UN VIAJE SIN RETORNO
UN VIAJE SIN RETORNO
ARS SCRIBENDI
Primera
de tres partes
La
amistad es una espontanea inclinación del alma.
Marco
Tulio Cicerón.
Los años van transcurriendo y se van haciendo largos,
desde el día en el que nacemos, hasta cuando nos hacemos viejos. Entonces los
recuerdos se vuelven sensibles y nostálgicos al grado de que hacen vibrar el
alma de emoción. Cuantos amigos con los que compartimos diferentes etapas de la
vida, ya no están presentes más que en las evocaciones, son momentos que duelen
y se experimenta cierta impotencia, a veces deseáramos regresar al pasado
¡Imposible! Lo cierto es que diariamente nos enfrentamos a la muerte sin darnos
cuenta, pues a cada instante va feneciendo una parte de nosotros y nuevas
células continúan el proceso biológico, por esta razón sufrimos una especie de
metamorfosis en el sentido de que vamos cambiando desde la infancia hasta la
edad senil y nos volvemos más lentos y más sentimentales.
Siempre he vivido en la calle Quinta de Manuel Gutiérrez
Zamora, a unas cuantas casas vivía José Ronzón Domínguez, “Pepe”. Fue el mejor
amigo de barrio a esa edad. Era moreno, bajito de estatura, pero muy listo y
maldoso, a menudo nos peleábamos, pero seguíamos adelante con la amistad. Fue
ese provinciano Coatepec, en que en casa el piso era de tierra, se barría con
escoba de ixtle y el bracero se atizaba con leña. Entonces, Pepe y yo nos
íbamos a las fincas de las García –hoy Preparatoria Joaquín Ramírez Cabañas y
Unidad Deportiva Roberto Amorós Guiot–, a las besanas de la Bola de Oro, al
Guayabal y al Equimite, entre otras más, a acarrear leña, hacíamos cada quien
su tercio, pero lo que más nos gustaba, un tronco largo. Buscábamos un palo
caído y si no encontrábamos lo derribábamos, pues llevábamos moruna bien
afilada y a veces hacha. Cuidábamos a que no nos descubriera el encargado de la
finca, cuando esto sucedía partíamos a correr. A grandes distancias veníamos
por melgas y caminos con la leña al hombro para la casa, en algunas partes
descansábamos, por ejemplo, en los paredones cerca del puente de la bola de
oro, no pocas veces nos sorprendió la lluvia o la niebla, pero también
disfrutamos de cielos azules y mucho sol. Nos confeccionábamos una horqueta de
cafeto y le amarrábamos hules de llanta de camión, es decir obteníamos
resorteras para mata pajaritos, tirarles las piedras a conejos y ardillas, en
eso nos entreteníamos. También jugábamos a los tiros inspirados por las
fantasías de las películas de vaqueros que veíamos en la matiné del cine
Imperial, en fin, son demasiadas vivencias en esa temprana edad. Al llegar la
adolescencia, cada quien tomó su camino, ya solo nos saludábamos al
encontrarnos de vez en vez, el trabajo y los interese particulares era ya
diferentes. En la segunda década del tercer milenio inesperadamente falleció,
sentí su deceso, pues compartimos una época muy bonita en nuestro barrio e
infancia, cuando el progreso todavía tardaría para llegar.
En mi caso visualizo aquel Coatepec chiquito, pequeño,
porque se caminaba de una orilla hacia la otra sin mayor dificultad y en poco
tiempo. Esos barrios que acunan para siempre una etapa de mi existir, por los
que deambulé de niño y adolescente, cuando acompañaba a mi abuelita al mercado
o cuando iba a la escuela por las mañanas. Estudié la primaria en la escuela
Juan de la Luz Enríquez, aunque los edificios distaban de la calle, con
claridad escuchaba melodías de moda, a mis oídos llegaban las notas de
“Popotitos” de Enrique Guzmán, entre muchas más de esa época del Rockan Roll.
Allí conocí algunos compañeros que serían mis amigos en el futuro. Recuerdo con
mucho aprecio y cierta nostalgia a Ramón Texon Monge, el cursaba el sexto grado
y yo el primer año, vivía muy cerca de mi casa y mis familiares le encargaron
que pasara a traerme para no irme solo, ya que solo tenía siete años de edad y
la escuela quedaba de orilla a orilla de mi domicilio. A la vez el pasaba a
traer a Norberto Estévez Texon, “Él Betocha”, muy flojo para levantarse y se
nos hacía tarde por su culpa. Beto cursaba el cuarto año, era muy amigo de
Ramón, además primos. Como yo era más chico me iban haciendo algunas maldades.
Mi papá me daba una moneda de cincuenta centavos para la hora de recreo, se
trataba de una moneda color cobre que tenía pintada en una cara el busto de
Cuauhtémoc y de la otra un águila, a la hora de recreo, Ramón me la pedía,
compraba cinco enchiladas, a veces picaditas y me daba una o dos y él se comía
el resto. Años después recordaríamos estas vivencias con amigos y risas. A
través de los años se disfrutan más estos recuerdos e incluso se añoran.
Con Ramón Texon fuimos compañeros de trabajo y cultivamos
la amistad, era familiar de mi esposa y vivenciamos muchas aventuras en la
bohemia y momentos sociales en el trabajo y sindicato, pues llego a ser
secretario general del Sindicato Nestlé, a pesar de su escasa cultura, siempre
se superó, cuando la ocasión lo ameritaba, me cantaba la canción “A mis
amigos”, de Alberto Cortez, ya que poseía una voz potente y le gustaba el
ambiente de cantar. Son muchas cosas las que compartimos, siempre que teníamos
la oportunidad conversábamos, sobre todo de política, ese tema fue su fuerte,
también de recuerdos y de familiares, llegué a apreciarlo mucho y a valorar su
amistad, porque me conocía desde que yo era apenas un niño. Él era seis años mayor
que yo. Un inesperado día, tomó algunas copas, estaba en la azotea de su casa y
se cayó, quedó a afectado y ya no recuperó la racionalidad, lo visitaba en su
hogar, le llevaba discos para que escuchara música, vaya a saber si la
entendía, lo alimentaban por la faringe y poco a poco perdió peso y quedó muy
delgado. Así permaneció durante 19 meses hasta que un 31 de diciembre del año
2009 falleció. Hasta el día de hoy me duele su partida, a veces me gustaría
todavía platicar con él, pero ya no es posible. Un amigo que siempre recuerdo y
a menudo aparece en mis sueños. Continuará.
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx