Especial

REGENERACIÓN DE LA DEMOCRACIA

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Uriel Flores Aguayo

 

 

 

La violencia de la que fueron víctimas los jóvenes de la escuela Normal de Ayotzinapa ha sacudido a nuestro país y nos coloca en una obvia y urgente disyuntiva entre seguir en la simulación y el deterioro de todo tipo o establecer un estado de derecho y mínimos democráticos. La gran pregunta que debemos formular, con seriedad y atención, es como llegamos a la situación de violencia en que nos encontramos, en grado de barbarie, con fusilados, quemados, descabezados y enterrados en fosas que, cada vez en mayor número, se localizan por casi todo nuestro país. Esta locura y amenaza a nuestra vida social viene de lejos y es expansiva; por lo visto, la guerra de Calderón fue una acción fallida, dejándonos igual o peor en materia de seguridad pública.

No estamos ante un fenómeno regional exclusivamente por mucho que las condiciones de Guerrero tengan sus particularidades, en mayor o menor grado algunos rasgos de Iguala están presentes prácticamente en todo el país: policías municipales y estatales débiles o coaptadas por la delincuencia, abandono de las escuelas públicas, gobiernos corruptos e inútiles, sociedad civil frágil, partidos clientelares y de autoconsumo, mezcla política-delincuentes, medios informativos sin libertad, aparato de justicia inconfiable, desigualdad social, abandono de la juventud y un ambiente de ilegalidad generalizado.

México puede y debe ser un mejor país: sano, incluyente y esperanzador. Para lograrlo requerimos pisó común y un proyecto de nación que incluya las visiones y necesidades de todos. Un país con tanta pobreza no puede ser normal, con integración social, vida civilizada, ejercicio de derechos, libertad plena, legalidad y democracia. De la desigualdad social surge un sistema político arcaico e intrascendente, del abandono estatal de territorios surgen los feudos delincuenciales y de la falta de elecciones libres surgen gobiernos y representantes de autoconsumo y de líneas para «nadar de a muertito».

No aceptemos el fatalismo, nuestros graves problemas no ocurren por algún tipo de maldad mexicana ni son de imposible solución. Este tipo de violencia, la que genera el narcotráfico, ya se vivió en otros países; hay, por lo tanto, experiencias y antecedentes donde podemos vernos reflejados para entender estos fenómenos y hacer lo correcto para salir adelante. Tal vez un agravante en México sea su nivel tan alto de corrupción y la insensibilidad de las elites económicas, ambiciosas y frívolas. Fuera de eso, es lo mismo en donde sea.

El sufrimiento de los jóvenes de Ayotzinapa, el agravio a buena parte de los Mexicanos y la grisura del ambiente social que nos rodea, sólo se pueden ver compensados si se abre una ruta de regeneración de nuestra democracia, que se base en la dignidad de los ciudadanos, en la superación de la pobreza, en la reducción sustancial de los privilegios de las minorías y en una legalidad real y pareja, entre otras medidas que se deben tomar para inaugurar una etapa rápida de confianza, credibilidad y unión básica.

Si la economía no crece por los cuellos de botella de los monopolios, si la pobreza es el destino inmediato de la mayoría, si no podemos saber lo importante de lo que pasa en nuestro entorno, si los primeros en violar las leyes son los poderosos, si no elegimos con libertad a los gobernantes, si la televisión promueve puras banalidades, si la educación sigue atrapada por caciques y siguen ocurriendo monstruosidades como las de Iguala y Tlataya, que nadie se espante de la degradación que, en todos los ámbitos, nos agonía y lastima.

Previsiblemente uno de los damnificados de esta crisis es el PRD, particularmente su grupo dominante, el costo político es de pronóstico reservado; es la consecuencia de una línea política atrapa todo, donde había que ganar a toda costa y donde el fin justifica los medios. En una situación patética ha quedado su reciente y flamante presidente, Navarrete, quien Patinó feo ante los reclamos de respuestas a la responsabilidad de gobernantes emanados del PRD y no pudo ni siquiera celebrar su cuestionado triunfo. Lo de Iguala es apenas una muestra, con variante criminal en este caso, de los múltiples casos muy similares que existen en otros municipios gobernados por personas postuladas por dicho partido; al menos en Veracruz es un secreto a voces.

Recadito: recibamos con afecto a nuestros seres queridos que nos visitan en estos días de muertos.

Ufa.1959@gmail.com

 

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