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Zygmunt Bauman

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De Persona a Persona

POR JUAN PABLO ROJAS TEXON

 

 

 

El término con el cual Zygmunt Bauman denomina el modo de vida en la sociedad contemporánea es “líquido”, porque la liquidez “no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”. Una sociedad cuyas condiciones de conducta cambian antes de que el comportamiento de sus miembros pueda afianzarse y establecer un parámetro definido de actuación es una sociedad escurridiza, sin consistencia, que aniquila toda posibilidad de un “bien duradero”. Así pues, “una vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante”.

Un diario vivir de esta naturaleza pone en jaque al individuo, lo urge a estar atento a la serie de cambios vertiginosos que le rodean para no quedarse rezagado y, a la larga, darse cuenta de que el enfoque bajo el que vive ya no es el adecuado. En este sentido, “la vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos” donde lo más importante no es adquirir sino desechar. Cada inicio parte de un desprendimiento y tiende a un reemplazamiento: lo que ayer era novedoso hoy es obsoleto y lo que ahora se logra con deleite mañana se sustituirá con hastío, una y otra vez, en un movimiento progresivo de finales.

Modernizarse o morir es lema de la sociedad consumidora. Tal sociedad “destruye otras formas de vida y, con ello, indirectamente, a los individuos que las practican”. Bauman compara esta modernización con el juego de las sillas en versión siniestra: quien se queda de pie en la pista de dimensiones planetarias es catalogado como desecho. La competencia es global, pero la dirigen hombres hedonistas de carácter ágil y volátil, inmunes al vértigo y a la desorientación de la vida líquida, a su falta de itinerario. Para ellos “la precariedad es un valor y la inestabilidad un imperativo”. Su liviandad y revocabilidad los vuelve capaces de “prosperar en medio de la desarticulación”.

El problema es que en este juego hay participantes involuntarios que no pueden darse el lujo de vivir al ritmo de semejantes cambios, pero tampoco tienen la libertad de no intentarlo. Aunque lloren y bufen de rabia son víctimas de la creciente oscilación mundial. Su fatalidad es “innegociable, irreversible e irredimible” y cualquier tentativa de rebeldía se paga con “la dura moneda del sufrimiento y el trauma”. En la sociedad líquida ser pobre no es una opción, pues si “el grado de decoro se mide por los estándares establecidos por la sociedad, la imposibilidad de alcanzarlos es causa de zozobra, angustia y mortificación”.

La modernidad consumidora hace de la pobreza una vida anormal que no está a la altura de las demás, generando vergüenza y resentimiento en quienes la padecen y dañando su autoestima. El paso de esa degradación social a la felicidad ficticia está en la superación de la propia incapacidad de consumo. La paradoja radica en que “cuanto más pobres son los pobres, más altos y caprichosos son los modelos puestos ante sus ojos”. Su condena es vivir en el mismo mundo que los ricos: ideado para su beneficio y donde “el objeto de adoración es la riqueza misma”.

Por otra parte, en el mundo líquido que los ricos moldean a su antojo también hay reveses. Si bien los poderosos gozan de hartura material, carecen de plenitud espiritual. Viven en y por un presente perpetuo, en busca de tanta satisfacción como puedan. Su máxima es “consumir y disfrutar aquí y ahora”, sin importarles las futuras generaciones. Así pasan a formar parte del “lumpenproletariado espiritual”, a saber, la clase de los ricos andrajosos, pobres de espíritu, a quienes la noción de eternidad nada les dice.

Nacido en Poznan (Polonia), en el núcleo de una familia de origen judío, Zygmunt Bauman fue uno de los más grandes sociólogos contemporáneos. Muy joven se enlista en el ejército y colabora algunos años para la inteligencia militar polaca. Tal es su desempeño que hacia 1945, con 19 años encima, le otorgan la Cruz Militar al Valor. Más tarde va de la Universidad de Varsovia a la de Tel Aviv y de E.E.U.U. a Canadá, hasta que a inicios de los 70 se instala en Leeds, donde permanece hasta el 9 de enero de 2017, día de su muerte.

Bauman fue un agudo observador de la sociedad presente, tan falta de identidad. En un mundo sin cimientos, hay que optar por la verdadera educación, capaz de brindar solidez y duración a la existencia, pues una vida líquida es una vida devoradora que despersonaliza a cuantos la viven, sean ricos o pobres, y vuelve desechable todo tipo de relación, porque se alimenta de la insatisfacción del yo consigo mismo.

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