TEMBLOR DE 1920 EN CENTRO DE VERACRUZ
TEMBLOR DE 1920 EN CENTRO DE VERACRUZ
Por Jesús Javier Bonilla
Palmeros
En la tradición oral de los
coatepecanos, perviven los recuerdos de importantes eventos de su devenir
histórico, en específico aquellos hechos que dejaron honda huella en la vida de
muchos habitantes, sobre todo de las personas que directa o indirectamente se
vieron involucradas o afectadas.
Uno de los eventos a nivel regional, cuya
trascendencia se mantiene vigente en los relatos de las personas más ancianas
de la región, es el recuerdo del famoso temblor del 3 de enero de 1920, cuya
magnitud desencadenó serias afectaciones a las comunidades de aquel entonces y
lo más lamentable la pérdida de vidas humanas. A fin de dar un panorama de los
hechos, recurrimos a datos proporcionados por algunos informantes y a las notas
del doctor Rafael Sánchez Altamirano, quien en el año de 1950 publicó sus
“Memorias Autobiográficas”, en las que detalla algunos de los pormenores del
fatídico evento.
Con base en los datos del Dr. Sánchez
Altamirano, sabemos que desde el mes de diciembre de 1919 se empezaron a sentir
movimientos telúricos de muy baja intensidad, los que en algunos casos pasaban
desapercibidos para algunos habitantes, salvo de aquellos residentes que
escuchaban en la tranquilidad de la noche el crujir de las vigas, puertas y
ventanas. Situación que como menciona el autor, no pasaron desapercibidos los
movimientos de tierra para sus hermanas, debido a que en el mes de diciembre se
encontraban en vela por las noches con su padre enfermo.
Nadie imaginaba que los leves temblores de
tierra ocurridos en el mes de diciembre, eran el preludio de un terremoto que
tuvo lugar a las nueve y media de la noche del sábado 3 de enero de 1920,
despertando a todos los habitantes de la región, quienes sobresaltados por la
fuerza del movimiento telúrico salieron a los patios de sus casas y las calles
de la ciudad. La energía eléctrica se suspendió a fin de evitar cortocircuitos
en algunas casas cuyos techos se desplomaron, en otros casos las construcciones
resultaron seriamente afectadas, al grado de que las cuarteaduras de sus muros
dejaban espacio suficiente para ver de un lado al otro.
La gente del pueblo se empezó a reunir en los
espacios donde no les amenazara alguna construcción afectada, debido a la
secuela de movimientos telúricos que se sintieron posteriormente. A tal grado
llegó el sobresalto y temor por las afectaciones, que muchas personas acudieron
a las iglesias y sacaron los santos en procesión por las calles, debido a que
los temblores no cesaban y aumentaban a cada momento el temor y la
intranquilidad de los habitantes. Casi al amanecer se difundió entre los
pueblos, la noticia de que el epicentro se ubicó entre los cerros de Quimixtlán
y Patlanalan en el Estado de Puebla.
Retomando las notas del Dr.
Rafael Sánchez, tenemos que en el pueblo de Xico la mayor parte de las casas
quedaron seriamente dañadas por el temblor, muchas de ellas con grietas al
igual que el templo parroquial. En el caso de la ciudad de Teocelo la
destrucción alcanzó una mayor magnitud, al resultar seriamente afectadas las
torres y la bóveda principal de la iglesia que se vino abajo, aparte de muchas
casas derrumbadas donde quedaron sepultados por los escombros sus moradores,
por lo que la cifra aproximada de personas fallecidas fue de setenta y dos
muertos y dieciocho heridos para dicha ciudad.
El mismo doctor Sánchez Altamirano reporta un
caso curioso para la ciudad de Teocelo cuando refiere “… Sucedió en esta
población que en los precisos instantes del temblor, la guarnición que defendía
la plaza, sostenía un tiroteo con los rebeldes por lo que los vecinos, en el
primer momento, creyeron que el ruido que en todas partes precedió al temblor
tenía relación con el combate; se cuenta que en una de las torres del templo
estaba en el momento del temblor dos soldados y una mujer y que al caer la
torre uno de los soldados resultó muerto, la mujer quedó aprisionada debajo de
la campana mayor con las piernas machacadas y murió mientras que el otro
soldado no sufrió la más leve herida o contusión.” (1)
Hacia el rumbo de Cosautlán los estragos del
temblor fueron de mayor magnitud, al grado de que muy pocas casas de
mampostería quedaron de pie y la iglesia local se derrumbó casi en su
totalidad. Dejando un saldo de aproximadamente doscientos cincuenta muertos y
bastantes heridos, en su mayor parte soldados que habían llegado ese día a la
población y se guarnecían en el área de los portales, según refiere el doctor
Sánchez Altamirano.
Por esos rumbos el pueblo que presentó una
mayor afectación, fue la localidad de Barranca Grande ubicada en las márgenes
del río de los Pescados al fondo de un valle, asentamiento muy poblado que se
distribuía en dos sectores: uno al nivel del río y otro a una mayor altura en
la pendiente. Un testigo relató al doctor Sánchez que momentos después del
temblor, el caudal del río descendió hasta desaparecer, situación que llenó de
incertidumbre a los pobladores, quienes no encontraban explicación al fenómeno
y jamás imaginaron que en los cerros ubicados río arriba, se dieron
deslizamientos de tierras sobre el cauce del afluente, produciendo una especie
de gran presa que obstruyó temporalmente el desplazamiento habitual del río, y
ya para cuando las aguas tuvieron la suficiente fuerza rompieron el cerco y
generaron una gran avalancha que arrastró lodo, piedras y árboles, cuyo ímpetu
produjo un estruendo que estremeció en la lejanía a los pobladores. Algunas
personas temiendo una destrucción mayor, buscaron el resguardo de las alturas,
punto desde donde observaron como la avalancha de lodo arrasaba todo lo que se
encontraba a su paso. Prácticamente la mayor parte del pueblo y los terrenos de
cultivo quedaron cubiertos por una gruesa capa de lodo, piedras, animales
muertos y árboles desplazados por el alud, y que de acuerdo con cálculos de la
época debieron de haber fallecido más de doscientas personas en el pueblo de
Barranca Grande.
Referencias Bibliográficas
1.- Sánchez Altamirano,
Rafael, Memorias Autobiográficas, Edición de Autor, Coatepec, Veracruz, 1950,
pp. 369 – 375.
2.- Entrevistas a varios
informantes