Especial

¡Qué huevos!

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 Norma Carretero Rojano

 

 

 

                        Cuando yo empecé a ver el programa de “El chavo del 8”, lo hice en un televisor monocromático -blanco y negro-, que se encontraba en la parte de atrás del negocio de mi mamá: “La Campana” –del cual ya me he referido en varias ocasiones-, era como la bodega y el paso para el área donde se hacían las coronas parafinadas en flores naturales y, también al baño. Recuerdo que en la mesa de madera donde estaba la televisión, también había varios conos de huevo, pues mis papás tenían la gran ocurrencia de darnos huevos crudos, síii, ¡qué asco!. La mecánica era la siguiente: tomaban un huevo del cartón, le hacían un agujero en una de los extremos con el mango de una cuchara cafetera y sin más, nosotras –Elichabe y yo- nos los comíamos (tomábamos), me acuerdo y los gestos de mi cara denotan lo aberrante del recuerdo, ¡¿cómo podíamos?!, hasta la fecha no tolero la yema, y no es que me predisponga, bueno, eso creo, pero no la to le ro. Lo que sí puedo decir en su favor, es que era un rito común entre nuestros contemporáneos; se usaba, pues se tenía la creencia de que si uno comía mucho huevo, uno crecía muy sano y con mucha fuerza, incluso en los licuados de chocolate, matutinos, nos ponían un huevo cuyo olor penetrante impregnaba el vaso, aunque era también parte de lo que uno vivía en aquellos años. ¿Cómo les digo?, era como parte de la merienda temprana o la colación de media tarde mientras uno veía la “tele” después de haber hecho tarea y jugado toda la tarde. En éstos tiempos lo calificaría como violencia intrafamiliar. No se crea, es broma.

            Para nosotras –mi hermanita y yo- la tarde se pasaba rápido, teníamos a los mejores vecinos que uno podía tener, los hermanos Castillo, Eduardo y Emmita son sus papás, Eduardo era rotario y de ahí la amistad entre las dos familias. Vivimos muchas cosas juntos, bueno, malo, triste, feliz, esperanzador, etcétera.

Ellos son Pepe, Paty, Marcela, Alex y Nel, ¡¿Cómo no recordarles con el corazón si fueron y han sido como unos hermanos más para nosotras?!. Paty y Elichabe eran mancuerna, Marcela y yo la otra mancuerna y los muchachos jalaban con las cuatro. Hacíamos tareas, jugábamos a la maestra, a los encantados, a las cartas, etcétera.

Una de las tareas más bonitas que he entregado a un profesor, fue en mi clase de bilogía, cuya materia la impartía en la secu del Rebolledo, el maestro Munive. Teníamos que hacer un álbum de crustáceos. Marcela Castillo me ayudó a armarlo, primero le pusimos márgenes en plumón color azul –mi color favorito- a las hojas blancas, recortamos estampitas de varios de estos animales y dábamos la descripción de sus principales características en máquina de escribir (no existían las computadoras personales), luego, Marcela tuvo la gran idea de, en lugar de usar broche baco o folders de costilla (engargolados no se usaban), para una excelente y original presentación, usamos piezas de un mecano, tornillos y tuercas grandes en color también azul cielo y cartulina blanca para el empastado. Lo recuerdo con gran nostalgia porque además verdaderamente me sorprendió tanta creatividad, obvio, saque un “diez”. Durante muchos años guardé ese trabajo y no se en que momento desapareció de mi librero, pero se quedó tatuado en mi memoria y en mi corazón.

Saltar de un tema a otro no es fortuito, un recuerdo me ha llevado a otro y eso hace fresco este espacio. Lo cierto es, que el chavo del 8, los huevos tomados y los Castillo forman parte de una hermosa trilogía en la historia de mi vida en Coatepec.

 “Gallina que come huevo, ni que le quemen el pico”. Anónimo.

E mail: normacarreterorojano@hotmail.com

 

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