¿POPULISTA?
¿POPULISTA?
Por: Alejandro García Rueda
El ánimo nacional está distraído. La
administración encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador
enfrenta grandes desafíos y —en una curva de polarización cada vez más
pronunciada— van retomando fuerza distintos flagelos estructurales que, bajo
una mirada somera, no se están logrando contener. Sin embargo, la evidencia de
que es todo lo contrario está a la vista.
El mandatario alienta y desalienta el debate de
temas puntuales; señala y destaca lo que para efectos prácticos de su gestión
conviene; convoca a la discusión de otro tipo de asuntos y cambia la señalética
discursiva de vez en cuando porque tiene frente a sí problemáticas como la
falta de seguridad en el país y la inflación. Hacerlo así le permite gobernar.
Es un ganar-ganar porque en la agenda del país
ya no están, al menos en primera instancia, temas como la violencia y/o la
desaparición de personas sino el juego de la Silla Presidencial, platillo
fuerte que saborean tanto la clase política como los medios de información o la
nueva etapa en la relación de México con los demás países de América Latina.
Quedan casi dos años de la gestión del presidente
López Obrador, la realidad sigue siendo cruda y muchos otros personajes de nuestra
política poco o nada hacen por aprender de la situación. Los «destapes» —en
teoría— no le sirven a México en este momento, pero representan para la llamada
Cuarta Transformación una oportunidad, primero para gobernar con holgura y
segundo, mostrar por enésima vez porqué tenía que llegar.
Hoy, la costumbre opositora es la de subestimar
las acciones del jefe del poder ejecutivo federal y eso explica su hecatombe.
En efecto, hay políticos más rústicos que otros; funcionarios con más
limitaciones o impedimentos que otros y ediles que gozan de grata presencia en
los cascos urbano y rural mientras otros simplemente no, pero es una mentira
que el presidente López Obrador no ha ganado sus principales batallas
políticas.
Es entendible que duela si el archirrival logra
victorias aparentemente imposibles en los últimos minutos del juego, pero son
tan frecuentes ahora que no se puede caer en negación y atribuir todo a la
buena suerte del «Peje». `
México ha enfrentado innumerables momentos de
crisis y una pandemia. En cuatro años, Andrés Manuel López Obrador le ha hecho
frente al bloque opositor con terquedad bien entendida; cuestiona y piensa en
alternativas cuando —en su necedad— su contraparte solo se cierra; ahora las
fuerzas armadas se han sumado a su causa y ha entendido que más allá de las
vejaciones o los rencores del pasado, es importante suscitar el diálogo con los
grandes empresarios cuando es justo y necesario.
Dirán lo que quieran, pero hoy el Movimiento de
Regeneración Nacional (MORENA) conserva la mayoría simple en las cámaras, tiene
un palmarés aceptable en elecciones estatales y acorde con expertos en la
materia, la economía, las finanzas públicas y nuestra moneda se mantienen
estables.
Actualmente, dentro y fuera de los medios de
información se ejerce la crítica contra el gobierno federal. Cualquiera podría
pensar que luego de unos años y varias evidencias, los adversarios del
obradorismo —enquistados dentro y fuera del movimiento— se habrían rendido a la
necesidad de modificar su estrategia, pero han decidido confiar en el auto
sabotaje del Presidente para aparecer como grandes héroes sin importar que en
realidad no cuentan con la gama de recursos necesarios para hacerle sombra.
La asistencia del presidente a una reunión de
jefes de estado a celebrarse en California ha sido condicionada. El manejo de
la situación ha sido interpretado como un tropiezo pero el tiempo podría darle
la razón a López Obrador.
A lo largo de su historia, México ha tomado una
postura respetuosa y de diálogo con otras naciones, ¿cierto? Bueno, en el
discurso lópez obradorista no se ha defendido abiertamente a un jefe de estado
en lo particular y —contrario a la letanía opositora— tampoco se ha visto
intención de seguir el ejemplo de Cuba, Nicaragua o Venezuela.
La lectura que puede darse a la posición del
presidente es que no se puede generalizar, que cada país guarda una situación
particular, misma que hay que dirimir en pos de un objetivo mayor y que es más
importante caminar en bloque.
Joe Biden, mandatario estadounidense, necesita
de Andrés Manuel López Obrador por razones políticas ¿Qué pasaría si la actitud
del oriundo de Tabasco tiene eco en Argentina, Perú, Honduras, Chile, Bolivia y
El Salvador? Sin lugar a dudas sería un fracaso.
La Cumbre de las Américas servirá en primera
instancia como plataforma propagandista, como instrumento de comunicación en el
que se posicionarán discursos sobre libertades, derechos humanos y, además,
críticas a las “dictaduras”. A la Casa Blanca le interesa más el tratamiento de
la migración.
Es la que verdaderamente importa de cara a una
eventual reelección del presidente salido de las filas demócratas, pues busca
acuerdos que permitan matizar la crisis que experimenta el vecino del norte en
ese rubro.
Nuestro país tiene un papel protagonista ante
la implementación de cualquier estrategia y el amago de López Obrador está
sustentado en razón de que un foro como éste no tendría legitimidad al excluir
a quienes piensan distinto.
Si se excluye o no se invita a otras naciones
de América Latina, la cumbre estaría sumamente debilitada, así que Estados
Unidos tendrá que decidir si opera de manera práctica o con puño de hierro.
Si no queda como el héroe de América Latina, al
menos tendrá una posición de liderazgo moral por haberlo intentado.
México apela hoy a una larga tradición de
luchar por mantener posiciones propias y negociar frente a un vecino como
Estados Unidos, que sigue vendiendo la idea de ser el más poderoso.
¿Sabe lo que dirá en la próxima mañanera cuando
le pregunten por la cumbre? En palabras más, palabras menos sería algo como «Si
por respetar el derecho a disentir soy populista, que me apunten en la lista.»