Zapatero remendón
Rafael Rojas Colorado
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En ese emotivo paseo por los andenes costumbristas del ayer que la modernidad se encargó de esfumar, nuevamente asomamos a ese pueblo bordado de un paisaje pintoresco, ofreciendo su folclor cotidiano: ese tránsito de la gente por las calles con su tapiz de piedra, enunciando el seno de una apacible provincia; los modestos comercios abriendo las puertas en espera de la pronta venta. En ese clímax en el que los pobladores comprometidos en sus diversas actividades en busca del sustento diario, intenta hacerse notar el trabajo de zapatero remendón, obreros a quienes siempre se les vio luchando por la sobrevivencia a través del mantenimiento de calzado. Arreglando las suelas y los tacones, esculpieron con su trabajo una singular personalidad en la vida del pueblo coatepecano. Ahora se les recuerda con infinita nostalgia, porque al evocarlos nos acercan a un tiempo en que, con los colores de sus hilos, el pueblo parecía entretejer un paisaje de ensueño que hoy al evocarlo nos estremece por completo.
En un espacio de la estancia de su humilde hogar, con una cachucha, un mandil de cuero o hule grueso, sentados en una silla o banco, desarrollaban su trabajo, teniendo a mano los utensilios y demás recursos para el buen desempeño de su labor. Duramente trabajaban a lo largo del día y en ese estado se les veía hasta las primeras horas de la noche. Siempre demostraron que, aparte de satisfacer sus necesidades económicas, disfrutaban el placer que ese honesto oficio les proporcionaba. La chaveta, el martillo con imán, hilo y el clavo fueron sus principales herramientas en el ejercicio de sus trabajo en beneficio de la sociedad. Fue común observarlos en animosa charla con algún cliente: platicaban sosteniendo entre sus labios el clavito que esperaba turno para ser utilizado. En esas conversaciones no faltaban los comentarios del box y la lucha libre o cualquier tema que no era posible pasar desapercibido.
El zapatero remendón poseía talento y creatividad para prolongar la duración del gastado calzado. Entre lo más usual estaba el cambio de tacón; cuando el daño era menor, le ponía virones; a la siguiente vez, media suela; y, por último, suela corrida. Cuando reunía varios pares de zapatos que requerían un trato más especializado se trasladaba a la ciudad de Xalapa en un autobús de la línea Excélsior, cuya terminal entonces estaba ubicada junto al parque Juárez. Se dirigían por los rumbos de El árbol, frente al cual estaban varios talleres dedicados a la costura del calzado.
A los jóvenes les gustaba presumir de sus zapatos y, aunque estuvieran en buen estado, se los llevaban al zapatero para que les adaptara toperoles (laminita en forma de media luna); así los jovenzuelos presionaban sus zapatos contra el piso o las piedras, provocando un ruido que llamaba la atención a quienes lo escuchaban.
Los zapateros remendones conformaron esa generación que acentuó sus evocadoras huellas, formando parte de una irrepetible época en la que el pueblo amorosamente la acunó en sus gratos recuerdos, para juguetearlos en el regazo de la nostalgia cuando inevitablemente se transformara en ciudad.