UN VIAJE AL INFINITO
Veracruz
Rafael Rojas Colorado
Pardeaba aquella tarde cuando regresaba con mi familia del puerto de Veracruz. Con la vista cansada, momentáneamente, miré el almanaque y señalaba viernes 15 de enero de 2016, el cansancio me hizo dormir profundamente. Al día siguiente, al despertar, sentí la lengua adormecida, casi me era imposible articular palabra alguna. El cuerpo se me estremeció por completo. Al momento del desayuno se me dificultaba tragar los alimentos, pensé que algo grave me sucedía. Alarmado solicité la presencia de un Médico. Cuando El Doctor me examinó ordenó una serie de estudios de laboratorio, una tomografía y también solicitó un electrocardiograma. Durante ese sábado y domingo subministré los medicamentos recetados sin mejoría alguna, la preocupación iba en aumento. El lunes 18 de enero fui a la clínica para que me examinara mi médico familiar, con su natural profesionalismo me reconoció minuciosamente, mis signos vitales reflejaban un estado anormal y autorizó mi inmediato traslado a la ciudad de Xalapa, Veracruz. Al internarme comencé a respirar el hedor de un hospital, enfermos por todos lados, sus lamentos me laceraban el alma, médicos y enfermaras presurosos corrían de un lado hacia otro. Pronto me aplicaron el primer suero, su efecto me causó dolor al grado de perder el conocimiento. En esas circunstancias perdí la noción de la realidad y experimenté un estado en el que viajaba a un lugar infinito pleno de luminosidad del que tenía la certeza de que no regresaría jamás, veía imágenes que me son imposibles describirlas; además, me acompañaba la sensación de ausencia de aire, mi cuerpo estaba inerte y me pareció que la vida ya no estaba conmigo. Tenía la certeza de que iba a un lugar del que ya no regresaría jamás, el tiempo y el espacio ya no existían para mí y los colores se difuminaban por completo. Durante mi estancia en la clínica, no tuve un instante de reposo, el desequilibrio de mi organismo, me mantenía en constante inquietud, moviendo las manos, los músculos faciales, también los de las piernas, desvariaba en ese estado de inconsciencia, no soportaba ni el suero que me estaban aplicando menos otros medicamentos. En mi familia estaba presente la angustia y la incertidumbre, pensaban que mi final estaba próximo y me acercaron los auxilios espirituales. En la clínica agotaron los estudios de rigor, pero al ver que transcurrieron 72 horas desde mi ingreso y no mejoraba en lo absoluto, los familiares más cercanos conciliaron y tomaron la decisión de retirarme del Hospital y traerme a casa pensando que ya poco se podía hacer. La Cruz Roja me transportó de la clínica a mi hogar, llegamos a las 20.30 de la noche según dicen, yo estaba inmerso en la inconsciencia; la familia se volvió a reunir y resolvieron respecto a mi situación, para darse a la tarea de localizar vía telefónica a un especialista en Neurología, no fue tarea fácil, ninguno deseaba viajar en altas horas de la noche a Coatepec. Finalmente después de muchos intentos un Doctor aceptó en el seno de la madrugada venir a consultarme, y al checar unos estudios que estaban disponibles se dio cuenta que mi glucosa estaba sumamente baja, por lo que procedió a alimentarme casi a la fuerza, pero con buen trato, él mismo con una cuchara me dio el alimento en la boca, era una ración de dos plátanos. Poco a poco fui recuperando el conocimiento y la tranquilidad gradualmente fue regresando a mí cuerpo, aunque seguía divagando y presenciando diversas visiones e imágenes irreales. Por momentos escuchaba un constante ajetreo y mi mente pensaba que estaban desocupando la casa y preparando café para mi velorio, comencé a hacer esfuerzos sobrehumanos para decirles que yo aún estaba con vida, pero nadie me escuchaba, mi voz se perdía en el silencio y me sentía impotente y desesperado fue una verdadera tortura la que dominaba mi voluntad. Finalmente con una fuerza surgida de lo más hondo de mi ser brotaron débiles palabras ¡Estoy vivo! Mis ojos se entreabrieron y me pareció ver a mis seres queridos rodeando mi cama. Afortunadamente el trajín y lo que verdaderamente sucedía fue la cantidad de familiares y amigos que desde que llegué a casa empezaron a hacer acto de presencia, preocupados por mi salud. Lo que sufrí en esas horas de angustia y desesperación fue un coma diabético y derrame cerebral, que gracias a la ciencia y voluntad divina libré satisfactoriamente. Fue una experiencia que me acercó a ese viaje del que muchos ya no regresan y del que me pude librar porque aún amo la vida. Hoy de pie y en pleno uso de razón lo que puedo decir que la experiencia que viví solo fue un breve viaje al infinito y que la buena voluntad de Dios me regresó nuevamente al presente y como nunca antes valoré la vida. A todos ustedes mil gracias por estar a mi lado.