Especial

TODOS SANTOS y TODOS MUERTOS

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Uriel Flores Aguayo

Esta región Veracruzana que tiene como centros más relevantes a Xalapa y Coatepec, se distingue por celebrar a sus muertos; son días religiosos, con misas y rezos pero sobre todo de visitas a los panteones y de colocación de altares. Es una de nuestras  tradiciones más hermosas y, paradójicamente, más humanas: la oportunidad de recordar a nuestros seres queridos, ofrendarles coronas, flores, reflexiones y comidas. Para mi es una de las épocas más bonitas del año, siempre lo fue desde que tuve contacto con estas costumbres, pero ahora tiene un significado especial dado que ya no vive físicamente mi mama, a quien debo de origen mi aprecio y conocimiento hacia estas bellísimas tradiciones; son tiempos de cempasúchil, tamales, dulce de calabaza y pan de muerto; son tiempos en los que la tristeza es volátil por el gusto de abrazar virtualmente a nuestros muertos; aunque no lo puedo hacer físicamente me consuela pensar en la posibilidad de abrazar, bromear y alagar a mis padres.

Recuerdo el clima entre fresco y frío de siempre, los preparativos en casa, la recolección de las ramas para el altar, levantarlo y vestirlo, colocar los alimentos y poner las fotos de los visitantes. El gusto por la comida de esas fechas es perenne, de recuerdo indeleble, siempre en la curiosidad por lo que se preparaba y el enigma infantil,  los misterios, por las sombras o luces tenues que pudieran ser los espíritus de los parientes y amigos que esperábamos con afecto y avidez.

Mi experiencia vital en estas costumbres proviene de esta región de Coatepec, en particular de la congregación de Tuzamapan; después supe que no en todas partes se celebra igual a los muertos, como es el caso de la costa, que tiene que ver más con zonas con fuerte presencia étnica originaria. De esa experiencia viene mi identificación con ese lado cultural y mi persistencia en la tradición: creo que se honra a los seres queridos y a los muertos en general cuando viven y cuando mueren, aunque más bien se debe decir que nunca mueren del todo. Estas fechas nos colocan en un momento especial, lleno de nostalgia curiosa, donde se sufre por la ausencia pero se goza con la presencia imaginaria en el corazón; es época de invocaciones, de recreación de un pasado cercano, de hurgar en  la memoria, de tratar de adivinar rostros y recordar esos tiempos.

A mí me llega con fuerza, inevitable, tanto por tanta gente querida que ya no puedo ver para interactuar como, sobre todo, por la falta entrañable de mis papas, quienes partieron al más allá hace trece y casi dos años respectivamente. A pesar de las influencias extranjeras, ineludibles, nuestras tradiciones perdurarán para siempre, porque son cultura y raíz, porque son parte esencial de nuestra identidad y de nuestra personalidad. Mientras tanto alistémonos para recibir con honores a nuestros difuntos, en casa y en su morada, para comer deliciosos tamales y el pan de muerto que con chocolate o con café es una delicia.

Ojalá nunca se hubieran ido los que se fueron, jóvenes como Rommel, activistas como Rogelio, periodistas como Regina, pero en la medida que los recordemos y reivindiquemos,  con respeto y cariño, nunca se perderán en el olvido.

 

Recadito: Un abrazo fraterno a quienes hasta para celebrar a sus muertos enfrentan severas carencias.

ufa.1959@gmail.com

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