Ars Scribendi

Semana Santa

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Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

 La Cuaresma nos brinda un importante espacio y tiempo para la reflexión, preparándonos para retomar el camino del bien, el cual, por culpa del pecado, irresponsablemente hemos abandonado. La Cuaresma nos invita a participar con un corazón enternecido a rememorar los pasajes de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, centro de nuestra vida espiritual.

Jesús nos heredó el evangelio del amor y el ejemplo de una conducta revestida del emblema de la humildad, que mantuvo firme hasta el final de su vida terrena. Tal es el caso de su entrada triunfal a Jerusalén, cuando sorprendió a toda esa multitud embriagada por la codicia de los tesoros terrenos, esos que ambiciona la carne. Lo esperaban ver con vestimenta de vistosos colores galopando un brioso corcel seguido por legiones de diestros y armados soldados dispuesto a gobernar al Estado. Pero no fue así su llegada.

Entró a Jerusalén portando la blanca investidura de la humildad, montando un burro. La gente que lo seguía animosa cantaba: “¡Hosanna en el cielo!”, y agitaba en lo alto las ramas en señal de triunfo. En nada se parecían a las hojas de olivo con las que coronaban a los generales de la milicia cuando regresan triunfantes de la guerra, pero sí eran ramas portadoras de la victoria. La misma que consiguió el día de su crucifixión para luego vencer a la muerte.

En la última cena expresa nuevamente la más pura acción de la humildad al lavar los pies a cada uno de sus apóstoles. El histórico hecho nos abre las puertas de la reflexión: el rey del amor reducido al servicio del prójimo. En realidad, esta acción es la prueba más solemne de la capacidad que un ser humano posee para darse a los demás. Esa noche, en la que por última vez cena con sus discípulos, se devela como la sangre del cordero que se transforma en la alianza de Dios Padre para con sus hijos. Él es el vino y el pan del que toda la humanidad puede participar, alimentándose espiritualmente en aras de un mundo soñado desde la Creación. Todos estos frutos de vida tienen un precio que Jesús estuvo dispuesto a pagar con su pasión, a costa de insultos, castigos y torturas de sus ejecutores, que se han multiplicado hasta nuestros días. Al entregar su vida en la cruz Jesús enfrenta la prueba más elevada de amor hacia su pueblo; es la manera que el Padre eligió para trazar un camino por el cual debemos de transitar libres de todo tipo de pecados y en el que se logre cultivar la felicidad y la paz social.

Así como Jesús predicó incansablemente el amor por las calles de Palestina, el ser humano debe predicar la buena conducta por los andenes del mundo.

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