Vara de cayuyo
Rafael Rojas Colorado
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Para muchas personas de la actualidad la palabra “cayuyo” les resulta totalmente ajena, pero para la gente mayor la evocación es sumamente familiar.
El cayuyo es un bejuco que se encontraba en los montes de esta región, se acondicionaba con esmero en forma de vara, más o menos de unos ochenta centímetros de largo por media pulgada de gruesa; a veces le formaban una pequeña bolita en la punta y le diseñaban una agarradera. Claro que esto lo hacían los más curiosos o aquellos que estaban plenamente convencidos del uso que le darían. La vara solían colgarla en la cocina o en la sala del hogar.
La vara de cayuyo la utilizaba el jefe de la casa para infundir respeto y hasta miedo en sus hijos o la esposa, cuando violaban sus órdenes o recibían una queja de parte del vecino. Entonces el papá lleno de coraje llamaba al hijo para castigarlo. ¡Y para qué contar después de dos o tres cayuyazos acompañados de su clásica mentada de madre! Tenían que pedirle perdón llorando lastimosamente y jurando que ya no volverían a incurrir en la travesura o desobediencia. Algunos corrían antes de ser castigados o empezaban a llorar y pedir clemencia.
Sobre todo en las orillas del pueblo fue común escuchar los lamentos y lloriqueos de los castigados, con frecuencia sin mucho fundamento, pero regularmente quedaban marcados de la piel; cuando esos niños se convertían en adultos seguían temiendo al papá, cuidando su conducta delante de él. Afortunadamente esa pesadilla la esconde el tiempo de aquel ayer.
El reboso
El rebozo era un lienzo con las puntas tejidas de diferente forma, era de color negro con varias manchitas blancas, se decía que era jaspeado y su hilo fino, nada debía de pasar por un anillo.
El rebozo fue una prenda indispensable para la mujer de aquel ayer, formada en las costumbres y tradición de un pueblo; fue sumamente necesario para entrar a la Iglesia, con él se tapaban la cabeza, hasta media frente, con cierto disimulo; también le servía para cubrirse los pechos. Las señoritas usaban el velo para taparse el rostro.
El rebozo tenía usos diferentes. La mujer que se encontraba criando, envolvía al niño en el rebozo y se lo echaba a memes, es decir, en la espalda, así lo andaba cargando al tiempo que le quedaban libres las manos para lavar ropa, hacer tortillas, preparar café de olla o cualquier otra actividad del hogar.
El rebozo también lo acostumbraban como rodete y se lo acomodaban en la cabeza para cargar algún rollo de leña desde la finca, que utilizaban para el brasero. Así cargaban en la cabeza una olla con agua. En fin, fue una prenda que distinguía a la persona a tal grado que si alguna señora o joven no portaba su rebozo, era mal vista por los vecinos y murmuraban que andaba buscando hombre.
Esta costumbre la robó el modernismo que va transformando el pueblo en una ciudad.