eterna, según las
cifras de la Gendarmería vaticana, el Santo Padre puntualizó que la frase de
Jesús nos lleva al corazón de la pasión de Cristo, al punto culminante de los
sufrimientos que padeció para salvarnos.
El Obispo de Roma reflexionó sobre el
sufrimiento de Jesús, «que fue grande», puntualizó, y remarcó que padeció en el
cuerpo, en el alma, en el espíritu. El más lacerante sufrimiento es el del
espíritu, según el Pontífice. De hecho, Francisco hizo notar que, en la hora
más trágica, Jesús experimenta el abandono de Dios. Un acontecimiento real, un
abajamiento extremo. «El Señor -dijo- llega a sufrir por amor a nosotros, lo
que nos es difícil incluso de comprender. Ve el cielo cerrado, experimenta la
amarga frontera del vivir, el naufragio de la existencia, el derrumbamiento de
toda certeza. Grita el ‘por qué’ de los ‘por qué’».
«Tú estás ahí, Jesús»
El
Papa subrayó que el verbo «abandonar» en la Biblia es fuerte; aparece en
momentos de extremo dolor: en amores fracasados, negados y traicionados; en
hijos rechazados y abortados; en situaciones de repudio, viudez y orfandad; en
matrimonios agotados, en exclusiones que privan de vínculos sociales, en la
opresión de la injusticia y la soledad de la enfermedad. «En fin, en las más
dramáticas heridas de las relaciones. Cristo llevó todo ello a la cruz, tomando
sobre sí el pecado del mundo. Y en el momento culminante, el Hijo unigénito y
amado experimentó la situación que le era más ajena: la lejanía de Dios».
«Esto no es un espectáculo»
El
Santo Padre invitó a preguntarnos: «¿Por qué llegó a este punto?» e
inmediatamente sugirió la única respuesta: «Por nosotros». «No hay otra
respuesta. Por nosotros».
Francisco remarcó que «hoy esto no es un
espectáculo» y dijo que cada uno, escuchando el abandono de Jesús, cada uno de
nosotros nos decimos: «Por mí. Este abandono, es el precio que él pagó por mí».
Es decir, Jesucristo se hizo solidario con nosotros hasta el extremo, para no
dejarnos rehenes de la desolación y estar a nuestro lado para siempre.
«Hermano, hermana, lo hizo por ti, por
mí», prosiguió Francisco, «para que cuando tú, yo, o cualquiera se vea entre la
espada y la pared, -es feo eso de verse con la espalda contra la pared-,
se ve perdido en un callejón sin salida, sumido en el abismo del abandono,
absorbido por el torbellino del ‘por qué’ pueda tener esperanza. Él, por ti,
por mí. No es el final, porque Jesús ha estado allí y está ahora contigo. Él,
el Padre y el Espíritu sufrieron el alejamiento del abandono para acoger en su
amor todos nuestros distanciamientos.
«Para que cada uno de nosotros pueda
decir: en mis caídas, cada uno de nosotros ha caído muchas veces… y cada uno de
nosotros pueda decir: en mis caídas, en mi desolación, cuando me siento
traicionado, o he traicionado a otros, cuando me siento descartado o he
descartado a otros, cuando me siento y abandonado o he descartado a otros,
pensamos que Él ha sido abandonado, traicionado, descartado. Y ahí lo
encontramos a Él. Cuando me siento mal y perdido, cuando ya no puedo más,
Él está conmigo, Él (está) ahí, en los mil y tantos caprichos de los porqués, y
con tantos porqués sin respuesta, Él está ahí».
El
Señor nos salva desde el interior de nuestros «por qué» y desde ahí despliega
la esperanza, que no desilusiona, observó Bergoglio, apuntando que en la cruz,
aunque se sienta abandonado completamente, no cede a la desesperación,
este es el límite, sino que reza y se encomienda. Por el contrario, en el
abandono se entrega. Y en ese abandono sigue amando a los suyos que lo habían
dejado solo.
El amor de Jesús transforma los corazones de
piedra en corazones de carne
El
Pontífice dijo que un amor como el de Jesús, todo para nosotros, hasta el
final, es capaz de piedad, de ternura, de compasión. «Y este -sostuvo
Francisco- es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. Dios es así.
Cristo abandonado nos mueve a buscarlo y amarlo en los abandonados. Porque en
ellos no sólo están los necesitados, sino que está Él, está con ellos, Jesús
abandonado, Aquel que nos salvó bajando hasta lo más profundo de nuestra condición
humana».
Hoy hay tantos «Cristos abandonados»
El
Santo Padre manifestó: «Cristo abandonado nos mueve a buscarlo y amarlo en los
abandonados. Porque en ellos no sólo están los necesitados, sino que está Él,
está con ellos, Jesús abandonado, Aquel que nos salvó descendiendo hasta lo más
profundo de nuestra condición humana. Él está con cada uno de ellos, abandonado
hasta la muerte». El Papa pensó en algunos, como la persona en situación de
calle, procedente de Alemania, que falleció en noviembre de 2022 bajo la
columnata de Bernini, «solo, abandonado».
«Y es Jesús para cada uno de nosotros.
Tantos necesitan nuestra cercanía, tantos abandonados. Yo también necesito que
Jesús me acaricie y se acerque a mí, y por eso voy a verle a los abandonados, a
los solos».
El Pontífice evidenció la existencia de
tantos «Cristos abandonados» en la actualidad: pueblos enteros explotados y
abandonados a su suerte; pobres que viven en los cruces de las calles, con
quienes no nos atrevemos a cruzar la mirada; hay migrantes que ya no son
rostros sino números; hay presos rechazados, personas catalogadas como
problemas.
«Pero también hay tantos cristianos
invisibles, escondidos, abandonados, que son descartados con guante blanco:
niños no nacidos, ancianos abandonados, ancianos que pueden ser tu padre, tu
madre quizás, abuelo, abuela… abandonados en geriátricos, enfermos no
visitados, discapacitados ignorados, jóvenes que sienten un gran vacío interior
sin que nadie escuche realmente su grito de dolor. Y no encuentran otro camino
(que el suicidio)… Los abandonados de hoy. Los Cristos de hoy».
Los rechazados y excluidos son íconos vivos de
Cristo
Jesús
abandonado -dijo el Pontífice- nos pide que tengamos ojos y corazón para los
abandonados. Y para nosotros, discípulos del Abandonado, nadie puede ser
marginado, nadie puede ser abandonado a su suerte; porque, recordémoslo, los
rechazados y excluidos son iconos vivos de Cristo, nos recuerdan su amor loco,
su abandono que nos salva de toda soledad y desolación.
El Santo Padre nos invitó a pedir la
gracia de saber amar a Jesús abandonado y saber amarlo en cada persona
abandonada, de saber ver y reconocer al Señor que todavía grita en ellos.
Exhortó a no dejar que su voz se pierda en el silencio ensordecedor de la
indiferencia. Puesto que Dios no nos ha dejado solos, Francisco nos instó a
ocuparnos de los que están solos.
«Entonces, sólo entonces, haremos
nuestros los deseos y sentimientos de Aquel que por nosotros «se anonadó de sí
mismo» (Flp 2,7). Se anonadó (se anonadó) totalmente, por nosotros», finalizó
el Papa.