Salud, divino tesoro
Tal Cual
Alberto Loret de Mola
Salud, divino tesoro
«La religión es la que evita que los pobres
asesinen a los ricos.»
Napoleón Bonaparte
Tras escuchar la
marranera, como le llamaba despectivamente a las interesantísimas conferencias
matutinas de nuestro amado presidente, en la que se habló de un supuesto
calendario de vacunación, imposible de cumplir a todas luces (porque
somos 120 millones y las vacunas llegan de algunos miles en miles) y escuchar
la terrible estadística de muertos y heridos por COVID, el artista, llamémosle
Sugar, llamó a su asistente que, con triple cubrebocas y microfalda asistió
pronta y expedita a recibir no justicia, sino instrucciones ah y un poco de
cariñito, al más puro estilo Macedonio, prócer de la 4T.
A ver linda dime, qué
tengo en la agenda de la semana. Maricrisis -así le llamaba porque aún dopada
andaba con el estrés al máximo- le leyó una sintética lista de pendientes a su
jefecito. El peluquero, la manicurista, un desayuno con su contador, y una
llamada a su médico, al que acudía sólo para saber si sentirse bien, era
saludable. Y es que mal mirada, la salud en México es sospechosa: Si se tiene
una diarreita después de abusar de las carnitas; bien; un catarrito luego de
una larga noche de juerga, perfecto; dolor de cabeza por cambiar de whisky
blended a single malt, normal; agruras por recetarse el tomahawk con tuétano en
el nuevo restaurante sugerido por Gourmand, clásicas, pero ¿no tener
padecimiento alguno? Esto es un claro síntoma de abandono del mundo a una
estrella en plenitud. Hay que moverse más, pensó, el lunes le llamo al huevón
de mi agente.
En la agenda había un
recordatorio especial: le tocaba el refuerzo de la vacuna. Rápidamente le dio
indicaciones a su asistente al tiempo de hacerle una seña con la mano para que
se acercara. Tras manosearla burdamente le dijo: ¿recibió tu abuelito la
insulina que le mandé? Maricrí, ruborizada por dónde tenía la mano metida
Sugar, asintió para escuchar un “que bueno, no se nos vaya a morir con la
escasez que hay ahora de todo”. Acto seguido le señaló el sofacama al que ella
se dirigió sin balbucear siquiera. Sugar duró en su inmunda agresión 30
segundos. Una hora después, la chica de tan sólo 20 años, ya tenia los
boletos en business class para los dos “vente conmigo, no me vayas a
contagiar”-le había dicho impositivo hacía tres semanas-, una mesa
apartada en Morton’s “es que me encanta la carne japonesa” y la reservación de
su suite en el hotel de siempre, en Coconut Grove, Miami.
Rumbo al aeropuerto, el
tráfico era lento y su chofer, más lento. Sugar pensaba viéndolo tras el vidrio
separador: “lo voy a correr cuando llegue, me vale madre que tenga familia numerosa
y a su abuelo con respirador”. Al llegar a una esquina, su coche, un
Mercedes Maybach S 600 hizo el alto. Mientras tomaba recostado en el asiento
trasero un aromático Kopi Luwak, se quedó viendo con curiosidad una larga fila
de gente fuera del hospital general y, en especial, a tres viejos gordos, con
pelo entrecano al estilo vagabundo, vestidos de Santaclós, que estaban sentados
en unas viejas sillas de plástico, a unos 150 metros de la entrada del
nosocomio.

Tras una corta espera
en la sala VIP y un placentero vuelo de dos horas, pasaron migración en módulo
especial y de ahí, una camioneta ejecutiva los llevó al exclusivo restaurante
que ya tenía lista su añorada mesa. Compartieron unos camarones tigres gigantes
de Indonesia y unas rebanaditas de filete Kobe a la plancha de sal, exótica
cena acompañada con un Vega Sicilia Único. Su plática, simple agresiva. Tras
pagar el equivalente de lo que ganaba su asistente al mes, se trasladaron a “su
segundo hogar”.
Tras sodomizar a
Maricrisis, quien ahogó sus tristes gemidos de dolor los treinta segundos que
duró el ataque, se metió al jacuzzi un buen rato con la muchacha a quien siguió
mancillando y se acostó desnudo, en su inmensa cama, solo. No le gustaba la
compañía. Durmió bien, temprano, porque “tendría” que madrugar.
A las 10 de la mañana,
la jovencita lo despertó con su exótico café y ya en la salita lo esperaba el
desayuno: huevos florentinos y dos copas con mimosas de Moet. “Me encanta la
naranja de Florida, la mejor” -exclamó-. Mientras desayunaba, sintonizó las
noticias del clima junto a un pequeño resumen de la pandemia y unas palabras de
Biden burlándose de la vacunación mexicana. No pudo evitar reírse y recordó la
patética fila de aspirantes a una vacuna, por parte del gobierno transformador.
A las once menos diez,
cruzó la calle hasta una farmacia CVS y se formó, un poco con disgusto, tercero
en la fila para vacunarse. A los seis minutos, se sentó en un reservado, mostró
su pasaporte y le inocularon la segunda dosis contra el COVID. Tras diez
minutos de shoping en los que incluyó tres cajas de Viagra Extra
americano “este sí funciona”, Lactaid para la intolerancia a la lactosa, y unos
curitas para los dedos de la mano especiales para golfistas, pagó con una
tarjeta unos cuantos dólares y salió del establecimiento francamente cansado
del trámite. “A ver cuando otro jueputa chino se traga otro murciélago” pensó
enfadado, sobándose el brazo.
Con desgano se subió
junto con su ayudante a la camioneta, se dirigieron al aeropuerto y tuvo que
desandar lo andado el día anterior con su permanente cara de hartazgo. Ni
siquiera se metió a un duty free.
Ya en su coche, con el
humilde chofer (que esa noche sería desempleado) al volante, le dijo a
Maricrís, que se tomara la tarde y que le mandara a su amiga, la de 18 años,
que andaba desesperada por un préstamo para que su padre desempleado no
perdiera su casa. “Dile que si coopera, soluciona su problema”, me muero por
probar los nuevos viagra extra. Tras quince minutos de trayecto, pasó junto al
hospital y quiso la suerte que se detuvieran por el tráfico, junto a los
santacloses que emocionados ya estaban cerca de la entrada. Reían, bromeaban,
tomaban refresco. Sugar, bajó el vidrio y llamó a uno. Le preguntó por qué
estaba vestido así a lo que el cansado hombre, de unos 70 años, contestó: en la
Navidad chambeamos en la Alameda para las fotos con los chamacos y es la única
ropa que tenemos para el frío. El peluche calienta rico. Llevamos dos días pero
ya nos dijeron que hoy, con suerte, nos toca. Estamos preparados por cualquier
cosa, y le mostró orgulloso una bolsa con papitas y refresco. Cansados pero
vacunados, concluyó animoso el anciano.
Sugar se le quedó
mirando y le dijo solidario, sí, la verdad, “que cansado es esto de vacunarse”.