Tan corruptos como cualquiera II
Rúbrica
Tan corruptos como cualquiera II
Por
Aurelio Contreras Moreno
El golpe mediático
que significó el reportaje de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad y
Latinus sobre los lujos de José Ramón López Beltrán dio exactamente en donde
duele: en el discurso de la austeridad y la honestidad en el que se basa todo
el constructo lopezobradorista.
La vida de privilegios
del hijo mayor del presidente Andrés Manuel López Obrador no era un secreto.
Desde antes que iniciara el sexenio fue exhibido viajando por el mundo,
comiendo y hospedándose no precisamente en hostales. Y tras su boda con la
cabildera del sector energético Carolyn Adams, ella misma se encargó de
difundir su ostentoso y nada austero estilo de vida.
Hasta ahí, nada de
eso tendría algo de raro ni habría de ser condenable… salvo porque el padre de
José Ramón López Beltrán se la pasa pontificando en contra de la riqueza, los
lujos y el “aspiracionismo” y exaltando la pobreza y el conformismo como una
manera de mantener la “bondad” y la “pureza” del pueblo, el cual además le va a
estar muy “agradecido” al gobierno por los “apoyos” que le da –con su propio
dinero, el de sus impuestos- a cambio de su “lealtad” electoral.
Sin embargo, lo que
el reportaje sobre la “vida loca” del junior López expone va más allá de las
consideraciones moralizantes a las que la propaganda lopezobradorista lo quiere
limitar. Porque lo que hay de fondo es el uso del poder para traficar
influencias, obtener contratos millonarios y a cambio, repartir prebendas.
El punto central no
es el valor económico de la mansión en la que vivieron López Beltrán y su
esposa en Houston, sino que ésta pertenecía a Keith L. Schilling, un alto
directivo de Baker Hughes,
empresa que el 19 de agosto de 2019 firmó un contrato con Petróleos Mexicanos por
85 millones de dólares. Un mes después de esa operación, la pareja López Adams
ocupó la casa en la que habitó hasta 2020.
La jugada es tan
evidente que podría tener implicaciones más allá de la sola exhibición
mediática. A la fecha, el gobierno mexicano tiene contratos vigentes
por más de 151 millones de dólares con Baker Hughes y la sola sospecha
de un soborno o por lo menos tráfico de influencias que implique
una “gestión” del hijo del mandatario o de su esposa para beneficiar a la
petrolera texana a cambio de esos “favorcitos” inmobiliarios, podría arruinar a
la empresa, que por lo mismo ya salió a intentar deslindarse señalando que
Keith L. Schilling ya no trabaja ahí. Sin mencionar que era uno de sus principales
ejecutivos cuando López Beltrán se mudó a su residencia, en el primer año del
sexenio de su papá, Andrés Manuel López Obrador.
Esas prácticas en las que los familiares de los
altos mandos de la “4t” aparecen embarrados en operaciones y negocios con
dinero público han sido una constante del sexenio: la prima Felipa Obrador con
contratos en Pemex, un compadre de Rocío Nahle con contratos en Dos Bocas, el
primo de Cuitláhuac García, Eleazar Guerrero, amo y señor de las finanzas de
Veracruz. ¿Alguien podría dudar que el hijo del presidente tiene acceso a
cualquier espacio de los círculos del poder, donde tiro por viaje existen ese
tipo de “tentaciones”?
No solo no hay congruencia alguna entre los
dichos y los hechos de un régimen en el que se miente como recurso político
consuetudinario. Se incurre en prácticas corruptas que pretenden ser escondidas
mediante la opacidad, a la que aspira retornar una clase política que medró
durante décadas con causas sociales que ahora desconoce, como la propia
democracia que ahora quisiera anular para restaurar el sistema de partido
hegemónico inamovible.
A fin de cuentas, de ahí proviene la mayoría.
El
cinismo
Dice Cuitláhuac García que no hubo acarreados
durante el “pre-destape” de Rocío Nahle el sábado pasado.
¡Claro! Si no hay duda que lo que más desea
un trabajador estatal es invertir parte de su descanso de fin de semana en
escuchar la demagogia de los políticos. ¡Cómo somos de malpensados!
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