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¡Pepe el Toro es inocente!

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¡Pepe el Toro es inocente!

Salvador Muñoz

Si hay una película que se haya arraigado en el alma del mexicano, sin duda alguna es Nosotros los Pobres (Ismael Rodríguez, 1948). Deje usted el acentito peculiar casi cantado que imprimieron los actores a sus personajes, o ese tema musical que hizo vibrar el corazón de tanta “Chorreada” (Amorcito corazón… yo tengo tentación…). Estoy seguro que a un grueso, muy grueso sector de la población les concedió algo muy peculiar: identidad.

Sí, el pueblo se identificó con un Pepe, El Toro; con una Chachita; con una Chorreada; o vio en otros personajes a su Camellito, a la Guayaba y la Tostada, y una gama de sujetos que si no eran igual a ellos, les sembraron el interés de ser igual a ellos.

Entonces, el ser Pobre tuvo una singularidad: eras honesto como Pepe el Toro; defendías la honra de tu familia, como Pepe, el Toro; podrías ser feliz entre la pobreza, pero al lado de tu familia, como Pepe, el Toro… sí, en pocas palabras, el ser Pobre era una especie de cualidad, de virtud, fortaleza. ¿Malos? ¡Los ricos! en una de ésas, la clase media que igual veía de arriba para abajo al pobre, que lo rechazaba, que lo humillaba si podía, o hasta lo estafaba y pocas muy pocas veces se solidarizaba con su tragedia. ¡Solidarios los pobres!

¿Recuerdan cuando los cuates de Pepe el Toro delinquen con tal de seguir a su amigo ¡hasta la misma cárcel!?

En pocas palabras, Nosotros los Pobres legitima la pobreza, la hace incluso virtud y por ende, el tema aspiracional lo corta de tajo porque la clase media es ojete con los de abajo a pesar de que hayan subido peldaños en su estatus social; y la clase alta, dijera la canción “p’abajo no sabe voltear”.

El mismo Ismael Rodríguez nos lo advierte al inicio de su película, cuando dos niños sacan de entre la basura un libro y lo empiezan a hojear:

“En esta historia ustedes encontrarán frases crudas, expresiones descarnadas, situaciones audaces… pero me acojo al amplio criterio de ustedes, pues mi intención ha sido presentar una fiel estampa de estos personajes de nuestros barrios pobres –existentes en toda gran urbe– en donde, al lado de los siete pecados capitales, florecen todas las virtudes y noblezas y el más grande de los heroísmos: ¡el de la pobreza!”

Después de Nosotros los Pobres, el estatus se hizo cómico… si bien pudiera perderse la dignidad, no la felicidad. ridiculizar la pobreza con frases como “Pobre pobre, pero honrado”, en alguna película de José José. O ridiculizarse en películas como Los Beverly de Peralvillo o más tarde, El Premio Mayor… el naco aspiracional entre la alta sociedad.

Quién diría que hoy, casi 70 años después de que Ismael Rodríguez, sin querer o no, hiciera de la pobreza una virtud, hoy tenemos a un presidente que igual la pondera y lo mejor aún, que hace que el Pueblo, el pobre, se identifique con él porque viste como él, come como él, ¡habla como él! y rechaza a los fifís, a los ricos, a los que más tienen, y también a esa clase media que rechaza al pobre y aspira a ser algo más…

Si bien, Nosotros los Pobres plantea un escenario crudo pero envuelto en las bondades de sus personajes principales, contribuye en mucho de manera indirecta a la resignación de ser pobre… ¿cómo se plantea ahora desde Palacio de Gobierno? Es pregunta.

Por supuesto, no es lo mismo Nosotros los Pobres que Los Olvidados (Luis Buñuel, 1950). El escenario de Ismael Rodríguez contrasta con el de Buñuel… pero cada quien ve la película que quiere… y algo nos debe quedar en claro con todo esto: ¡Pepe, el Toro, es inocente!

 

smcainito@gmail.com