Voto reflexivo, voto inteligente
Linda Rubi Martínez Díaz
Hola amigos lectores, les saludo con el cariño de siempre. Examinando la historia de nuestro país, hemos visto el transcurrir de nuestra democracia como un proceso de incremento de pluralidad y apertura para dar lugar a diferentes fuerzas políticas, lo cual a pesar de tener altibajos, nos ha lanzado a un escenario donde gozamos de libertades que en otros tiempos serían imposibles. La instauración de un modelo partidista para nuestra democracia ha sido benéfico en cierta manera, así como la inclusión de otras posiciones opuestas a los regímenes preponderantes, en forma de partidos, de asociaciones civiles y organizaciones, así como de candidaturas independientes.
Lo cierto es que como ya las ciencias sociales han aproximado, es imposible que el quehacer de lo humano pueda determinarse emulando las interpretaciones de las ciencias exactas, pues el comportamiento y las relaciones sociales, así como las condiciones contextuales, son únicas y tienen un impacto diferente, de tal manera que es imposible saber cuándo una revolución ocurrirá, o en qué momento la gente decidirá votar en contra de las encuestas, o cómo de la noche a la mañana se disponga cambiar un régimen por otro. Es en suma, el libre albedrío que Dios nos dio como naturaleza intrínseca lo que nos hace únicos como especie, lo que nos orilla a estar en desacuerdo con los demás, y quizás oponiéndonos a cambios necesarios o a la inversa, promoviendo cambios que nos mantendrán en lo mismo.
Hay quienes consideran que nuestra democracia está estancada a pesar de años y años de esfuerzos, de guerras intestinas y de reformas estructurales. Sin embargo, considero que estamos en el mejor de los mundos posibles, en el que nuestro sistema de elección ha facilitado a los ciudadanos todos, la posibilidad de votar y ser votados, independientemente de los diferentes orígenes, capacidades y formas de vida. Sin embargo, a pesar de esta posibilidad universal que tenemos, es preciso reconocer que no todos tienen la facultad de ejercer un cargo de representación popular, y por tal motivo, no debemos atribuirle anomalías de carácter moral a un sistema o a los partidos políticos que postulan candidatos, sino a las personas mismas, a aquellas que por alguna razón son electas sin atender a sus principios éticos o a sus conocimientos reales sobre el ejercicio público.
Por ello, es importante señalar que así como queremos que nuestros hijos vayan a las mejores escuelas y tengan los mejores maestros, también hay que saber decidir quien es la persona más adecuada para representarnos. Por su historia pasada, su calidad humana y moral, o su conocimiento en el tema, podemos al menos tener una idea sobre qué nos esperará si es que logran el triunfo. Es obvio que quienes tienen mala reputación, nulo conocimiento sobre la creación de leyes o de políticas públicas, o ni siquiera han podido con un cargo pasado, son los menos idóneos para ello. Por tanto, les invito a reflexionar su voto. Todos los candidatos traen algo consigo; sin embargo, siempre hay que tener lucidez para tratar algo tan importante como nuestro futuro.
Nos leemos la próxima, que Dios los bendiga.