Opinión

Sobrevivir no es el fin

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Por Yuzzel Alcántara Ceballos

 

“Sólo tenía un objetivo: llegar vivo al día siguiente… Pero no se trataba sólo de sobrevivir, sino de sobrevivir siendo yo” –dijo Mario Villani, sobreviviente de los campos de tortura durante la dictadura argentina (en los 70s). Tiempo en el cual, mediante torturas y electroshocks, los economistas de Chicago y los torturadores de las dictaduras sudamericanas intentaron curar la enfermedad del socialismo, o el impulso a la acción colectiva y a la solidaridad que afirmaban eran las taras de los latinoamericanos.

 

La primavera está llegando, pero pocos lo recuerdan porque un raro bicho está a punto de diseminarse a través de gotas de agua y provocar algo así como una gripa, que en el 80% de la población contagiada no ha requerido tratamiento especializado, pero el otro 20% trae al mundo de cabeza. Un raro bicho que ha ocasionado la muerte de 2,791 personas al día– entre el 25 y 26 de marzo de acuerdo con la OMS. La OMS dice también que de cáncer mueren diariamente alrededor de 26, 383; de enfermedades del corazón unas 24, 641; de diabetes 4, 300; y de tuberculosis 3, 397. Imaginen nuestros niveles de horror si las televisaran y contaran a diario.

Pero ninguna de estas últimas causas de muerte ha sido digna de tal acuciante seguimiento mediático, ni mucho menos ha derivado en medidas de autoritarismo tal como el cierre de fronteras, la paralización de las actividades productivas, el confinamiento punitivo de los ciudadanos o multas bastante altas si alguno se mueve por la ciudad…. Y es que a diferencia de las otras enfermedades, cuyas causas dependen del historial de vida o bien se desconocen, lo que ha mostrado la actuación ante el coronavirus en los países del norte es que el enemigo no es tanto el bicho, sino potencialmente el otro: el que pasa a tu lado, el que vive contigo, el que viene de otro país: el infectado. Y por ese miedo al otro, los europeos han cedido buena parte de lo que los hace humanos, de eso que en una sociedad hace posible el nosotros: amistades, afectos, creencias religiosas… sus difuntos no han tenido derecho a un funeral porque el seguimiento de esas medidas no les permite salir, verse ni reunirse aún manteniendo la debida distancia.

La primavera nos alcanza y un bicho mortal la acompaña: cuando alguien se sepa con el virus o tenga síntomas de gripe y su economía le permita resguardarse, ¿aún así saldrá despreocupado? ¿o se irá de vacaciones porque ya las pagó?; cuando los que viven al día no puedan quedarse en casa y salgan a la calle, ¿nos atreveremos a llamarles culpables de que el virus se propague?; cuando caminemos por la calle, ¿nuestra mirada al otro cambiará por temor a contagiarnos?; cuando algún conocido muera ¿preferiremos no enterrar a nuestros muertos para evitar posibles contagios?.

Al irnos alejando ese metro y medio sin contacto, nos encontraremos de frente a un asunto moral: qué tanto estaremos dispuestos a no perder como sociedad, como grupo solidario, y qué tanto estaremos dispuestos a que el distanciamiento físico sea sólo pasajero y no corrompa nuestro lazo social.

Hay una gran diferencia entre el evitar el contagio y el rechazo de humano a humano. Por eso, antes de querer imitar al norte, hay que apretar el freno y distinguir entre el bicho y el otro. Sobrevivir no es el fin, porque no sólo se trata de eso, si lo hacemos habremos fracasado, se trata de que (sobre) vivamos pero siendo un nosotros, a costa de todo y a costa de nada.

 

 

 

 

 

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