A 25 años de tu ausencia
Por René Sánchez García.
Sucedió exactamente hace 25 años. Era el segundo día del mes de junio del año de 1994. La mitad del día llegaba a su segunda hora cuando vi que tus ojos se cerraron para no abrirlos jamás. El sufrimiento personal que se había iniciado a principios de ese año, terminaba en ese momento, para convertirse en un dolor que no se puede explicar de ninguna forma. Allí a tu alrededor estábamos todos los tuyos, principalmente ese buen hombre que te acompañó desde mayo de 1950, así como todos tus hijos. Igual tus hermanos y amistades estaban presentes, acompañándote en ese tu paso final tan íntimo, de ese viaje sin retorno que emprendías.
En esos instantes tan tristes vinieron a la mente en cada uno de nosotros quienes te vimos partir, los recuerdos más bellos de tus 64 años de existencia. De tus primeros años de la infancia allá en tu pueblo natal cercano al majestuoso Cofre de Perote. De tus años escolares que te interrumpieron indebidamente. De tus años de niña y adolescente aquí en tu segunda residencia en tierras coatepecanas a partir de los años casi finales de los treinta del siglo pasado. Así como todo aquello que nos contabas cuando ingresaste al mundo del trabajo: recolectando café y tu participación en algunos eventos dentro de tu organización laboral.
Igual vinieron a la mente eventos tan importantes para ti, tal y como lo fueron tu matrimonio civil y por la iglesia, así como el nacimiento de cada uno de tus 7 hijos, de 1951 a 1969. Nosotros tus hijos recordamos no sólo tu quehacer de madre para poder alimentar y atender a diario a tus hijos, sino principalmente el amor y los buenos consejos que siempre nos proporcionaste para ser buenos en la vida. Igual tu apoyo constante en nuestras tareas escolares que junto con nuestro padre, que hicieron posible formar una familia ejemplar y de buenos principios.
Mis hermanos y yo con los años, pasamos de una escuela a otra, logrando todos tener una profesión, situación que siempre te llenó de orgullo y satisfacción verdadera. Te vimos todos envejecer poco a poco, con esa alegría que te daba escuchar el canto de tus canarios, así como admirar los colores de las hermosas flores que tus maravillosas manos cultivaban. Verte igual bordar con hilos de colores tantas servilletas y manteles, que tú amablemente nos obsequiabas en el momento de nuestras nupcias. En fin una lista interminable de detalles tuyos que es seguro conservamos en nuestras mentes.
Te digo en verdad que te extraño mucho Madre y no sabes la falta que me haces en los momentos más apremiantes y difíciles de mi vida. Lo mismo deben sentir mis hermanos y hermanas. Así como me dolió tu adiós para siempre, del mismo modo sufrí al ver partir a mi padre, ese eterno compañero de vida que tuviste. Ya ni te digo cuando fallecieron mis dos hermanos: Hugo Rafael y José Alberto. Son cuatro heridas profundas que sé que nunca sanarán en mí ser. Pero bueno, debo aprender a vivir con esas ausencias. Una última cuestión y me despido de tí: ¡¡Sabes bien que te quiero Madre!!
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