Daniel Badillo

Sully

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Por DANIEL BADILLO

 

Oh, Sully me hiciste regresar muchos años atrás. La misma escena pero miles de kilómetros lejos, muy lejos de mi amado Coatepec. Aquella tarde de domingo habíamos visitado a Juanita con mi hijo Mario. Estaba un poco más alegre. La agonía se había prolongado por días. Todos confiábamos en que se iba a reponer, pero no ocurrió. Juanita lo miró con una sonrisa que jamás olvidaré. Le preguntó de dónde venía y le contestó que habíamos ido al parque a jugar un rato. Como pudo se reclinó y le dio su último beso en la frente y se volvió a recostar. Por la noche, una llamada desesperada entró a mi celular. Era Sandra, mi prima, ahogada en llanto porque Juanita no respiraba. Como pude regresé de Xalapa. Afuera de la casa la ambulancia, en silencio, anticipaba lo peor. Algunos vecinos se apostaron en la puerta. Nadie quería hablar. Todo era confusión. Debí hacerme el fuerte para no desplomarme frente a Sandra. Entré a su última morada. Los paramédicos me vieron a los ojos y sólo alcanzaron a mover su cabeza de un lado a otro en señal de duelo. Su cuerpo estaba tibio. Acaba de partir. Oh, Sully si pudiera entender el lenguaje de los perros te traduciría mi dolor de aquellos días.

 

De pronto, se llenó el lugar de familiares y amigos de Juanita. Entraban y salían. No daban crédito de su partida. Su enfermedad la consumió muy rápido. Tan rápido que nadie tuvo tiempo de decir adiós. Junto a ti, Juanita, siempre junto a ti, Samet, el celoso guardián que acompañó tus días. Pequeño, juguetón y amoroso. Verlo acostado a lado de tu cama y con la mirada triste, me derrumbó. Llegaron los servicios fúnebres y tú, Samet, al igual que lo hizo Sully con su amo, te mantuviste todo el tiempo cerca de Juanita. Prepararon el cuerpo. Parecía dormir en paz. Aquella noche se hizo eterna, irreal. Empezaron a llegar flores y más flores. En unas horas la casa era insuficiente para recibir a tanta gente en medio del olor a incienso. Y Samet pegado a ti. Esta escena fue la primera que vino a mi mente al ver a Sully, un perro labrador que acompañó al ex presidente de Estados Unidos, George Bush, acostado junto al féretro. Un paralelismo que me hizo recordar a Samet, a Juanita, al dolor por la partida de los seres que uno ama.

 

Al morir Juanita también murió su casa. Quedó en silencio. Sólo los rezos de aquella noche que se prolongaron hasta la mañana hicieron llevadera la tristeza. Poco a poco los amigos se despidieron y se fueron a descansar. Esa noche nos quedamos contemplando la luz de las velas que parecían llorar junto a nosotros. He querido compartir este breve pasaje, porque Sully me conmovió hasta el llanto. Por su amor, por su cariño al ex presidente. La escena humanizó las exequias de George Bush. Lo hizo ver humano, sensible. Tanto Sully como Samet, son seres etéreos, con alma. A la distancia cuán grande ha sido la ausencia de Juanita. De su voz, de su risa, de su amor. Gracias Sully por regresar el tiempo atrás con esa escena tuya recostada junto a un féretro llorando en silencio por tu amo.

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