RELATO LA ESPERANZA: UN TRENECITO
RELATO LA ESPERANZA: UN TRENECITO
Algunos escasos naturales se preguntaban, el
por qué la gente se apretujaba en la calle de Galeana, no entendían nada. En
las banquetas y debajo de las aguaderas no cabía los ciudadanos, todo se veía inundado
de hombres con sombrero y mujeres de vestido largo, estaban alegres. Es que
esperaban una nueva esperanza, un trenecito que, por vez primera, conocerían.
Los caballos, las mulas y los burros pasaban a la historia, el progreso ya
estaba en Coatepec. Era un primero de mayo de 1898, todo era algarabía como si
se tratara de la fiesta del santo patrón.
La bulla guardó
silencio al escuchar un silbido y un ruido que se iba a cercando. Por fin,
alguien gritó agitando su sombrero, se acerca el tren, otros gritos secundaron
al primero, parece un piojito ja ja ja. La parsimonia del trenecito se fue
deteniendo de a poco a poco entre gritos, cuetes, música y cantos de los
pobladores que respiraban la felicidad, pero este regocijo aumentó cuando de la
máquina semi oscura descendió la emblemática y recia personalidad del general
Porfirio Díaz Mori, todo un personaje portando en su pecho las innumerables
medallas ganadas en mil batallas, pues era un héroe de guerra y presidente de
la República Mexicana; desde su mandato la paz prevalecía en el país. Saludó a
los presentes con una leve inclinación de cabeza y saludó de mano al jefe
político y al sacerdote de la parroquia de san Jerónimo, Cura Vicente Berrones.
Con todos los honores, música, vítores y cantos del pueblo se encaminó a la
cantina Estrella de Oro. Admiró los espejos que trajeron de Francia para
adornar ese inmueble que empezaba a hacer historia. Más tarde le sirvieron en
la calle segunda de Zamora un desayuno francés, pues don Porfirio tenía
predilección por esos modales europeos. De Coatepec se dirigió a Xico y Teocelo
donde lo esperaban con alegría para conocerlo y estrecharle la mano.
A
partir de ese día, la vida del piojito comenzó a dar servicio por esas vías
tendidas que conectaban a Xalapa, Coatepec, Xico, Teocelo y otras rancherías
intermedias. En el piojito se centraba la fe de los coatepecanos y pueblos de
la región, pues se facilitaba un poco más el comercio, el silbido acercaba las
esperanzas y se llevaba ilusiones y sueños. Día a día se le veía ir y venir con
su parsimonia desplazándose a lo largo de los rieles, cruzaba la estación
rodeada de boscosos árboles de laurel de la india, cruzaba melancólico el
puente de los bejucos, bajo el que serpenteaba el río Pixquiac, manso y
cristalino. Llegaba a Coatepec y hacía estación en la Estrella de Oro y en la
ahora calle Cuauhtémoc se convertía en un punto hasta perderse por completo
para renacer en los vergeles de Xico y Teocelo, las aguas de una cascada
enamoraban al viajero. Muchos años pasaron desde el día de su inauguración, la
gente se sentía confiada en esa máquina que corría sobre los rieles, que la
cubría del sol y la lluvia, era mucho más cómodo que el tránsito de los
caballos o a pie a la intemperie, nadie lo dudaba.
El piojito decoraba esos paisajes matizados de
verde por la madre naturaleza, espinos, flores silvestres y llanos. El piojito
cumplía fielmente su responsabilidad, lo guiaba el corazón del maquinista que
cada día escribía en esos viajes su propia historia dibujada en sueños y realidades,
la experiencia le iba proporcionando seguridad, cada día las ilusiones fluían
de su alma, pues ese era su trabajo y lo cumplía con amor, responsabilidad y
pasión. Pero cierto día en que hacía su habitual recorrido, primero Xico y
terminaría en la tierra húmeda de Teocelo de Díaz como le llamaban desde que se
inauguró el piojito. El maquinista iba atento, guiando con amor los vagones,
cumpliendo su trabajo cotidiano, porque su responsabilidad así se lo exigía, su
compromiso mucho más. Desde que salió del pueblo de Coatepec, escuchaba un
ruido anormal, le comenzó a preocupar, pero no podía detenerse a investigar,
pensaba en los puentes que le faltaban. Por Zimpizahua y las Puentes se comenzó
a preocupar y cierto nerviosismo se apoderó de él. De pronto, cuando Texolo ya
se avistaba cerca, la máquina vibró con fuerza y se descarrila y se sale
aparatosamente de la vía, Un accidente que muy pronto se conoció en la región,
las ayudas y brigadas de rescate se hicieron presentes al igual que las
autoridades municipales de los pueblos cercanos, un muerto y varios heridos,
era el saldo del brutal accidente, el maquinista salió ileso solo asustado y
espantado, algunos raspones sin consideración. Pensó que perdería su trabajo.
La cámara fotográfica de José María Tapia se hizo presente y registró el
accidente captando postales importantes del brutal suceso; el cronista de Xico
también describió detalladamente el fatal accidente con su lápiz. Estas
postales pasarían a la posteridad, esa sería la consagración del fotógrafo
Tapia, ese era su oficio, su honda pasión, su hora, registrar el paisaje de la
región en todos sus colores, en todos sus matices, aunque las fotos eran blanco
y negro, pues el color aún distaba de llegar a esta región, es más ni siquiera
sé imaginaba. La vida siguió su curso. En la década de los años veinte, se
tendieron vías para las máquinas que utilizaban gas y gasolina, la vida se iba
modernizando, los pobladores estaban contentos, hasta que en 1945 el piojito
solo se quedó en la historia y la nostalgia, no fue capaz de seguir adelante,
el progreso fue más fuerte que él. Quedó abandonado un tiempo, como si fuese
fierro viejo, su servicio ya nadie lo agradecía y fue olvidado por vehículos de
motor que quemaban gasolina, estaba en el abandono total y arrumbado. Solo
quedaban historias como la que contaban que el general Porfirio Díaz oró
fervorosamente en la estación de la Orduña, aun se lee esa noble acción del
mandatario nacional en unas letras que alguien escribió en una pared de esa
estación y que aún prevalece.
Tiempo después, se conoció la verdad, su
cascarón y máquina fueron vendidos como chatarra, y los vagones del piojito
finalizaron en el poblado de Juan Díaz Covarrubias para cargarlo de caña de
azúcar y acercarla al Ingenio de esos lugares., cerca de Catemaco y Acayucan y
muy lejos del lugar en el que por 47 años fue la esperanza, el risueño paisaje
y la alegría del pueblo de Coatepec.
El cambio lo hizo el director la línea de
Xalapa Road Raúl Mr. K. Bone.
Fotos de Rafael Villa García.
raelrojascolorado@yahoo.com.mx