PLATICAS CON EL MAESTRO JOSÉ VASCONCELOS
Por Carlos Darío Martínez Brash*
En los años cuarenta estuvo en la ciudad de Xalapa el gran maestro José Vasconcelos. El que esto escribe tuvo la oportunidad de conocerlo en la visita que hizo a mi padre en nuestra casa y luego, en varias ocasiones, convivir con él en fiestas, viajes y banquetes, uno de los cuales quedó grabado en mi memoria debido a que como los invitados de honor eran el gobernador del Estado, don Jorge Cerdán, quien a pesar de ser licenciado siempre corregía aquellos que se dirigían a él llamándole señor licenciado o señor gobernador, diciéndole palabras textuales: ¡Mejor díganme don Jorge y nos llevaremos mejor! Decía que los invitados eran don Jorge, José Vasconcelos y mi padre, así como muchas personas importantes que se reunieron en la hacienda La Orduña que es un bellísimo lugar.
Como de costumbre, a pesar de mi corta edad en ese tiempo, quedé sentado junto a mi padre y, como consecuencia, junto al maestro Vasconcelos que, por ser quien era, se puso a platicarme. Y recuerdo perfectamente que en un momento dado de su plática sencilla, me preguntó sorpresivamente señalando a todos los invitados a la gran mesa acomodada en los pasillos de la hacienda, y que sumaban más de cincuenta o sesenta personas. ¿Sabes, Carlos Darío –dijo- quiénes son todas esas personas que están aquí? No maestro –respondí-. Pues bien –prosiguió- no tienen nombre, puesto que no los conoces y por tanto –exclamó- puedes llamarlos “huelelillos”. ¿Por qué ese nombre maestro? –dije intrigado-. Ahora no importa. Cuando seas más grande –dijo- lo entenderás. Como no quedé satisfecho con la respuesta, insistí y exclamé: Quiero que me explique lo de los “huelelillos”. Bueno, lo de ese adjetivo es porque no saben volar –aseveró con seriedad-. ¿Y por qué no saben volar maestro? –contesté ya intrigadísimo- Pues por la sencilla razón de que para volar no hay que andarse arrastrando –contestó-.
Yo ya en ese momento me encontraba todo confuso con eso de los vuelos y con esa candidez que tiene uno a temprana edad, insistí preguntando: ¿Y usted sabe volar maestro? Sí lo sé hacer; solo que bien –contestó-. ¿Y cómo es eso? –respondí-. Pues… volar bien respondió -es volar muy alto y mirar muy lejos-. ¿Entonces porque no vuela ahora? –insinué. Te lo voy a decir, y solo a ti te lo voy a confiar me dijo en voz queda-: no puedo ahora porque mis alas de gigante no me dejan volar, no lo olvides –agregó-.
Algún día tú también volarás, pero cuando lo hagas –agregó-. Hazlo siempre de cara al sol; pero al sol de la verdad que es el único lugar que te puede guiar al conocimiento de ti mismo, porque si quieres engañar a los demás te engañarás a ti mismo, y entonces ni volarás, no caminarás y tendrías que arrastrarte como todos esos “huelelillos” que ahora ves aquí y tampoco –agregó- te infles, porque debes recordar –sentenció- “que al que se infla, quien lo pincha lo revienta”.
Esta plática sigue viva en mi recuerdo a pesar de los años y recuerdo con cariño a uno de los hombres más valiosos de México: El maestro don José Vasconcelos.
*Texto publicado en el Diario de Xalapa.