SECUESTRADO Y SIN MARGEN DE MANIOBRA
SECUESTRADO Y SIN MARGEN DE MANIOBRA
El arranque de 2025
ha vuelto a poner al descubierto la naturaleza más autoritaria del régimen, así
como las redes de complicidades que lo han mantenido en el poder a pesar de su
manifiesta incapacidad y corrupción.
Mientras la mayoría
de los mexicanos celebraba el fin de año, el morenato asestaba un golpe con el
que buscará mantener a raya a cualquiera que considere una amenaza, un
adversario o simplemente un crítico que se niegue a seguir la línea oficial.
En su edición vespertina del 31 de diciembre, en el Diario
Oficial de la Federación fue publicada la reforma aprobada por la mayoría
morenista en el Congreso de la Unión al artículo 19 de la Constitución para ampliar
el catálogo de delitos merecedores de prisión automática.
Entre éstos se incluye la “emisión de falsos comprobantes
fiscales”, con lo que se anuncia claramente que el rubro hacendario e
impositivo se convertirá en un arma de persecución del gobierno, algo sobre lo
que diversos organismos de defensa de derechos humanos y de la libertad de
expresión han alertado como una estrategia recurrente en gobiernos autoritarios
para acallar las críticas y reprimir el disenso, escondiendo su talante arbitrario
en actos de supuesta legalidad.
Además, con esta
reforma el gobierno de Claudia Sheinbaum entró en desacato a la sentencia de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, que hace más de un año ordenó la
eliminación de la prisión preventiva oficiosa de la legislación mexicana, pues
en los hechos se le puede considerar como una detención arbitraria, de acuerdo
con la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos (ONU-DH).
“Detener de forma
automática a las personas viola los derechos humanos, además de que
desincentiva las capacidades para investigar delitos e incumple sentencias y
recomendaciones internacionales. Hacer que la detención sea automática y se
mantenga durante todo el proceso anticipa indebidamente un castigo y constituye
una detención arbitraria que expone a todas las personas, especialmente a
las más pobres”, aseveró ONU-DH desde noviembre pasado.
Pero al gobierno
“humanista” de Sheinbaum –mangoneado descaradamente por Andrés Manuel López
Obrador- le importó un bledo, porque lo que está buscando es, contrario a la
postura que enarbola en el discurso, mantener un férreo control sobre las
manifestaciones sociales, las críticas periodísticas y la oposición política. Y
cuando sea necesario, aplastarlas.
Baste ver la
desproporcionada reacción del régimen ante el reportaje del diario
estadounidense The New York Times sobre un presunto laboratorio clandestino de
fabricación de pastillas de fentanilo en Sinaloa. Todo el aparato
propagandístico y político del gobierno se “envolvió en la bandera” para acusar
“intervencionismo” extranjero porque la pieza periodística simplemente muestra
–y ni siquiera fue la primera vez que eso aparece en un medio- lo que todo
mundo sabe: que los cárteles del crimen organizado producen esta letal droga
dentro del territorio nacional mexicano, desde donde se introduce al mercado en
Estados Unidos, país que sufre una verdadera crisis sanitaria por su alto
consumo.
Tan grave es esa
crisis, que se convirtió en una bandera de campaña de quien el próximo 20 de
enero retornará a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, y que
entre otras cosas, ha afirmado que declarará como organizaciones terroristas a
los cárteles mexicanos de la droga, lo que de acuerdo con su propia legislación,
le autofaculta para combatirlos fuera del territorio estadounidense.
Concretamente, en México.
La reacción de
Sheinbaum ha sido, inopinadamente, en el mismo sentido: insuflar el
nacionalismo, hablar de la defensa de la soberanía y asumirse como “niña héroe”
frente a la amenaza trumpista, a sabiendas de que en realidad no hay mucho que
pueda hacer si ésta se hiciese realidad. Y cuando lo que habría que hacer sería
llamar a un combate coordinado entre ambas naciones contra los grupos
delincuenciales. Claro, si éstos no fueran sus socios.
Este fin de semana
circuló de nueva cuenta –ya se había publicado hace una semana- una carta que
presuntamente envió el propio expresidente López Obrador a los senadores de
Morena, a través de su coordinador de bancada Adán Augusto López Hernández, en
la que, entre otras cosas, se plantea que “distintos grupos, alentados por la
narrativa de la oposición, podrían realizar movimientos sociales que recriminen
la existencia de elementos militares extranjeros dentro del territorio;
pudiendo suscitarse revueltas o levantamientos en armas en ciertos territorios”
(sic).
La veracidad del
documento no fue desmentida por nadie y exhibe el nivel de preocupación y sobre
todo la complicidad existente entre el régimen obradorista –porque Sheinbaum a
duras penas toma decisiones menores- y la delincuencia organizada, convertida
en ariete para influir en las elecciones en favor del partido oficial, y que ve
como una amenaza real la posibilidad de un operativo militar estadounidense en
México para descabezar a los cárteles.
Todo eso ha ocurrido
en menos de dos semanas y es así como llega a sus primeros cien días el
gobierno de Claudia Sheinbaum: sin margen de maniobra, secuestrado por un
expresidente megalómano e irresponsable que se niega a dejar de dar órdenes
porque él sigue detentando el poder, y en un escenario de alto riesgo por lo
que implicará el nuevo mandato de Donald Trump, quien también es capaz de
cualquier cosa para mantener la aprobación de su base más dura de seguidores.
Y esto apenas
comienza.
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