Paridad, ¿para qué?
Paridad, ¿para qué?
La Agenda de las Mujeres
Las
sufragistas de hace un siglo soñaban con que a las mujeres se nos permitiera
votar y ser votadas. Ellas pensaban que si las mujeres podíamos ocupar los
cargos de representación popular, seguramente tomaríamos decisiones públicas que
beneficiaran a las mujeres en general, mismas que no eran tomadas en cuenta en
ninguna de las decisiones públicas adoptadas por quienes hasta entonces eran
los únicos ocupantes de los escaños y otras posiciones de poder.
Ellas,
tan revolucionarias y avanzadas para su época, entendían perfectamente el
profundo significado de la palabra incidir, que es de lo que se trata la acción
pública: de tomar acciones que puedan significar algún impacto que beneficie a
la población representada.
Aquellas
mujeres que luchaban por el derecho al voto sabían perfectamente –aún sin
nombrarlo- lo que significaba tener perspectiva de género. Entendían que si los
hombres tomaban decisiones públicas con las que pasaban por alto nuestros
derechos y no tomaban en cuenta los impactos que sus decisiones implicaban, era
porque no podían ponerse en el lugar de nosotras, por lo que para atenuar esa
desventaja lo que había que hacer era postular mujeres que sí pudieran tomar
decisiones públicas, mirando la realidad desde la perspectiva femenina.
Pero lo
que las sufragistas jamás imaginaron es que un siglo después de su proeza, las
mujeres no tan solo tendríamos voz y voto, sino que por ley tendríamos el
derecho a acceder en forma paritaria a todos los cargos de elección popular en
disputa.
Nuestro
presente supera y por mucho, el sueño de las mujeres de ayer y es nuestro deber
con ellas y con nosotras, hacerlo valer.
Ejercer
la paridad implica distintos retos. El primero es sin duda con nosotras mismas.
El ejercicio del liderazgo para la función pública implica que las mujeres
hayamos, de entrada, superado rezagos culturales y de autoestima que nos
permitan reconocer nuestra valía y confiar en nuestra propia capacidad.
Esto
podría sonar algo demasiado elemental, pero pertenecientes que somos a una
cultura patriarcal que históricamente nos ha confinado al hogar y que nos cobra
cara la osadía de no reproducir el rol socialmente asignado para todas, esa es
la primera barrera que hay que superar.
Luego
está la de los partidos políticos, que son instituciones patriarcales por
antonomasia y que imponen múltiples candados que limitan el acceso de las
mujeres en general y en particular de aquellas que rompen con el prototipo que
los grupos de poder imponen.
Superar
estas barreras es la misión de las mujeres que contenderán en 2021 por un cargo
de elección popular. Por eso es tan importante que ahí estemos presentes las
mujeres con trabajo político, con representación comunitaria, con
identificación con la ciudadanía, con deseos de servir y con formación
política.
Si bien
es cierto que a los hombres no se les ha exigido nunca demostrar capacidad y
talento para arribar a los cargos públicos, nosotras no podemos darnos el lujo
de desperdiciar los espacios por los que tanto hemos luchado.
La
paridad sirve claro para que todas las que quieran y puedan, accedan. Aún
aquellas que no enaltecen a su género sino al machismo más rancio,
reproduciendo sus formas y sirviendo a sus intereses.
Pero
cuidado, porque las trampas del patriarcado se ocuparán de querer imponerse a
cualquier precio, malbaratando cada espacio para evidenciar “que la ciudadanía
no vota por mujeres”, “que no sabemos gobernar”, “que la política no es para
nosotras”. Y para ello es que eligen a quienes verdaderamente no saben, porque
su trabajo ha sido otro y la política les es absolutamente circunstancial y
solo es parte de las bondades que su fama pública les ha obsequiado, pues a
ellas lo mismo les da ganar que no ganar.
Los
partidos harán su juego buscando obtener votos a como dé lugar. Por eso
postulan a la farándula en pleno, ya sea del ámbito deportivo, artístico o
popular para hacer frente a un proceso electoral que además de todo, estará
atravesado por una pandemia que impide concentraciones masivas y el trabajo
electoral habitual, así que le apuestan al posicionamiento de quienes tienen
muchos fans y no a la agenda política, rellenando candidaturas con la persona
más famosa y no con la que mejor les represente.
¿Tienen
derecho estas personas a ser candidatas? Claro, también para eso las sufragistas
lucharon: para que todas las mujeres pudiéramos acceder a nuestros derechos
políticos.
Pero para
los partidos éste es un juego perverso.
Será
tarea de la ciudadanía decidir si ese nivel de candidaturas son las que quiere y
necesita. O si prefiere seguir admirando belleza y fama en su propio contexto,
eligiendo opciones políticas que sí le permitan sentirse representado.
Hay una
amplia agenda de pendientes sobre los que las mujeres necesitamos que se
legisle y se gobierne, que no podemos seguir postergando. Para ello es que
necesitamos legisladoras y alcaldesas que hagan ese trabajo.
No
podemos desperdiciar la paridad que tanto nos costó ganar.