Ars Scribendi

Ternura de una madre

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Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

 

 

 

 

El tiempo transcurre sin cesar en busca del futuro, pero va dejando marcadas sus huellas en esa inmensa distancia que es incapaz de borrarlas. En esos instantes en los que momentáneamente se nos escapa la añoranza vamos despertando algunas épocas que se quedaron atrapadas en la vida del pintoresco pueblo que cobijó entrañablemente nuestra infancia y, al hacerlo, recordamos costumbres que carecieron de alas para volar hasta la actualidad.

En esos silencios que consiguen estremecer el alma, es inevitable que la vista se nuble al acercar pasajes propios de esos barrios con aroma de quietud provinciana. Como si fueran cuentos de hadas, en la mente van apareciendo imágenes que reconstruyen la silueta de una madre acunando al hijo amado en sus primeros meses de vida; uno de sus principales recursos para dormirlo fue la cuna.

La maca se diseñaba con cuatro puntas de reata, se amarraban de dos varas paralelas, regularmente de tallo de cafeto, a las cuales se les acondicionaba una lona de yute. Las reatas se entrelazaban en una viga del techo de la humilde casa. Así se formaba la rústica cuna para dormir al niño con el tierno y dulce canto que sólo es capaz de emitir una abnegada madre:

“A la ru-ru, a la me-me, / este niño / ya se duerme. / Si este niño se durmiera, / cuántos besos yo le diera. / No llores por uno, / yo te daré dos, / anda ve por ellos a san Juan de Dios. / No llores por dos, yo te daré tres, / anda ve por ellos hasta san Andrés. / No llores por tres, yo te daré cuatro, / anda ve por ellos hasta Guanajuato. / No llores por cuatro, yo te daré cinco, / anda ve por ellos hasta Jalacingo.

La maca generalmente se colgaba de una viga, con miras a quedar cerca del catre o camastro, para que, en caso de que la criatura despertara por la noche, la madre pudiera mecerla desde la cama jalando un mecate que le acondicionaba a la improvisada cuna.

En fin, la maca cumplía una función que le permitía a la madre del niño cierta libertad para el trajín del hogar; cuando el niño se iba desarrollando gateaba por toda la casa en el suelo de tierra. Imaginemos al nene orinado y arrastrándose en la tierra antes de aprender a caminar. Los pañales que usaba los diseñaban de algún pantalón o vestido viejo. A la criatura le llamaban niño, xocoyote, mocoso, nene, pero jamás baby; este es un barbarismo, el cual, sin embargo, se ha impuesto sobre la riqueza de nuestro lenguaje.

Este fue un modo de vida de las amas de casa de aquel entonces, de ese inolvidable ensueño en el que ellas amorosamente criaban a sus hijos en el seno de una vida sencilla que poco a poco la fue esfumando el tiempo, imponiendo otros estilos de vida y con ello renaciendo a una nueva época: la modernidad.

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