Para AMLO es más fácil tumbar que elegir
Línea Caliente
Para AMLO es más fácil tumbar que elegir
Por Edgar Hernández
¿Qué hace López Obrador que no sepamos siendo tan predecible?
Con un record de 83 mil
mentiras en su haber a lo largo de su mandato y un desesperado afán de
perpetuamiento para no perder el poder después del 2024, este persistente
aspirante a dictador guarda un as bajo la manga, la Revocación del Mandato.
Con esa herramienta de poder
en el eventual caso de ganar la oposición la silla presidencial o encontrar en una
sus corcholatas ya en la Presidencia, asomo de independencia, autonomía o
desacato, simplemente juntará al 33% de sus seguidores de Morena –movimiento
que seguirá liderando- para gestar una movilización que haga efectiva la
Revocación del Mandato.
Habría que precisar que este proceso de revocación es, por
definirlo en modo alguno, el instrumento de participación solicitado por la
ciudadanía para determinar la conclusión anticipada en el desempeño del cargo
de la persona titular de la Presidencia de la República, “a partir de la
pérdida de la confianza”.
El tema, por tanto, no es que la ciudadanía le pierda la confianza al
próximo presidente, sino que ya no le guste a AMLO y pretexte para despojarlo
del poder de un desvío de las metas planteadas por la Cuarta Transformación.
AMLO está construyendo una especie de “maximato callista”, pero acabado
y arropado en una ley, la de Revocación
del Mandato.
Para entender mejor tan previsible jugada porque todo lo que hace lo
telegrafía –es muy lineal- acudamos a la numeralia.
En 2018 salieron a sufragar
59 millones 280 mil ciudadanos de un padrón arriba de 89 millones de mexicanos
en edad de votar. De tal padrón 30 millones votaron en favor de AMLO, lo cual
representó el 62% de la población votante que simpatizó en ese momento con el
candidato presidencial de Morena, mientras que el 33% votó en contra.
Ello de tal suerte que para
que se dé la Revocación del Mandato, la ley dice que con solo el 33% de la
ciudadanía que le pierda “confianza” al próximo presidente, sería retirado del
cargo.
Así que ¡Fácil!
Ese visionario de López
Obrador, no solo no se irá a “La Chingada” –su rancho- sino que seguirá
moviendo los hilos del poder pero ahora por la vía de una “Revocación” barata
en donde le resultará más fácil tumbar que elegir un sucesor.
La Revocación se convierte
en vinculatoria, es decir, obligatoria y de que se va, se va el próximo si no
sigue el mandato del PEJE.
Por ello bien acierta el destacado
político Ignacio Morales Lechuga, hoy erigido en influyente líder de opinión al
asegurar que en muy recientes intervenciones mañaneras y en tono de crítica, el
presidente ha comentado que Lázaro Cárdenas entregó el poder a un conservador.
Quien así piensa ha evitado cualquier mención al mérito cardenista de haberse
sacudido el maximato de Plutarco Elías Calles.
Argumenta:
“Hoy vemos al más contumaz opositor
del respeto y cumplimiento de la ley -AMLO- brincarse a cada rato la
Constitución y el orden jurídico con desplantes inspirados en la muy desafiante
y conocida tesis “no me vengan con que la ley es la ley”.
“Es claro el propósito de fortalecer y
blindar a un poder presidencial autárquico que —desde la aparente posición del
opositor social— se convierta en factótum de cuanto ocurra en la administración
pública federal a partir de 2024.
Cuatro años dedicados a eliminar los
contrapesos institucionales que establece la Constitución, subrayan el más
evidente y desesperado esfuerzo por crear un obradorato unipersonal, inevitable
y actualizado remedo del maximato callista.
Suma el principal promotor de esto
importantes avances, como tener el control del mecanismo de revocación de
mandato (con su agregado ratificatorio, regalo de la SCJN) y contar con el
control absoluto de Morena. Todo indica que esas serán sus dos herramientas
fundamentales para mantenerse en el mando político terminado el actual sexenio.
Si logra su pretensión, sus actuales
“corcholatas” o quien llegue a ocupar la Presidencia de México (y los
gobernadores) podrán verse directamente bajo la amenaza de la revocación de sus
mandatos.
Es la pieza que aún hace falta a un
obradorato caracterizado por la acción y presencia de un partido oficial con un
solo dueño; por contar con grandes partidas para regalar dinero a quienes
apoyen al líder y por utilizar una administración pública sostenida en una
creciente presencia militar que gira alrededor del “comandante supremo”.
Si el mecanismo revocatorio se activa
contra un presidente por iniciativa del actual, estaremos en el estreno de un
gobierno unipersonal absurdamente transexenal. Bastaría, si su plan “B” avanza,
que 33% de la población integrante del padrón electoral así lo señale —no ya el
40% que exige actualmente la ley— para que en cualquier consulta a modo opere
la revocación. El 67% de quienes no estén de acuerdo o no voten en una consulta,
ni siquiera serán tomados en cuenta.
Quien ocupe la silla presidencial será
pieza sustituible a gusto y capricho de quien podrá continuar tomando
decisiones fundamentales para la vida nacional, como intentó hacerlo Calles.
El ambiente permite que eso pueda
ocurrir: a la debilidad de los tres niveles de gobierno, se suma la
complacencia de legisladores a quienes no se les permite cambiar “ni una coma”
a las iniciativas presidenciales y un poder judicial con frecuencia arrinconado
y errático.
El riesgo sigue activo, aunque de
momento, la elección intermedia ha restado capacidad de maniobra al no contar
con las dos terceras partes de los diputados necesarios para aprobar en fast
track algunas iniciativas presidenciales demoledoras de instituciones.
Una sociedad crecientemente polarizada
impulsó una histórica reacción ciudadana en las calles de muchas ciudades del
país. Esa reacción masiva y sin acarreados activa la esperanza en una alianza
opositora contra el nefasto plan de nulificar al árbitro electoral y convertir
al gobierno en organizador de las elecciones.
Sin embargo, aunque no se vea fácil un
supuesto Plan B, que brinde a sus promotores certeza suficiente para perseverar
en la construcción del obradorato, será necesaria la energía de volver a salir
a la calle una, diez veces o las necesarias en uso de nuestros derechos
ciudadanos, para que no se consume ese paso que pone a temblar hasta a las
corcholatas”.
Son los dichos de Ignacio Morales
Lechuga a los cuales se suma la preocupación ciudadana por esa carta que el
vetusto gobernante guarda en manga para seguir jodiendo después del 2024.
Tiempo al tiempo.