UN NAHUAL EN EL BARRIO
UN NAHUAL EN EL BARRIO
Lo que vas a leer a continuación no es un cuento, relato, menos
imaginación y fantasía, todo lo contrario, es la misma verdad. Un pequeño
nahual vivió un tiempo en el barrio de Zamora, en la quinta calle. Pero antes intentaré
explicar brevemente como es que su presencia fue descubierta por una persona
que vivió esa amarga experiencia de convivir un tiempo con algo sobrenatural
¡increíble, pero cierto!
Fue en la época de la cosecha
de café, mucha gente se preparaba para el corte del fruto cereza, pues se
ganaba un poco más de dineros. También llegaban personas de diversos puntos
para sumarse a esta forma de ganar dinero, algunos provenían de los pueblitos
que circundan el Cofre de Perote y de muchas partes más. En el barrio de
Zamora, en la mera esquina frente a las tradicionales palmeras, se ubicaba un
molino para el nixtamal. Lo atendían dos mujeres que los abrían a las cuatro de
la mañana, a esa hora ya las esperaban varias mujeres con sus cubetas con
nixtamal para que se los convirtieran en masa; también era un lugar en el que
se comunicaban los chismes del barrio. Cuando obtenían su masa regresaban a
toda prisa a sus viviendas para preparar el bastimento. Para entonces el marido
es posible que ya rajaba leña para la lumbre del brasero.
Todo un folclor anida este barrio de Zamora cuando en las
mañanas bajaban a toda prisa los campesinos (as), se dirigían a alguna calle
del pueblo, allí los esperaba un camión rabón, les ponían una pequeña escalera
y se subían hasta apretujarse por completo, en breve el chofer del camión los
conducía a las fincas de su patrón a donde cortaría el café para ganarse un
dinero que buena falta les hacía. Algunos patrones tenían cuartos que les
facilitaban a los cortadores que llegaban de otra región, otros campesinos
rentaban cuartos en algún barrio del pueblo mientras duraba la cosecha de café
y al finalizar esta regresaban a sus lugares de origen.
En la quinta calle de Zamora, barrio de tradición
provinciana, vivía la señora Adela, ella era viuda y tenía dos hijos, Anselmo,
que con mucho esfuerzo estudio el magisterio, Marisol, ella se casó con un buen
hombre que se dedicaba a la construcción. En fin, esta familia se puede decir
que ahí la llevaban, poseían casa propia con un pequeño patio en el que tenían
unos cuartos para rentar. En una temporada de cosecha llegaron a alquilar una
familia de ocho personas que venían de montes lejanos. El más pequeño de esa
familia era un niño de cuatro o cinco años de edad, la familia hablaba muy
poco, se les notaba cierto misterio, pero como dice el dicho a la dueña de los
cuartos es lo menos que le interesaba, pues con que pagaran la renta es más que
suficiente.
Cuando salían a cortar café muy de mañana, dejaban al
chamaquito solo, pues resultaba imposible llevarlo en las apreturas del camión,
lo veían hasta cuanto pardeaba la tarde que era la hora del regreso. El niño
permanecía en el cuarto encerrado todo el día. Cierta ocasión, a doña Adela se
le conmovió el corazón y tocó la ventana de tablas, el niño asomó y ella lo
invitó a su cocina para regalarle un jarro de café y unos tacos de frijol, el
niño todo callado aceptó. La señora Adela, lo empezó a invitar todos los días,
como si ella tuviese la responsabilidad de darle de comer, pero ella tenía un
corazón noble y se llenaba de tristeza el verlo abandonado todo el día, su
familia llegaba muy tarde, casi siempre con leña para atizar el bracero y
naranjas que cortaban de los árboles de las fincas a las que acudía a cortar el
café. Los señores y demás miembros de la familia no le daban ni las buenas
tardes, quizá ignoraban lo que doña Adela hacía todos los días por el niño. A
doña Adela le hacía muy bien ese dinerito que se ganaba en el alquiler de sus
cuartos, pero en el fondo ya deseaba que terminara la cosecha para que se
marcharan. Así iban transcurriendo los días y la señora se sentía un poco
incómoda, no encontraba la respuesta en su totalidad, pero algo la mantenía
inquieta.
Al niño del que no sabía su nombre se le hizo costumbre y
hasta confianza, pues ya no esperaba la invitación de la señora, sino que
llegaba hasta con una sonrisa a la cocina y sentaba, sabía que en breve sería
atendido por doña Adela. Cierta mañana le sirvió su café y ella continuó
trajinado, poniendo en orden sus trastes, de repente el niño que ya le tenía
mucha confianza a la señora Adela, de una manera espontánea y hasta con cierta
gracia el chamaquito le preguntó ¿doña, quiere usted que me convierta en
Zorrillo? Don Adela le contestó que sí, pues pensó que jugaba, lo vio salir de
la cocina y en un momento entro un zorrillo, comenzó a subir a la mesa, a mover
los trastos y otras leves travesuras, el zorrillo salió de la humilde cocinita
y el niño volvió a entrar acomodándose la ropa. Doña Adela no se espantó, pues
todo fue tan rápido que pensó en una alucinación, pero el chiquillo la volvió a
preguntar ¿quiere que me convierta en una escoba? La doña como un autómata le
volvió a contestar que sí, el niño salió una vez más de la cocina y a los pocos
minutos entró a la cocina una escoba brincando alrededor de la mesa, lo hacía
una y otra vez. Esta vez doña Adela sintió que un calosfrío le recorría el
cuerpo, la escoba salió saltando y el niño volvió a entrar a la cocina. Tiempo
después le dijo al niño que ya se fuera para su cuarto.
Esa tarde llegaron del trabajo la familia del niño, doña
Adela ya le había platicado a su hijo el profesor lo que le sucedió esa mañana,
ni más ni menos que estaban decididos a hablar con los inquilinos, fueron a
tocarles a los cuartos para ponerlos al tanto, la sorpresa fue mayor al darse
cuenta que ya se habían marchado, aun cuando tenían poco tiempo de haber
llegado del campo y la cosecha distaba por terminar. Jamás volvieron a saber
nada de esa familia y el suceso quedó como un misterio.
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx
Colaboración de Rafael Villa
García.