TEXCAPILLA: TERROR
TEXCAPILLA: TERROR
Uriel
Flores Aguayo
En esta población del municipio de
Texcaltitlán, Estado de México, los campesinos se enfrentaron a pistoleros del
cártel llamado la familia michoacana. Los videos muestran hechos brutales.
Hombres y mujeres defendiéndose con palos y machetes de sicarios armados con
metralletas y pistolas. Hubo muertos. Es trágico el grado de desesperación,
hartazgo e indefensión de esos pobladores.
Son gente pobre extorsionados por una banda
armada. Tienen que pagar por trabajar. A partir de estos hechos ha surgido
abundante información. Son entre siete y diez años de dominio y explotación
sobre ese pueblo. La mafia hace lo que quiere impunemente. No hay ley ni
gobierno. No se cuenta con el Ayuntamiento ni con los gobiernos estatal y
federal.
El ejército tiene la información más completa
sobre lo que pasa en esa región, cuenta con datos y evidencias de las
estructuras delictivas, pero no hace nada; está paralizado por la política de “abrazos
y no balazos” del gobierno federal, que es más bien el cuidado de la imagen del
presidente y de su narrativa fantástica. Es sobrecogedor, triste e impactante
imaginar las condiciones de vida de la gente de esas comunidades. Cómo se puede
vivir así, pagando por trabajar y rindiendo cuentas a delincuentes.
Las omisiones oficiales resultan gravísimas y
cómplices de la mafia. Esa situación está presente en muchos estados
federativos. Hay dominio de los carteles del narco tráfico en varias regiones
de México; es pública su participación en las elecciones. Las mafias son factor
político.Irresponsablemente se les ha permitido empoderarse mientras las
fuerzas armadas atienden todo menos asuntos de seguridad. La militarización es
contradictoria con ideas de izquierda e inútil para preservar la paz pública.
Lo que pasó en TEXCAPILLA es un botón de
muestra de lo que significa un gobierno fallido y un Estado ausente. Hay
poderes ejecutivo, judicial y legislativo; hay leyes, hay elecciones, hay
partidos políticos, hay fuerzas armadas, hay policías; hay todo tipo de
instituciones y leyes, pero son mera formalidad y no garantizan nada, son de
autoconsumo. No le sirven al campesino ni a las mujeres atacadas, no le dicen
nada al automovilista asaltado ni al usuario del transporte robado por
raterillos.
El México oficial está a espaldas del México
real. La idílica y hueca transformación no pasa de ser un discurso que envuelve
el ejercicio tradicional del poder. Hubo un notable retroceso en seguridad en
este sexenio. Es altísimo el costo en vidas, paz y economía que se paga por la
demagogia dominante y el culto a la personalidad.
A fuerza de ocurrencias y mentiras se ha dejado
en la orfandad a la ciudadanía. Solo queda ejercer en libertad el derecho al
voto y reorientar las políticas de seguridad. Nunca más se debe dejar indefensa
a la población. Se debe garantizar el Estado de Derecho, aplicar la ley y
extinguir a los grupos mafiosos. La vida no es juego ni debe prestarse a la
demagogia. La mitomanía es nociva para la paz. Sólo con seguridad se puede aspirar
a una vida normal, sana y con desarrollo social. No hay democracia conviviendo
con la violencia.
Recadito: urge poner orden en el transporte
público de Xalapa.