Y cuando no tenían burros…
Por Ramón Durón Ruíz (†)
Permítame trascribirle, apreciable lector, una décima del Siglo de Oro español (XVI-XVII) que inicialmente fue atribuida a Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas, pero finalmente fue aceptada por la voz popular como de autor anónimo.
“Si quiero por las estrellas
saber, tiempo, donde estás,
miro que con ellas vas,
pero no vuelves con ellas.
¿En dónde imprimes tus huellas
que con tu curso no doy?
Mas, ¡ay!, qué engañado estoy,
que giras, corres y ruedas;
tú eres, tiempo, el que te quedas
y yo soy el que me voy”
Cuando tenemos la inteligencia de entender que mientras el tiempo es eterno y nosotros en ésta vida sólo vamos de paso, las cosas frívolas, mundanas, terrenales, se trasforman en un escalón que nos sirve para posar las plantas de los pies y subir para que nuestra alma contemple y aprenda del infinito.
Una sabia frase de Epicuro y Machado dice: “La muerte, considerada como el más aterrador de todos los males, no es en realidad nada, pues mientras nosotros somos, la muerte no es, y cuando ésta llega, nosotros no somos”
Los “viejos” y las abuelas de mi tierra nos enseñan que debemos aprender a valorar cada minuto que vivimos, apreciando los pequeños goces de la vida, porque nuestra existencia está llena de milagrerías (el amor, la amistad, la familia, la salud, el entusiasmo, el bienestar) que nos pasan desapercibidas por buscar las “grandes conquistas materiales”.
No hace falta que busquemos cosas extraordinarias en nuestro andar, lo importante es que hagamos de nuestro suave caminar algo maravilloso, teniendo a cada paso un estado de ánimo que sea suficiente para que trasforme lo simple en extraordinario.
“Lo que importa no es lo que hagamos, sino el ¿cómo lo hagamos?”. Si tenemos la fina sensibilidad de convertir la tarea más sencilla en un acto de amor, de alimentar nuestra alma con pensamientos positivos que nos lleven a vivir con optimismo y alegría, tendremos la capacidad alquímica de construir la unidad de cuerpo, alma y espíritu, desarrollando nuestra vida interior y, por consecuencia, sobreviviendo en el tiempo “cuando el ángel de la muerte toque la puerta” de nuestra alma, llamando a su partida física.
La prisa con la que nos movemos en busca de satisfactores físicos nos lleva a olvidarnos o buscar incesantemente en el comercio la tranquilidad espiritual, cuando ésta sólo puede brotar desde los más íntimo de nuestro ser, que es desde donde nace la profundidad y capacidad de diseñar nuestro proyecto de vida y hacer realidad nuestros sueños.
Sea cual sea la edad física que tengamos, somos unos privilegiados al tener vida, debemos saber que estamos aquí para gozar “el HOY” a plenitud, ser felices y crecer, porque “cuando dejamos de crecer, principiamos a morir”, y la forma más lógica de crecer es a través del amor, que nos brinda la oportunidad de gozar de una vida sencilla, llena de frescura, tenacidad y creatividad.
Concluyo el comentario con una vieja historia que le adjudico al Filósofo, resulta que éste observaba cómo se construía la carretera que pasaba por el pueblo, cuando se acercó a él un joven:
–– ¡Hola!, soy el ingeniero encargado de la obra, tengo varios posgrados en el extranjero, veo que estás sorprendido, ¿será porque desconoces cómo construimos las modernas vías? ¿Cómo hacían en tu tiempo para construir las carreteras?
–– Mira –respondió el Filósofo–, cuando queríamos construir una carretera soltábamos un burro viejo, con su instinto natural siempre escogía el camino más seguro y corto.
–– Y cuando no tenían burros, ¿qué hacían?
–– Llamábamos a un ingeniero.
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