Venganza
Juan A. Morales.
El año pasado, después de que Fausto atentara por tercera vez contra sus hijas, don Servando lo buscó y se liaron a balazos, murió el canalla y seis meses después también el padre de las mujeres, entonces Tita, la hija mayor, tomó las riendas de Las Mendocinas con la ayuda del Oaxaco, su caporal, quien hoy de madrugada le comunicó que Oziel y Oseas, los hijos de Fausto, en venganza pretende atacar el rancho y Tita decide adelantarse <<Aprovechemos la Feria del Pueblo —dice Tita— que sean los Líceres quienes los capturen>>. Y con sus hermanas urde un plan, pero a plena luz del día pueden complicarse las cosas.
Para hablar de Fausto y sus hijos la noche es propicia porque aún hay sol y a pesar que llovió toda la tarde el bochorno baja por los tejados y pega las blusas al cuerpo de las hermanas que se abanican en las mecedoras del portal y pellizcan la confitura de mango con galletas, toman horchata de coco y, contrario a su costumbre de hablar fuerte, murmuran para referirse a la celada perpetrada por los danzantes quienes aprovecharon la distracción de la gente en la carrera de burros y se llevaron a Oseas y Oziel, los hijos del extinto dueño de “La Fortuna”, el rancho que colinda con Las Mendocinas.
Tita, que tiene la costumbre de hablar con las manos, se lleva el índice al cuello para indicar el degüello <<Hoy hace un año murió Fausto>> y espera el comentario de su hermana Amelia que vive en la eterna contemplación y cuando voltea parece que la ve pero su mirada anda lejos, platicando con el viento <<Manola le rogó al maldito —dice ausente— pero no quería huir, sino prolongar el encuentro>>. Tita platica como mimo <<Me sometió en el mismo camino y a la misma hora que a las mujeres del pueblo>>, Amelia pensativa da un ruidoso sorbo a su bebida <<No era tan maldito, siempre apoyó a sus hijos>>, y le Tita hace una señal obscena.
En el caserío salpicado por el cerro hay cientos de los tejados, ventanas y visillos atentos a lo que ocurre en el pueblo y como las piedras oyen, cuando escuchan pasos bajan la voz. Amelia juega con su mano en el muslo y cuando parece que se le fue el Santo al cielo murmura <<Me tomó, vinieron los espasmos y me invadieron las diabólicas sensaciones>>. Tita sonríe e imita grosera los movimientos de Amelia <<¡Mustia, dijiste que por primera vez en tu vida te sentiste animal!>>. Amelia se persigna y baja más la voz <<Lo dejé descansar, después le exigí otra faena pero montó al Zaino y me dejó suspirando>>.
La jácara de unas mujeres con paliacate encajado en la pretina de la falda que van al fandango las saludan y obligan a Tita a bajar la voz <<¿Cuántas veces?>> Amelia sigue con la mirada posada en los tejados esperando que reviente un cohete como hongo de colores, sorbe la horchata, se lleva a la boca otra galleta colmada de confitura <<Una sola>> y suspira nostálgica <<Era necesario ponerle fin al maldito>>, Tita se molesta un poco <<¿Pero por qué papá? ¿Si pudo cazarlo otro?>>.
Entre un cohete y el otro Amelia rasga el silencio con el abanico y rellena los vasos con horchata, el plato de confitura y dice sin empacho <<Manolita lo amaba>>, se ven cuando escuchan que reinicia el fandango y Amelia comenta desenfadada <<Debió decírselo a papá>>, Tita enciende un puro de los que ella misma lía en sus muslos cuando llega del campo <<Papá sabía de mí y pensó que Fausto me hacía un favor, después supo de ti, pero se encolerizó al saber de su hija menor y salió a batirse por vergüenza>>.
Tita le platica que cuando Don Servando se supo desahuciado llamó al Notario para heredar a Tita “Las Mendocinas” y cómo aprendió a gobernar el rancho y se dio a respetar como patrona, por eso el Oaxaco vigilaba a los hijos del cacique robador de honras a la vera del camino y Tita disfrazó a los peones de danzantes y fueron por Oziel y Oseas quienes se creyeron entre amigos y fueron al burdel a las afueras del Pueblo pero se encontraron que uno de los líceres era Manola y reconocieron su voz porque fueron compañeros en la escuela <<¡Órale, cabrones! ¿O quieren vérselas con Tita?>>. Los mozos también se quitaron el disfraz y dejaron ver sus machetes. Manola les entregó un escrito redactado por Tita <<Lo firman, se comprometen y siguen vivos>> Los hermanos se turnaron en la lectura y Manola se aseguró que entendieran párrafo por párrafo del “Pacto de paz”. Después de firmar Oziel corrió desaforado a la letrina.
Amelia toma el puro que le da Tita y espanta los mosquitos con el humo, en eso oyen las herraduras cascar las piedras y a poco el taconeo de Manola, a la que sólo le falta el rasgueo de la jarana para zapatear <<No te vas a morir luego —dice Tita— hablamos de ti>>, Manola ríe satisfecha y se le encrespa el lucero en la frente <<Quien se iba a zurrar fue Oziel>> y coqueta se arrellana en su poltrona de mimbre, pero la intimidad se rompe porque llega gritando la nana de Tita <<¡El joven Oziel anunció en la Plaza que se casa con la niña Manola!>>. Cesan los abanicos, las mujeres se ven y Manola presuntuosa pregunta <<¿Ya son las nueve de la noche?>>. No pueden reír porque llega como rumor de oleaje el bullicio de la gente que estaba en el atrio de la Parroquia de Santiago Apóstol y viene a felicitar a Manola. A una señal las mujeres que trabajan en la casa tienden mesas, sacan sillas y ollas con tamales. Oseas, galante caballero, se dirige a Tita para pedir la mano de Manola para su hermano menor, <<Viviremos en paz>> termina diciendo Oseas quien no deja de ver a Amelia. Tita sonríe satisfecha.