Radio Reloj
Juan A. Morales.
A las seis de la tarde cesa el chipi-chipi, tomo mi turno del taxi, hago mi habitual recorrido por los Lagos y escucho a la locutora de Radio Reloj <<La tarde perezosa tiene ese delicioso sabor otoñal, propio de Xalapa>> y de golpe llega vertiginosa realidad, la operadora de radiotaxis me comunica una emergencia <<039, hay un 10-33, repito 10-33. Una mujer, en alterado estado emocional, solicita un taxi con urgencia, vaya a su domicilio>>, estoy a menos de cien metros y confirmo que voy por ella. La semana pasada trasladé al hospital a una chica que tomó estricnina, el jueves impedí que otra saltara del puente Xallitic, aunque actué con discreción, ya se sabe, en pueblo chico… Ahora con qué me encontraré.
A esta mujer ya la he visto, pero dónde. Aún es joven, ojos grandes, rostro afilado, sin pintura y cabello con unas canas indiscretas. Carraspea y ordena <<Al Calvario, por favor>>, una mueca agracia sus labios carnosos <<Me gusta ese programa —dice— puede subir volumen de la radio>>. Es la hora del Taxista de Radio Reloj y una voz de femenil terciopelo nos acaricia <<La tarde nos cubre con su frazada romántica… Vamos “Navegando bajo la luz de la luna plateada” con el timón de Billy Vaughn>>. Un delicado velo de niebla cubre el monumento a las “Virtudes” y me acuerdo, a esta mujer cada lunes la llevo al Café de Artistas y tres horas después regreso para llevarla a los lagos.
La pasajera me saca de mis cavilaciones <<Describió la locutora una típica tarde xalapeña>>. Veo por el retrovisor el carnoso corazón de sus labios y deduzco que la “urgencia” no existe, ni el problema, pero nunca se sabe, cambio de velocidad para subir por el Callejón de Rojas y muy seria me dice <<Será buena idea que me deje sobre en el puente Xallitic>>, válgame Dios, pienso, otra suicida, permanezco mudo, salgo del callejón, me incorporo a Revolución, mentalmente trazo mi ruta: doblar en Poeta Jesús Díaz, encontrar Dr. Lucio y bajar hasta el mercado Jáuregui porque enfrente está el puente. Radio Reloj advierte <<Mis amores. No funciona el semáforo en Ávila Camacho, la niebla se espesa, extremen precauciones. Stevie Wonder dice: “Solo llamo para decirte que te amo>>. La mujer me atrapa en el espejo retrovisor, me escudriña, parece que desea conocer mis pensamientos y me sonrojo.
El tráfico se detiene, haya un percance calle arriba, a mi pasajera no le interesa mientras ve absorta un goterón que resbala en la ventanilla de la portezuela; la música la llevó a algún lugar remoto, quizá a otro tiempo, porque su mirada está perdida en la nada. La operadora de radiotaxis me cuestiona <<Unidad 039, ¿la usuario del 10-17? ¿Es 10-56? Indique su 10-69>>. En clave pregunta si la mujer del problema está alcoholizada y cuál es su destino —Aquí 039, contesto, está a bordo. 10-56 negativo y 10-69 Puente Xallitic. Avanzamos unos metros, la voz de la locutora nos arrulla <<Viajamos con Stanley Black, su piano y orquesta al ritmo del “Tango Azul”.
La música suave como el rodar del auto y los cristales empañados crea una cálida intimidad, evado la realidad y me dejo llevar por el recuerdo: Era una noche lluviosa, la sala acogedora, ella hermosa, bailamos un tango mientras ella hurgaba en mis ojos y yo bajo el vestido. En el patio el chirriar de llantas nos separó, ella corrió a la cocina, yo permanecí en firmes, se abrió la puerta, entró el General Dámaso Cornúpeta con su séquito, ocuparon el comedor, ella sirvió la cena, después los llevé al aeropuerto y jamás volví a saber de los Cornúpeta. La radio me vuelve a la realidad <<El día agoniza, la niebla nos satura de recuerdos y el Xalapa de ayer retorna con las hermanas Katica que nos interpretan “El Choclo”, de Ángel G. Villoldo.
La operadora de radiotaxis irrumpe: <<Unidad 039, confirme 10-69>> Contesto de mala gana, es Miriam, de la Base que me ordena <<Repórtese con 10-86 inmediatamente>>. Dice que al terminar la carrera me presente a la base, pero mi pasajera, ajena a las claves, en tono solícito cambia de opinión <<¿Sabe? Mejor lléveme a Casa del Lago —deja escapar un suspiro— ¡Linda música!>>. —Sí. —Le contesto— me recuerda “A todas las chicas que he amado” —me ve divertida <<¿Es presunción?>>. —¡Por supuesto! —le dijo mientras bajo Lucio, paso frente a la Plaza “Regina Martínez”, antes Lerdo y al llegar a la Biblioteca Carlos Fuentes el tráfico se detiene. Entre la bruma, una mujer indígena con su hijo en la espalda, vende flores, mi pasajera se duele y deja escapar un llantito, —¿Algún problema? —indago. <<No. Sólo nostalgias, nada importante>>. La locutora despide el programa <<Nunca el amor se había ensañado tanto con nosotros. Amigos taxistas, me gustaría permanecer con ustedes, pero el tiempo voló>>.
Enfilo por J. J. Herrera hasta el Dique y mi cliente se anima <<¿Ha escuchado “Nunca más volveré a enamorarme”?>>, —¿De Pimpinela? —Completo— ¿Y, “Me necesitas”? —Pregunto, a lo que contesta sugerente con el título de otra canción, <<”No te pido que traigas flores”>> Sé lo que sigue y se lo digo —“Sólo quiero una caricia”. Me detengo, la mujer baja <<Gracias. El cambio es para el famoso taxista>>, pero no deja dinero, sino una nota: “Mañana a la misma hora, en el mismo lugar y para el mismo recorrido”. Apresuro la marcha, llego a la base y Miriam, la operadora, que espera en la banqueta explota <<A casa, bribón. ¿Crees que no conozco la voz de esa bruja?>>.
(Para Maricarmen de XERUV, Radio UV)