RIESGOS PARITARIOS
RIESGOS PARITARIOS
Por Mónica
Mendoza Madrigal
Los recientemente
cumplidos 70 años del sufragio femenino en México bien podrían agruparse en
tres bloques, en donde podríamos decir que los primeros, fueron años de “calentamiento”
de un ejercicio que, en ese momento, aún estaba lejano en el horizonte para ser
significativo.
Así pues, en esos
primeros 50 años hubo un muy lento avance en el que a cuentagotas fueron
accediendo las mujeres –pioneras todas– a los cargos que abrían sus puertas a
una participación totalmente disruptiva respecto del ejercicio de poder
patriarcal con el que las fuerzas políticas se sentían cómodas en un avance que
por cierto, no era progresivo. Tan lento fue ese proceso, que hubo que darle un
“empujoncito” y así es como llegaron las cuotas para introducir la presencia de
mujeres, atendiendo a proporciones establecidas en un sistema –ahora sí
progresivo– que tenía por objetivo incrementar la presencia femenina en los
órganos de representación pública, en una distribución más acorde con la que
existe entre la población a la que se representa y se gobierna. El tercer
momento de ese proceso se inaugura a partir de 2014, cuando la paridad se eleva
a principio Constitucional y entonces ahora sí, comenzamos a construir un
terreno más parejo.
De estas siete
décadas, sin duda alguna el momento más relevante fue la Reforma de Paridad en
Todo celebrada en 2019 y que obliga a la paridad transversal y a la presencia
paritaria de mujeres y hombres en toda la administración pública, en cada uno
de los tres poderes y ámbitos, lo que lleva ahora sí a la paridad a una ocupar
una posición realmente más proporcional entre el poder público y la ciudadanía.
Sin embargo, en
estos últimos 20 años en los que se ha aplicado un modelo diseñado para ampliar
la representación y acercar la igualdad al poder público de nuestro país, ha
habido una realidad muy clara: tanto en su momento las cuotas como ahora la
paridad se cumplen en la postulación –claro, son obligatorias– pero no en la
representación. Es decir, las mujeres no llegaban a los cargos porque lo que
sucede es que no se está votando en forma significativa por ellas y entonces en
órganos colectivos como los congresos, la cantidad de curules y escaños se
complementa con mujeres plurinominales, lo que no sucede en los cargos
unipersonales por elección directa.
Pero cuidado,
porque no que hay que colocar en el centro del análisis a la paridad en sí
misma, sino a la forma en cómo la misma está siendo aplicada.
La presencia de
mujeres en la mitad de los cargos de representación y de gobierno debería
permitir que la población femenina a la que se gobierna y a la que se
representa se sienta incluida, escuchada, tomada en cuenta. Por eso es que
afirmamos que la paridad enriquece la democracia y se convierte en un
ingrediente sine qua non para que ésta exista. Pero lamentablemente poco está
representando esa renovación de la clase política que se esperaba, pues en
muchos casos los grupos que acaparan el control político son quienes siguen
decidiendo, y si en ese distrito o en ese municipio su partido resuelve que
“toca mujer”, entonces recurren a figuras cercanas –en la mayor parte de los
casos con una relación de parentesco– que significan simplemente la continuidad
de su mismo control político.
El problema es que
esas mujeres electas candidatas no representan a la población femenina de sus
ciudades o distritos, sino la prolongación del poder político que estos grupos
y los hombres que están a cargo, ejercen.
No hay –por tanto–
una renovación ni de la representación en sí misma, ni de la inclusión de voces
históricamente excluidas del acceso al poder. Y eso es lo que necesitamos
defender.
Ente este panorama
hay varios frentes sobre los cuales es indispensable actuar: sin duda alguna la
principal tarea la tienen los partidos, pues es inaplazable que entiendan que
la paridad debe renovar la representación, no ser una mera herramienta para la
prolongación de las mismas fuerzas que ejercen el poder.
Pero también ante
ello las mujeres tenemos varias tareas que hacer y que están colocadas en la
agenda de lo urgente: necesitamos aprender a comunicar nuestras acciones para
tener una mayor proyección que eleve nuestra rentabilidad política. Si somos
competitivas electoralmente, los partidos serán quienes nos busquen y no al
revés. Porque no tiene nada de feminista ni es acorde con la paridad decir que
todo lo que hemos construido se lo debemos a tal o cual señor. En realidad, nos
lo debemos a nosotras mismas y a nuestro trabajo y compromiso. Desde ahí debe
comenzar el gran cambio de “chip” que transformará la forma en cómo la política
se ejerce.
También la
ciudadanía tiene responsabilidades por hacer. Hay que dejar atrás la misoginia
interiorizada que nos lleva a formular planteamientos tan arcaicos como
“debería ser por preparación y no por obligación que se postule a las mujeres”.
¡Uy! Si contamos la enorme cantidad de hombres incapaces que están en el
ejercicio de alguna responsabilidad pública – como en Veracruz hay varios – nos
quedaríamos sin gobernantes. Vamos ya cambiando el juego del poder, porque ya
probaron su ineficacia.
Finalmente –y lo
más importante– es que entendamos que “cuerpo de mujer no garantiza conciencia
de género”. Esta frase era un lema del movimiento feminista en los años 70 y
aplica perfecto en la actualidad.
Sí – hay que
decirlo – hoy la paridad trae a varias mujeres postuladas que son reproductoras
del sistema patriarcal al que sirven. Así pues, es la hora de colocar la agenda
por delante, pero no solo la agenda de lo que se promete que se hará, sino la
agenda de lo que se ha hecho. Ese tip nunca falla a la hora de desmitificar
imposturas.
Entonces, hagamos
de la paridad una oportunidad para renovar el poder público y de ampliar la
representación política para que quienes somos más del 52 por ciento de la
población, al fin, estemos representadas.