Todo está en Shakespeare
Todo está en Shakespeare
Por Salvador Muñoz
Todo está en Shakespeare… los
“complós”, los tiranos, los demagogos, las traiciones… el retrato fiel de
nuestros políticos que no dejan de ser presas de sus pasiones humanas: amor,
odio, rencor, frustración, celos, etcétera, y en ello, no hay género… hombres
no escapan de ello, ¡mucho menos las mujeres! y vaya que el Bardo lo supo bien
bajo el mandato de una reina, Isabel I.
Hombre empoderado o mujer empoderada
camina sobre una línea muy delgada todos los días bajo el riesgo de convertirse
en un Otelo, en una Lady MacBeth, en un Rey Lear, en Gonerilda y Regania o un
Coriolano… o en otras palabras: un tirano o tirana; un o una déspota; un o una
monstruo; un o una psicópata… el poder transforma cuando toca las pasiones
humanas.
Todos de un modo u otro, conocemos
historias de políticos locales que de cierto modo reflejan a alguno de los
personajes del Bardo de Avon… a lo mejor saben la historia de esa mujer
enamorada de su discípulo, quien por él, dejó todo, se transformó, empoderó a
su romance… y entonces éste se enamoró de otra, de una joven… y así, inició la
persecución… ¡quería verlo en la cárcel!
Sí, hay otras historias en mujeres
empoderadas con la misma fórmula y no es porque haya un patrón establecido a
seguir… no, simplemente política y pasión difícilmente se llevan bien…
Los varones tampoco escapan de estas
historias… el ejemplo más simple que ha sido expuesto por sus propios actores,
se da en los presidentes municipales. ¿Cómo es esto? por culpa del poder que
obnubila las entendederas del “buen hombre” y hace pretender perpetuarse en el
trono a través de una extensión… su esposa…
Hagamos una breve historia muy
alejada a las letras del Bardo, con dos personajes con nombres comunes,
corrientes, que pudieran ser Martín por decir uno; Nora, por decir otro… ubiquémoslos
en cualquier municipio, en alguno de los 212 que hay en Veracruz y empecemos…
Lord Martín llega a la presidencia
municipal de su querido pueblo Chipretlán de los Elotes. Señor maduro, alegre,
pizpireto y sobre todo, ¡ojo alegre! Agregue que el poder en algunas personas
hace que hasta se vean guapos y galanes. Su quehacer político quizás no tenía
“pero” que ponerle… mas tenía un gran defecto: a Martín le gustaba “ponerle” en
cuanto la oportunidad se hiciera presente y eso no escapaba de la mirada fría,
gélida, de Lady Nora, quien parafraseando la canción estaba ahí: “la que no
habla / siempre atenta, diciendo nada… Te firmé mis veinte años / te ayudé a
subir peldaños y entre voto y voto me hice necesaria…”
Entonces, Lord Martín, viendo el
ocaso de su reino, tomó una decisión: ¡“Empoderar” a su mujer para llevarla al
trono! El “empoderar” es un decir porque, como se dijo al principio de esta
historia, lo que el señor de Chipretlán buscaba, era extender su poder otros
cuatro años más a través de Lady Nora.
Y así, en su momento, se entronizó
Lady Nora y justo cuando Lord Martín saboreaba las mieles del poder eterno, la
puñalada por la espalda nunca la esperó: en lugar de viandas, la demanda de
divorcio estaba sobre la mesa. Todas las infidelidades salieron a la luz.
Recortes de periódicos, llegadas entrada la mañana pretextando trabajo, el olor
a palos de otro hogar… ¿o era leña? ¡como sea! Al final, no sólo Lord Martín
fue desterrado del paraíso, sino que así como él echaba los perros a cuanta
bella flor se cruzaba en su camino, Lady Nora ¡le soltó los perros! ¡Inició una
persecución implacable!
Hasta acá, pudiera acabar la historia… salvo dos diferencias:
La primera, es que aquí, no hubo
tragedias que llorar… y la segunda, a diferencia de Shakespeare, es que
historias como Lord Martín y Lady Nora siempre nos brindan segundas partes… al
tiempo. Y si no me creen, recuerden que todo está en Shakespeare…