Silenciar
Silenciar
Por Martín Quitano Martínez
Martin Niemoller
Se insiste e insiste que en
la administración federal se prohíbe prohibir, que el debate es necesario y que
las venganzas políticas están desterradas de este gobierno. No importa cuántas
veces se reafirme en los micrófonos, porque todos los días se da muestra de lo
contrario, abierta o veladamente, todos los días se denosta a los “enemigos
políticos”, no acepta debatir con nadie, cerrando toda posibilidad de
interlocución con quien piense distinto.
Se ha dicho públicamente que
del equipo de trabajo espera obediencia ciega, así tal cual. Que, a las
iniciativas de ley, “no se les mueva ni una coma”, dando órdenes a otro poder.
Todos quienes participen en la administración deben tener una lealtad superior
al proyecto, una lealtad a prueba de cualquier manifestación que pretenda hacer
valer su garantía de libre expresión u opinión. Callarse y obedecer son las
únicas posibilidades de formar parte de la “transformación”.
El CONACYT estrena un Código
de Ética que huele a intolerancia y censura, que agravia los espacios
personales, la privacidad, la libertad del pensamiento y expresión, como
bastiones de garantías individuales y derechos humanos fundamentales. Esos
derechos conquistados arduamente, arrebatados de las visiones autoritarias de gobiernos
pasados que, como éste también, reniegan de la pluralidad, el disenso y la
riqueza de la diversidad democrática.
Ciertamente, los ejercicios
administrativos, públicos y privados, requieren que en el desempeño de sus
actividades, los trabajadores asuman responsablemente sus labores, con eficiencia,
honradez y rendición de cuentas. Sin embargo, eso no significa anular los
derechos de los individuos a su privacidad, acallar sus opiniones personales en
el ámbito de su vida privada, a riesgo de ser sancionados.
Los límites están siendo
transgredidos. Silenciar la vitalidad de las opiniones individuales o la presencia
y disposiciones que en las vidas privadas cada uno de los integrantes de las
áreas públicas tienen, es reprensión pura. La aparición de comisarios
políticos, del gran hermano que se avizora detrás del mencionado Código de Ética
del CONACYT, es una novedad aterradora, contraria a cualquier idea libertaria,
más aún en el mundo de los académicos e investigadores. Un enorme dique a la
libertad, a la capacidad de pensar y discutir, a la oportunidad de la acción
del pensamiento que cuestiona y duda. Ya no es necesario todo eso, porque ahora
hay verdades absolutas, inamovibles, incuestionables.
La Directora del CONACYT avala,
al no señalar en contra, que en la parte de “identidad institucional” se pide “prudencia”
para opinar en las redes sociales de los integrantes de esa institución, lo que
conlleva a pensar que para verificarlo, se requiere el “seguimiento” a las
redes privadas de los empleados, también de sus prestadores de servicios y peor
aún, de solicitantes de apoyos. Ideas persecutorias que parecen dominar un
espacio público, reforzando las agresiones al gremio.
Es preocupante que pueda
cundir el mal ejemplo o tal vez ya sea la punta de un iceberg que apenas
estaría mostrándose, un gran bloque de prácticas vejatorias e intimidatorias,
encaminadas a controlar la vida privada de las personas, principalmente de
quienes piensen distinto. ¿A qué le
tendremos que llamar prohibido prohibir?
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Datos
del Latinobarómetro 2020, a la alza el apoyo a un gobierno autoritario en
México.
Twitter: @mquim1962