SE VA, PERO SE QUEDA
SE VA, PERO SE QUEDA
Por Martín Quitano
Martínez
Nuestros tiempos son tiempos de mediocridad, de falta de de sentimientos,
de la pasión por la ignorancia,
de pereza, de la incapacidad para empezar a hacer algo y el deseo de tener
todo ya hecho.
“El
adolescente” Fiódor Dostoievski
Se va, dice, con la conciencia
tranquila. Nada lo perturba respecto de los resultados de sus quehaceres al
frente de la presidencia de la República. Sin más, asume que todo se hizo tan
bien, que es necesario un segundo nivel porque la ruta no merece discutirse.
Esto es, que no hace falta reflexionar sobre lo realizado, ya está valorado y
el refrendo de los aciertos tuvo su prueba de fuego el pasado 2 de junio. La
prueba fue más que aprobada, los resultados así lo muestran.
La posibilidad de escuchar
algunas críticas, de imaginar un ejercicio de autocrítica, no cabe en el
imaginario de un hombre y seguidores que en la legitimidad de las urnas
refieren la certeza y la inamovilidad de una idea central: ellos poseen la
verdad y se asumen la encarnación de un pueblo bueno que mayoritariamente los
revalidó. Entonces solo queda la continuidad sin sesgos, nada que reconocer
fuera del estrecho, muy estrecho, camino
que ha fijado el gran timonel.
Se va, se supone, envuelto,
arropado en la construcción del culto a su persona, dejando un ambiente
polarizado, donde parece haberse instalado una profunda grieta, que define
sitio para dos únicas clases de mexicanos: los que le aplauden sin cortapisas
de ningún tipo, que sostienen sin miramientos que el México de hoy no tiene parangón
de felicidad, y todos los otros, aquellos que le son desafectos, que preguntan
y cuestionan su régimen.
El valor de la tolerancia
democrática, condición indispensable como edificación alternativa, diversa, diferente,
mutó al radicalismo, a la instalación de un conmigo o contra mí. Intolerante en
su reduccionismo, en la sujeción de los pensamientos libres por la castración de
todo lo que suponga oponerse a la uniformidad, a la potestad asumida desde esa
personificación del pueblo que no reconoce más que traidores para los que
piensen distinto.
Ha terminado su periodo, dice,
y melancólico, en medio de canciones fervientes que resguardan su legado, deja
para la continuidad, el proyecto verdadero y único que solo escucha los ecos
reconfortantes de su megalomanía en el país de la uniformidad, el de los
pañuelos blancos que le enjugan una lágrima de cocodrilo. No hay otro país más
el qué él dice que existe. La violencia disminuye si sus ojos no voltean a
verla. La impunidad no es un concepto que tenga cabida en ese paraíso de los compromisos
cumplidos en el discurso, en la palabrería repetida día a día, de mentiras, de
verdades a medias, de descalificaciones, calumnias y amenazas, de un gobierno
ejercido desde las mañaneras.
Termina un sexenio más de
nuestra historia moderna, pero no será uno más, porque será revisado más allá
de los tiempos presentes. Sin duda ha marcado de forma significativa la vida
nacional y forjado un cambio de régimen hacia la ruptura y destrucción de una
edificación democrática mexicana realizada en los últimos 60 años, con
fragilidades y pendientes, pero funcionando con instituciones y reglas construidas
con esfuerzos, acuerdos y luchas plurales. El actual grupo hegemónico no lo
reconoce porque en su concepción autoritaria, se consideran los únicos y verdaderos
referentes de las luchas por un México con justicia social.
Dice que se va, pero en
realidad no se va, porque su ministerio aun no acaba. Su derecho –como dijo-, a
esperar la llamada de su presidenta si la patria lo reclama y su derecho a disentir
cuando pueda vislumbrar que se desvía el camino, lo harán presente. El rancho y
la jubilación pueden esperar, la presidenta lo entiende y atiende, no más, no
menos.
DE LA BITÁCORA DE LA
TÍA QUETA
El Corredor Interoceánico, ecocidio sin consulta, sin trámites, sin
reglas.
X: @mquim1962