Entre Columnas

Quien dijo que todo está perdido

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Martín Quitano Martínez

mquim1962@hotmail.com

Twitter: @mquim1962

¿Quién dijo que todo está perdido?  Yo vengo a ofrecer mi corazón,

tanta sangre que se llevó el río,  yo vengo a ofrecer mi corazón”.

Fito Páez

 

No, me niego aceptar que todo esté perdido en la descalificación de la diferencia. No puede ser tan simple asumirnos en la retórica de buenos y malos, de patriotas o apátridas, de conservadores y liberales, de conmigo o contra mí. Hay tanta sangre de por medio, que requerimos hacer y decir mucho más que esa simple y maniquea disyuntiva.

Los días, los meses avanzan y transcurren por la negra y aciaga noche que nos abrasa, una pesadilla que nos sobresalta despiertos. En lo íntimo hay miedo y dolor como compañeros de un viaje que no da salidas, que no ofrece opciones para imaginar que pronto superaremos este aterrador momento. En lo público, nos enfrentamos a unas autoridades que manejan un debate hostil e insensible por autocomplaciente, donde no caben opiniones distintas al aplauso febril de sus seguidores, opiniones o sucesos que cuestionen su proceder.

Todo lo que no sale de su impulso, de su discurso, de su iniciativa, es sospechoso o de plano malintencionado, incluida la tozuda realidad que no deja de evidenciarlo, que le roba los titulares, que sigue manchando de sangre su reluciente proyecto.

Me niego a aceptar el destino manifiesto que se nos impone, donde los modelos encajonan, limitan y oprimen cualquier expresión distinta. El México nuestro no puede ser visto, porque no se abarca, con lentes bifocales. Bajo la perspectiva de una historia reducida intencionalmente a héroes y antihéroes que no tienen matices, los próceres ideales que nos regalaron en la primaria, pero que como adultos sabemos que tuvieron, como nosotros, como cualquiera, una vida de errores y sinsabores, conviviendo con los distintos, negociando, claudicando.

 

No, no puede ser tan fácil derrotar las posibilidades de un sueño donde podamos reconocernos distintos y respetarnos, ofrecernos la oportunidad de unirnos en las diferencias, en las contradicciones para superar nuestra pobreza, nuestra inseguridad, esa violencia presente y lacerante donde todos pagamos, mujeres en su condición de género, niños y viejos en sus fragilidades, los distintos por su diversidad sexual o religiosa, por la piel o la condición física, por su interpretación del bien o mal, todos en nuestros temores, en nuestras soledades. No, definitivamente no puede ser tan fácil vencernos.

Es necesario cambiar esto que nos pasa ahora, es necesario trasformar nuestra casa, porque esta casa de todos y para todos, y eso solo será posible si le cerramos el paso a la intransigencia, aportando en ese espacio mínimo de nuestras existencias, la oportunidad de nuevos actos, de nuevos quehaceres ciudadanos. No repitamos o hagamos eco de las conductas que nos separan, que nos distinguen. No jodamos porque nos joden. No busquemos la «pureza» de aceptar solo a los que coinciden conmigo, de que la verdad la tengo yo y los que me siguen y me alaban. Los que no coinciden son espurios, malos y quieren hacernos daño.

No, no puedo concebir que nada pueda cambiar, no, no puedo creer que todo esté perdido, tenemos mucho por andar. Creo firmemente en que podemos cambiar, que podemos lograr confrontar esto que ahora se vuelve cotidiano, esto que nos degrada, que nos vuelve rehenes de nuestros peores escenarios.

LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

Así es, “¡El nueve ninguna se mueve! ”

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