UN VIAJE SIN RETORNO
UN VIAJE SIN RETORNO
Tercera y última parte
Bartolo tuvo una novia que trabajaba en el
palacio municipal, ya habían terminado y en cierta ocasión me pidió que le
tomara una fotografía a escondidas. Ella iba los fines de semana a una Academia
en la ciudad de Xalapa, no me gustó la idea, pero acepté, conseguí prestada una
camarita de rollo 110mm, me la prestó Samuel Murrieta. Me aconsejó lo que debía
decirle para que se dejara retratar, lo practicamos varias veces, pero ya en el
campo de acción cuando la vi venir me puse nerviosos y solo la retraté por la
espalda. Bartolo me dijo, termina el rollo con las fotos que quieras tomar para
llevar a revelarlo y así lo hice; cuando vio la fotografía de espalda me
regaño, tiempos después ese hecho lo recordábamos con risas. Fuimos muy
compañeros de trabajo en diferentes departamentos de fabricación. En 1976
renunció a la fábrica y se dedicó a los negocios. Le gustaba el baile y a veces
lo ayudaba a meter leña en su casa porque tenía una panadería. En fin, contar
estas historias se llevarían muchas cuartillas, pero tengo buenos recuerdos
compartidos con él. Se cambió de domicilio y se fue a vivir a Xalapa. Una
mañana del 13 de marzo de 1992, se alistó para salir a trotar, pero un hombre
lo esperaba con una pistola 38 en la mano y al verlo le dio cinco balazos y
quedó invalido de por vida. Lo visité en ese estado por once años y
conversábamos muchas cosas, en el 2003, pasó a mejor vida. Descanse en paz yo
siempre lo recuerdo como un buen amigo de ese tiempo.
Leoncio cervantes, fue mi mejor amigo en el
pueblo de Juchique de Ferrer. Los vientos me acercaron a ese lugar; compartimos
mil aventuras a esa edad de los 15 años, me abrió el corazón de su familia
(papás, hermanas) y me mostró el pueblo y sus alrededores serranos, me presentó
amigos y amigas de nuestra edad. Íbamos a nadar a las pozas del salto y las
pailas, me enseñó a montar a caballo y cabalgábamos a pueblos cercanos, pasamos
aventuras inolvidables con muchos amigos de ese pueblito que lo vigila un cerro
con dos jorobas llamado Escuingo. Un año estuve en ese pueblito que parecía
perdido en la sierra en la que predomina el color verde, muy pintoresco y que
me dejo bellos y tristes recuerdos por las circunstancias que viví en ese
lugar. Cierta ocasión se tenía que llevar un encargo al poblado La Esperanza,
distaba dos horas a caballo, me sentí con confianza y me ofrecí a ir. Bajé el
camino empedrado montado en el caballo blanco de mi papá; crucé un pequeño
puente y comencé a ascender la primera montaña, el camino era de terracería.
Llevaba un sombrero y me sentí un jinete del oeste, a mis oídos vagamente
llegaban las notas de la canción de Bésame Mucho, escapaban de la bocina de un
negocio del pueblo y a alguien se la dedicaron. Cuando la penumbra de la noche
se presentó yo iba llegando a La Esperanza, allí pasé la noche y al día
siguiente rayando el sol regresé a Juchique, le comenté esta aventura a Loncho
y con sinceridad me felicitó. Un día nos despedimos porque yo regresé a
Coatepec. Él estudió la carrera de ingeniero y entró a trabajar a la planta de
Laguna Verde. Tuvo la necesidad de vivir en Veracruz y formó una familia al
igual que yo, pero jamás lo volví a ver más que en los recuerdos. Gracias a las
redes sociales lo encontré en Facebook y le escribí un relato de nuestra
amistad en aquellos años, me escribió un mensaje para agradecerme y que pronto
que vendría a visitarme, pero ya estaba muy enfermo según me informaron, jamás
se dio ese encuentro, pues el 31 de diciembre del año 2022, su sobrina Nelly
Cervantes, me avisó que lo estaban velando en una funeraria del puerto jarocho.
Solo quedan los recuerdos de muchas aventuras que vivenciamos hasta que yo
viva.
En
este mismo pueblo de Juchique de Ferrer, que significa en una flor, también
conocí a Cándido Campos, le decían “Candil”, no fuimos grandes amigos, aunque
las circunstancias nos unieron porque le ayudaba a mi papá en su taller. Era un
muchacho más jugado por la vida que Loncho y yo, mi padre le daba techo y
alimento, toda la pandilla de amigos teníamos nuestros gustos y a veces nos
tomábamos algunas cervezas o incluso copas, un día me di de golpes con él en
una calle a orillas del pueblo, pero la amistad seguía. Compartíamos el cuarto
donde en donde se guardaban las herramientas del taller, de nueva cuenta una
noche nos dimos una golpiza y luego cada quién a dormir, uno en el catre y otro
en el suelo. Candil me ayudó cuando me salí del pueblo, me dio una carta para
su mamá para que me diera alojo por una noche, eran del poblado de Yecuatla,
casi pardeando caminé con un amigo de él parte de esa sierra y de noche
llegamos a Yecuatla. Al día siguiente salí rumbo a Misantla, abordé el autobús
y pasando por Tlapacoya, Martínez de la Torre y Teziutlán, llegué a Xalapa, fue
un 12 de febrero del año de 1968. Tiempo después, Cándido Campos me visitó en
Coatepec en dos ocasiones. Entró a trabajar de chofer con un señor al que le
tendieron una emboscada rumbo a Perote y, lamentablemente, candil perdió la
vida en plena juventud en ese sangriento accidente. En paz Descanse.
Francisco Hernández Vargas, Un amigo de mil
aventuras en nuestro barrio de la quinta calle de Zamora, fuimos inseparables,
en dos ocasiones nos rapamos a coco, eso causaba asombro y hacían burla los
amigos y compañeros. Nuestras novias eran vecinas y les llevábamos serenatas
con los mejores tríos de esa época, primero una luego a la otra. Él tenía Lunar
en una muñeca de sus manos y le decían el “Mano negra” con ese apodo se hizo
famoso. Nuestras vivencias ya las escribí en un relato de varias cuartillas,
fue muy enamorado, también listo para los negocios, finalmente la enfermedad se
lo fue llevando poco a poco, falleció el 12 de diciembre del año 2020 en plena
pandemia, en el cumpleaños de su mamá, la señora Lupita; mucho dolor, muchas
lágrimas de sus seres queridos. Al día siguiente al salir el ataúd de su casa
los mariachis entonaron tristes melodías y uno de sus hermanos gritó a todo
pulmón ¡Viva el Mano negra! La gente se conmovió y emitió muchos aplausos, a mi
mente acudieron mil recuerdos compartidos en nuestra juventud, también en
silenció grité dentro de mi ser ¡viva mi compadre Pancho Hernández Vargas! El
féretro se encaminó al panteón por la Avenida Constitución, se iba del barrio
uno de mis mejores amigos, mis ojos se humedecieron mientras mi corazón latía
acelerado. Hasta siempre compadre.
Estos son algunos amigos que recuerdo con
nostalgia en estas líneas, pero son muchos los excompañeros de trabajo que se
han marchado al más allá, casi una generación con la que compartí horas
laborales y de ser agremiados al Sindicato Único de Trabajadores de la Compañía
Nestlé Sección 3 Coatepec. Llegué a la Nestlé de 16 años, conocí la generación
de fundadores del sindicato y pioneros del trabajo en esta planta productiva.
Una historia que se fue escribiendo día tras día con la fuerza del trabajo, la
amistad y el compañerismo, pero también comenzaron a morir muchas de estas
buenas almas, año con año, hasta mirar alrededor y ya no encontrar a la mayoría
de ellos. Nuevas generaciones van tomando esos importantes lugares que dejaron
vacíos las manos que ayudaron a elevar la producción, la calidad y el nombre de
Nestlé, también el de la amistad y convivencias entre sí.
Lo mismos sucede con tantos conocidos míos,
personas del pueblo de todos los estratos sociales, que me conocían, incluso
muchos desde muy niño o joven, pero la muerte se los ha ido llevando uno detrás
de los otros, y en el alma se experimenta un vacío que no se puede compensar.
Resulta difícil encontrar una verdadera respuesta a la muerte; cierto es que el
ser humano como cualquier otro ente nace, vive y muere, pero esto, aunque es
verdad, cualquiera lo dice y ya. Hace falta una reflexión mucho más profunda al
significado de la vida y la muerte, en todas las generaciones nos toca coincidir
en el tiempo y el espacio, pero como duele cuando un amigo pierde la vida, se
busca el consuelo solo en palabras, pero la realidad no la cambia nadie.
Me atreví a trazar estas breves palabras,
recordando a algunos de mis amigos que ya no están presentes, lo mismo
familiares, evocando ciertas vivencias que solo las rozo con la evocación y
cierta nostalgia, asomarme a aquel lejano ayer en el que compartimos lo que
llamamos amistad. No soy partidario de que cuando yo muera me vuelva a
encontrar con ellos, convivimos en una etapa del existir, de tal manera que
quedaron huellas de esas vivencias, pero se le quedaron al tiempo que les
correspondió se vividas, nada más.
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx