Radio Reloj
Juan A. Morales
Deslizo el automóvil adhiriéndolo a las baldosas mojadas del callejón. La tarde avanza perezosa y un manto nebuloso cubre el monumento a las Virtudes y el chipi-chipi pertinaz le da el sabor otoñal a la ciudad. Por la Banda Civil, la operadora me indica que una mujer, al parecer en problemas, solicita un taxi con urgencia. Está a unos cien metros de mi posición. Confirmo y voy por ella.
Aborda y la saludo ¿Cómo está? Seguro que me dirá que bien, espero para hacerle mi pregunta favorita ¿Y de salud? Esta sucesión de preguntas tiene un efecto halagador; pero ella me evade. La veo por el retrovisor: es joven y de ojos grandes, de rostro afilado y sin afeites. Con el cabello atado y las indiscretas hebras blancas que asoman en sus cienes, me recuerdan a mi madre, cuya muerte prematura, me sumió en una profunda depresión. Fueron días aciagos.
Dibuja una mueca ensayada y me hace gracia la brevedad de sus labios: —Me gusta este programa —me dice— puede subir el volumen. Es la hora del Taxista, que trasmite una emisora universitaria. Cambio de velocidad y remonto la pendiente empedrada, a un costado de la catedral. —Déjeme sobre en el puente Xallitic. Me ordena.
Aumento el volumen y una voz de terciopelo femenil y jovial nos acaricia: “La tarde nos cubre con su frazada romántica… y vamos como “Navegando bajo la luz de la luna plateada” con el timón de Billy Vaughn. Es imposible desatender a la locutora que me saca de mis cavilaciones y mi problema familiar se refugia en el cobijo de la sensual voz. La pasajera ya está enganchada al programa —Es verdad. La tarde es típicamente jalapeña—. A través del espejo descubro unos dientes perfectos y blancos. No parece tener problemas, pero uno nunca sabe.
Aminoro la velocidad, salgo del callejón, me incorporo a la Calle Revolución y busco doblar en Poeta Jesús Díaz hasta encontrar Dr. Lucio y bajar hasta el mercado Jáuregui. La mujer busca mis ojos en el espejo, entonces advierto un secreto temor, parece que puede adivinar mis oscuros pensamientos y me sonrojo.
Mientras conduzco escucho la voz voluptuosa de la radio: “No funciona el semáforo en Ávila Camacho, tengan cuidado. Amigos, recuerden a Stevie Wonder quien dice “Solo llamé para decirte que te amo”. Por el espejo descubro a la pasajera que ve absorta cómo resbala un goterón en la ventanilla de la portezuela. La música ya la transportó a algún lugar remoto, a otro tiempo. Levanta su cabeza y pierde la mirada en la nada. La Banda Civil brama: “Unidad 039. ¿Y la 20 del 28? ¿Es 10-40? ¿Cuál es su 18?” En clave pregunta la operadora por la mujer del problema, si está alcoholizada y cuál es su destino. Confirmo —Aquí 039. 20 a bordo. 10-40 negativo y 18 Puente Xallitic.
La música continua tan suave como el rodar del auto en el tráfico decembrino. Y la estereofónica voz arremete “Viajamos en compañía de Stanley Black, su piano y orquesta con el “Tango Azul”. Y se llena la atmósfera de cristales empañados con una cálida intimidad que me evade de la realidad y me dejo llevar por el recuerdo: …la noche era lluviosa, su hogar acogedor y ella hermosa. Bailamos tango. Nos hicimos promesas. Ella hurgaba en mi alma, y yo en su cuerpo. Pensamos huir, dejar todo, pero el chirriar de llantas nos separó. Me puse la chaqueta y la gorra para quedarme como estatua a un costado de la puerta. Entró el General acompañado de su séquito, ocuparon la mesa y la servidumbre los atendió. Al terminar la cena, los llevé al aeropuerto y jamás volví a saber de la Señora del General Chaparro.
La locutora me devuelve a la realidad: “El día agoniza y la lluvia satura de recuerdos nuestro entendimiento. El Xalapa del ayer retorna. El violín y el chelo de las hermanas Katica y Aniko Illenyi interpretan, de Ángel G. Villoldo, “El Choclo”. Quiero disfrutar del tango pero la Banda Civil vuelve a la carga: “Unidad 039, ¿cuál es su 18?” Contesto de mal humor y Miriam, la operadora de la base ordena —Termine esa carrera y concéntrese en la base. Mi pasajera, ajena a las claves, con tono cariñoso y solícito — ¿Sabe? Mejor lléveme a la Casa del Lago—. Se le escapa un suspiro cuando opina — ¡Linda música!
—Sí. —Contesto, me recuerda “A todas las chicas que he amado”
— ¿Es presunción?
— ¡Por supuesto!
Bajo por Lucio, paso frente a la Plaza Lerdo para pasar por la Biblioteca Carlos Fuentes, pero el tráfico me mortifica. Una mujer indígena que vende flores lucha por sostener un lienzo de polietileno para proteger a su hijo de la lluvia. Mi pasajera se inquieta y deja rodar una lágrima — ¿Algún problema? — le pregunto, cuando sale de cuadro del retrovisor, — ¡Oh, no! —Contesta— Nostalgias, nada importante. Busco indicios, quiero saber más, pero la voz vehemente de la radio ya despide el programa: “Nunca el amor se había ensañado tanto con nosotros. Amigos taxistas, deseo estar más tiempo con ustedes, pero el tiempo ingrato voló”. Enfilo por la calle empedrada y oigo la voz melosa de mi cliente — ¿Ha escuchado “Nunca más volveré a enamorarme”? — ¿De Pimpinela? —Completo— ¿Y, “Me necesitas”? —Pregunto; y me contesta sugerente con el título de otra canción.
—“No te pido que traigas flores”. —Sé lo que sigue… “yo sólo quiero una caricia”.
La voz sensual sale del cuadrante. La mujer acciona la manija para bajar — ¡Gracias! Conserve el cambio. —La veo incrédulo— ¡Por favor! Me dice y se baja. Pero en lugar de dinero me deja un papel arrugado que dice: “Mañana a la misma hora, en el mismo lugar y para el mismo recorrido”. Apresuro la marcha y llego a la base. Miriam, la operadora, ya me espera en la puerta. —A casa, bribón. ¿Crees que no conozco la voz de esa vieja? Mudo cambio de estación y Mike Laure se desgañita “039, 039, 039 se la llevó”
Para Maricarmen, operadora de XERV, Radio UV.