REFORMA POLÍTICA: GATOPARDISMO
Uriel Flores Aguayo
En su impulso reformista la administración de Peña Nieto, tuvo que conceder la reforma política, en cesión especial al PAN a cambio de sus votos para la energética que es, en el fondo, la que realmente le interesa al Gobierno Federal por sus compromisos económicos con los grupos de poder extranjeros. De muchas maneras también pesa la coincidencia entre los dos partidos (PRI-PAN) en el sentido de no abrirse a la democratización plena para sustentar este acuerdo; a partir de ahí la reforma política es de parches, ocurrencias y afanes perpetuadores para las elites partidistas. Los expertos en la materia la cuestionan porque no le ven alcance mayor ni sentido transformador, incluso sostienen que va a provocar gastos innecesarios y serias dificultades en la elección federal inmediata, la del 2015.
Estas reformas «gatopardistas» tienen antecedentes, son de moda y de corte sexenal, pero como su nombre lo indica siempre es más lo que eluden o enredan que resuelven; finalmente el bloque dominante, de los dos colores, mantiene el control del proceso y se brinca el requisito básico de elecciones libres en las sociedades democráticas, sin las cuales las instituciones públicas carecen de legitimidad y surten efectos degradantes en el cuerpo social. De las novedades en este planteamiento reformista, de lo relevante, está lo de la coalición y las reelecciones, las cuales merecen un análisis cuidadoso; de entrada, creo que sin un contexto democrático que suponga estado de derecho real y un sistema de partidos representativo y democrático las reelecciones serán regresivas en sí mismas, sirviendo a una casta partidista para perpetuarse en los cargos; pareciera, incluso, que tal medida lleva dedicatoria para un sector, el legislativo, de la clase política , la más tradicional. El planteamiento de la coalición es muy limitado, optativo y pareciera ir dirigido más a la cooptación opositora; si nos atenemos a los referentes de coaliciones electorales triunfantes en realidad hablamos de un partido hegemónico y sus satélites, que no son la suma de fuerzas reales sino de membretes
Refrescante y oportuna es la postura de los consejeros generales del IFE, especialmente de su presidenta, que cuestionan en forma clara y directa la pertinencia y la efectividad del Instituto Nacional de Elecciones, exponiéndonos un panorama de incertidumbre que debiera atenderse por los promotores de la reforma política. Deja mucho que desear en su calidad la reforma citada en tanto que fue la condición del PAN para apoyar la privatización petrolera; este movimiento político no puede dejar de verse como moneda de cambio y como una fachada de justificación para la dirigencia blanquiazul, urgida de trofeos y señales de triunfo después de haber sido desalojados de la presidencia de la república.
A reserva de profundizar en los detalles y variedad de elementos que integran esta reforma política, la de Peña Nieto y el PAN, es importante apuntar las consecuencias que tendrá en entidades federativas como Veracruz: para que haya reelección municipal los ayuntamientos deberán volver al periodo tradicional de tres años, la sobre representación legislativa tendrá que ajustarse de la barbaridad del dieciséis al ocho por ciento, los consejeros electorales locales serán nombrados por el INE, los magistrados electorales serán designados por el Senado y los partidos locales para efectos de su registro deberán obtener el tres por ciento de la votación, entre otros alcances de esta reforma .
Recadito: Mis mejores deseos en la recuperación de AMLO.
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