SORDERA
SORDERA
(…)
La calidad teatral del mundo político se había tornado tan patente,
que el teatro podía aparecer como el reinado
de la realidad
.«Los orígenes del totalitarismo» Hannah
Arendt
Por Martín Quitano Martínez
La paradoja del ruido y la
sordera en este momento político, proviene del mismo lugar. Los oídos se
vuelven deliberadamente sordos para no escuchar el reclamo de diálogo de
quienes no les alaban; prefieren que sobresalga el ruido de la intransigencia y
el griterío intencionadamente provocado en el intercambio de descalificaciones,
pues se supone que “los debates se ganan” en directa proporción de quién grita
más, quién calumnia más, quién ofende o miente más.
La tragedia es que, dicen
muchos, ese escenario que parece una parodia, es lo real. Estamos viviendo en
la miseria de las razones, en la precarización mayor de la honestidad y la
imposibilidad de entendimiento. Mediocridad, ignorancia y simulación son moneda
corriente.
El ruido de nuestras clases
políticas, todas, algunas más que otras, enfrascadas en obstruir, en cerrar el
paso a cualquier entendimiento que implique asumir debilidades o equivocaciones,
incrementan el riesgo e impiden la construcción de mínimos pisos de
entendimiento de cara a los problemas que nos agobian. Parece que la prioridad
no es solucionar problemas, sino todo lo contrario.
Acuerdos de convivencia
democrática, forjados en años de lucha, supuestos básicos para caminar juntos
en la pluralidad, ahora son desdeñados, porque según el actual gobierno,
refieren momentos que deben eliminarse ya que representan a la corrupción y al
engaño.
Pero en la sordera que impera,
el ruido incesante que provocan, impiden aclarar que fueron precisamente estos
acuerdos, normas e instituciones, la base para derrotar a la arbitrariedad y al
cinismo que refirieron los anteriores gobiernos saqueadores. Gracias a esos logros es que se ha podido dar
la alternancia, y mediante el voto efectivo se ha dado voz al hartazgo
ciudadano en tres elecciones presidenciales, haciéndose oír frente a la típica
sordera sexenal cuando se denuncian las contradicciones entre los dichos y los
hechos, las simulaciones, los dobles lenguajes, la intolerancia, los abusos.
Estamos obligados todos a
entender que, atemperar los denuestos y bajar el volumen de la discordia podría impedir que la
sordera general, también nos afecte la visión hasta quedarnos, además, ciegos y
mudos hasta silenciar del todo nuestras aspiraciones democráticas, en un
retroceso doloroso del que será difícil recuperarnos.
DE
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Agarrón entre los
“diplomáticos”, al final muestra de la crisis interna.
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