TOLERANCIA Y JUEGO DEMOCRÁTICO
Entre Columnas
Tolerancia y juego democrático
Martín Quitano Martínez
Los
anhelos de cambio y dignidad exigen a nuestras instituciones y actores
políticos que
trabajemos con más empeño, diálogo, respeto y cariño hasta
arribar a una propuesta que nos interprete a todas y todos.
Gabriel Boric
Los problemas nacionales requieren
mucho más que “prédicas iluminadas”, exaltaciones a refugios morales o verdades
únicas. La complejidad de las circunstancias en las que nos encontramos todos
los mexicanos, no pueden reducirse a esas sencillas formas del discurso
autocomplaciente que busca tan solo el regocijo de los oídos predefinidos, del
auditorio de los “míos”.
Es necesario levantar la vara
de la discusión política nacional, sobrepasando el sitio de banalidad y
descalificación visceral en que se encuentra actualmente, sobrepoblada de
elementos intrascendentes para la solución de los problemas.
Encasillada, la política
nacional es simplificada hasta el absurdo de la visión binaria, a los paquetes
de buenos y malos, reduccionismos que solo sirven para manipular la
construcción de odios y muros insalvables, donde los únicos ganadores son
quienes utilizan esos escenarios para incrementar su poder, donde al final
pierden las mayorías, y en futuros previsibles, perderemos todos.
Siempre ha sido muy claro que
los problemas que nos aquejan no eran ni son fáciles de enfrentar. Quien
pensara que en 15 minutos los resolvería, o que se pueden burlarse con la estupidez
del “haiga sido como haiga sido” o con la “sesuda” disertación de entender
nuestras desgracias como una situación cultural muy mexicana, o pensar que
sacando pañuelos blancos las cosas están mejor, no solo engañan sino que no resuelven nada.
El compromiso de cambiar
nuestras precarias condiciones solo podrá lograrse abandonando los lugares
comunes y los discursos extremos, avanzando con decisión en la transformación real
de las formas y comportamientos que tanto lastiman a nuestra sociedad.
Ello implica reconocernos
plurales y diversos, reunidos en visiones de mayor estatura política,
entendiendo las obligaciones democráticas que a tirones se han ido construyendo
en nuestro país y que ahora parecen un estorbo para “gobernar” y por tanto
están siendo socavadas, minadas por la intransigencia, por el desprecio a una
historia de luchas para conformar acciones, valores e instituciones que, aun en
sus dificultades, dan aliento político democrático y contra los autoritarismos.
Rescato a mi amigo Agustín
Mantilla que hace poco nos recordó una historia ochentera que pareciera para
muchos haberse olvidado. Una gran historia de un movimiento democrático, que
“construyó puentes para transitar del autoritarismo a nuevas formas de
gobierno, creando instituciones que le garantizaran a la sociedad un mejor
rumbo”. Los esfuerzos realizados dieron frutos que podrán ser discutidos,
cuestionados en tanto a la solvencia de instituciones construidas y que siempre
podrán mejorarse, pero sin duda que mucho se hizo y se perfiló.
Los debates que requerimos de
la clase política, de la sociedad civil, deberán abrir oportunidades, asumiendo
que vivimos, y que bueno, en una sociedad plural, multiétnica, la cual, pese al
tufo autoritario de cualquier signo, cuenta con demócratas de todas las ideologías, con
hombres y mujeres que desde su postura luchan contra la desigualdad, contra la
violencia de todo tipo y la depredación ambiental, contra la violación de
derechos humanos y a favor de la diversidad.
Hombres y mujeres de todo
signo que aspiran a dirimir ideas y razones en ambientes de tolerancia y juego
democrático, que exigen resultados y no ser tachados de enemigos o traidores a
la patria por tener opiniones distintas al gobernante.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¿Y después de la
militarización?