PULVERIZACIÓN
Pulverización
ARS SCRIBENDI
Rafael Rojas Colorado
La mente acuna imágenes a lo largo de nuestro existir, y, espontáneamente, las aviva acercando gratos recuerdos de esa etapa que forjó las horas joviales en el trabajo. Mientras los equipos trabajaban, el cono del secador principal recibía constantemente un golpeteo a su alrededor. La finalidad, desprender la leche en polvo que se adhería en la superficie de sus paredes internas. Lo mismo sucedía en el cuarto piso donde estaban ubicadas las tolvas colectoras, —el mismo sistema de golpeo—. El secador medía 18 metros de altura por seis de diámetro, sino mal recuerdo, en ese equipo se pulverizaba la leche al contacto con el aire caliente a través de una atomización; luego, por tamices vibratorios se transportaba hasta las tolvas de almacenaje para los análisis finales de laboratorio. Este equipo estaba bajo mi responsabilidad durante ocho horas de cada día. El proceso del secado de la leche lo controlaba desde un tablero electrónico, las perillas, botones y gráficas, medían temperaturas, velocidad de aire caliente, flujo de leche, vacío y otras mediciones que cada media hora reportaba en una bitácora para un eficiente control del producto — leche en polvo— que se procesaba. Dos compañeros me auxiliaban durante el turno, se encargaban de checar que el equipo no sufriera alguna desviación que afectara el proceso, además, se responsabilizaban del saneamiento de todas las áreas secas. Mi responsabilidad fue la de encargado de los secadores: Egrón. Vigilando que, la calidad del proceso se mantuviera en óptimas condiciones, en beneficio de la productividad y calidad del bien que se fabricaba. En su mayoría el producto estaba destinado para la alimentación de los niños. Se cubrían las veinticuatro horas en tres turnos. El equipo humano constaba de un encargado y dos ayudantes por jornada. El calor que se soportaba en el edificio parecía no ser tolerable para una mayoría de trabajadores, sino para los que ya estábamos aclimatados en esa área seca (entre treinta y más de cincuenta grados ambiente, en los diferentes niveles de la torre). Hoy en mis años níveos siguen presentes esas inolvidables experiencias de trabajo; cada día cumpliendo el horario del turno, enfrentado los problemas cotidianos y expresando la satisfacción cuando se cumplía el objetivo. A menudo fluyen en mi alma esas resonancias que acercan el ruido de las bombas, ventiladores, extractores de aire y el ajetreo cotidiano, la órdenes y charlas del jefe de turno —ingeniero químico— y las voces de todos los que participábamos con nuestro trabajo en la producción que enaltecía a la empresa y, por supuesto, a cada uno de nosotros. No son pocas las veces en las que todos estos retumbos, me parecen inmersos en cierta musicalidad que arrulla al espíritu y lo arropa de nostalgia, es verdad, se trata de la armonía que entrelazaba el trabajo, los valores y virtudes de un obrero con los equipos que estaban bajo su responsabilidad, y, naturalmente, la amistad y el compañerismo con quienes se conviven en esas horas de labores que parecen dormirse en la distancia. Es la sinfonía del trabajo que se va anudando desde la juventud y, aún permanece en la vejez, aunque ya no estén presentes los equipos y herramientas que formaron parte de una etapa de nuestro existir, en el que diariamente en esos acordes, se vislumbraba el anhelo, el sueño y el deseo de cumplir el propósito de la empresa y, por supuesto, el individual. Añoranzas. Rafael rojascolorado@yahoo.com.mx