PONIATOWSKA SEGÚN SCHAVELZON
PONIATOWSKA SEGÚN SCHAVELZON
René Sánchez García
“En
España, nunca, nadie, le dijo al rey Juan Carlos, en ese tono
irreprochablemente respetuoso y delante de un público amplio e importante, las
cosas que Elena Poniatowska leyó, mirándolo a la cara, en el discurso de
recepción del Premio Cervantes 2003, desde el púlpito del Paraninfo de la
Universidad de Alcalá de Henares. El Rey, escuchaba como si no supiera de qué
le hablaban, y el presidente Rajoy directamente miraba hacia otro lado. Pero
todos los presentes, y todos los medios que retrasmitieron el acto alrededor
del mundo, lo registraron muy bien. Ese discurso valiente y memorable sigue
circulando ampliamente por la Red.
Con un colorido vestido
ceremonial oaxaqueño, rompiendo con una elegancia suprema todos los protocolos,
Elena Poniatowska habló de los perdedores de América Latina, de aquellos que
fueron conquistados, colonizados y exterminados a lo largo de cinco siglos de
historia, y que siguen siendo explotados, todo esto dicho con un tono tranquilo
y firme, por momentos casi musical, con la fuerza moral de quien habla en
nombre de millones.
Tan gigantesco era el nivel
moral de su prédica, como diminuto era el físico de la autora, a quien en el
púlpito le habían puesto una tarima para que pareciera más alta y pudieran
verla mejor desde abajo, donde estaban todos sentados. Se le veía y se le oía
muy bien. ¡Cómo se habrán arrepentido los que lo planearon! No entendieron que
la cuestión de la altura era moral.
Esa valentía es la que hizo de
Elena Poniatowska, desde muy joven, una periodista sin miedos, que enfrentó a
todos los poderes en turno, en un país donde desde hace cien años el poder
intenta implicar a los intelectuales con todo tipo de atractivos. En ningún
país de América los intelectuales han sido tan mimados y tan bien tratados por
el poder, que los hizo embajadores en los mejores destinos, creyendo que así
doblegarían voluntades a gente como Poniatowska, una mujer con una historia que
le ha permitido vivir tonteando con toda la nobleza, pero que decidió ser mucho
más que ellos, totalmente mexicana, y poner sus capacidades al servicio de los
oprimidos, los de sin voz, y así se mantuvo siempre.
México le debe un gran
monumento a Elena Poniatowska. En ese cuerpo menudo, siempre en movimiento,
cabe una humanidad como pocas veces México ha conocido y que nadie se ha
atrevido nunca a cuestionar. Es profundamente mexicana. Eligió vivir, amar y
comprometerse con México, donde se instaló de niña con su madre. Comenzó como
periodista, publicando donde podía y aceptaban sus verdades. Desde el principio
tuvo un estilo y una conducta propia, que ha mantenido a lo largo de décadas,
mientras recorría el país y escribía, viendo pasar a decenas de presidentes que
hicieron lo imposible por tenerla cerca sin lograrlo.
Lo más notable de ella es su
voz, no la que se escucha, sino la que representa: Elena Poniatowska es la voz
de quienes no tienen voz, porque fueron masacrados en Tlatelolco, o porque
quedaron atrapados en los derrumbes de un terremoto, o porque les quitaron sus
tierras. Ha recibido todos los premios de prestigio que se pueda imaginar, pero
su trayectoria inamovible del lado de los oprimidos y su libertad para decir
siempre lo que piensa no la hace apta para algunos otros grandes premios que,
pienso yo, ella aceptaría para donarlos a causas justas. Como quienes los
otorgan lo saben, prefieren no correr riesgos”.
(Tomado de: Schavelzon, Guillermo.
El Enigma del Oficio. Memorias de un
agente literario, México, 2023, Ed. Océano, 294 p.).