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Tenemos derecho a la igualdad

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Tenemos derecho a la igualdad

Día Internacional de la Mujer

Por Belinda Muro Zuñiga

Una lección que el mundo ha venido aprendiendo lenta y dolorosamente es que ni los pueblos ni las naciones pueden desarrollar su potencial, ni dar lo mejor de sí, en ambientes violentos.

Para vivir con plenitud, todas las personas necesitamos estar libres de violencia. Es un derecho humano universal, consagrado en todos los instrumentos internacionales.

Desde tiempos inmemoriales y a lo largo de todo el mundo la violencia contra las mujeres y las niñas ha tenido expresiones inimaginables. Además de vivir la violencia social, son víctimas de delitos de género, a los que muy recientemente se ha empezado a reconocer y a nombrar.

El Estado Mexicano tiene una deuda histórica con el cumplimiento del derecho de las mujeres a vivir sin violencia.

Es por eso que se debe trabajar y no dejar de hacerlo para hacer efectivo este derecho, generando las políticas públicas que permitan reducir las desigualdades que generan esta condición social.

Hace 20 años, México fue uno de los primeros países en ratificar la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, la CEDAW. Hace 20 años también, los Estados reconocieron la necesidad imperiosa de ofrecer respuestas integrales a la violencia que impide a las mujeres ser iguales en los hechos.

En México se necesitan atender todas aquellas causas que causan la espiral de la violencia de género, que tanto nos lastima y nos indigna, sólo que no se ha hecho mucho al ver las cifras sobre femenicidios hay cada día…

Es urgente crear y llevar a cabo un compromiso para hacer de este tema una prioridad, reforzar la urgencia de visibilizar en todas sus dimensiones el problema, enfrentarlo por todos los medios y acelerar su erradicación con la participación de todas las instituciones, de la sociedad civil, de los tres poderes del Estado y de los tres ámbitos de gobierno.

La desigualdad hace que las mujeres vivan de manera diferente la violencia que las denigra, humilla y cosifica. La padecen cuando los operadores que deben procurar e impartir la justicia desestiman las alarmas que prefiguran la comisión del delito de feminicidio, la mayor expresión de desprecio a la vida de las mujeres.

Muchas han dejado sus hogares y su trabajo o han abandonado a su familia huyendo de la violencia. Muchas otras han visto profundamente trastocada su vida en ciudades y pueblos amenazados por la violencia del crimen organizado. Otras más han emprendido solas la búsqueda de sus seres queridos o sufren larguísimos procesos judiciales en busca de justicia o de la reparación del daño y algunas otras se les ha arrebatado la vida.

Por ellas y con ellas, la sociedad, las instituciones y los gobiernos debemos trabajar con mayor articulación. Esto nos debe llevar a profundos cambios de conducta y de trato. Exige concebir y percibir a las mujeres como iguales, como pares.

No tolerar la violencia hacia las mujeres y las niñas.

Por lo que debemos fortalecer la arquitectura institucional para sacar a las víctimas de su condición mediante la atención gratuita, profesional y especializada en los Refugios y Centros de Desarrollo para las Mujeres, en las Casas de Atención para las Mujeres Indígenas así como en todos los lugares a los cuales acuda a pedir apoyo.

Unirnos en un frente único contra la violencia social y de género, y las mujeres respondemos: ¡presentes! Aquí estamos y seguiremos trabajando incansablemente por la paz.

Es el tiempo del cambio profundo en las mentalidades y en los hechos.

Podemos empezar deteniendo la violencia simbólica reproducida en los medios de comunicación. Podemos empezar vistiendo de color naranja las escuelas, las empresas y las instituciones, concientizando a los hombres, a nuestras niñas, niños y jóvenes de que la violencia contra las mujeres no es natural, no es normal, que se trata de un delito que en México se castiga, y efectivamente castigarlo.

A lo largo de la historia, las mujeres hemos sido las grandes constructoras de la paz, del respeto, de la inclusión y la democracia. Nuestra lucha ha sido perseverante. Nuestra aspiración a la igualdad, a la paridad, a la libertad y a la justicia ha sido larga, pero siempre ha recorrido los caminos de la paz.

El mejor reconocimiento a esta enorme contribución es que la sociedad, los gobiernos y las instituciones garanticen nuestro derecho a vivir sin violencias; que trabajen a nuestro lado para desarrollar al máximo la capacidad que sobradamente hemos mostrado para construir armonía, prosperidad y progreso.

Como mujer, hija, madre, amiga maestra y ciudadana se los escribo, las mujeres mexicanas, veracruzanas y coatepecanas tenemos derecho a la igualdad ni más, ni menos.