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Aguas Turbulentas.

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Por Martín Quitano Martínez

«Hacer es la mejor manera de decir».

José Martí

 Alcanzaron el triunfo enarbolando la esperanza de millones que demandaban romper con hechos las frase comunes que dominan nuestra descarnada vida social, como las de “todos son iguales” o “la corrupción somos todos”; una realidad donde la leyes se interpretaban o acomodaban a los intereses de unos cuantos, donde no había sanciones al incumplimiento o la corrupción si estabas en el poder.

Esa fue la aspiración que motivó el voto de millones de mexicanos. El hartazgo hacia las acciones delirantemente cínicas y corruptas prevalecientes, recogía las ilusiones de una sociedad ávida de contar con ejercicios públicos y políticos distintos.

No es menor el reto, sobre todo en medio de una angustiosa situación de fragilidad institucional, de violencia e inseguridad, de terror, pero la idea es marcar, hacer la diferencia, pues el repetir que eran distintos abonó la idea de la transformación

Un año después, nubarrones se ciernen sobre las apuestas realizadas; el discurso optimista, blindado aun en la imagen del caudillo, manda mensajes que construyen múltiples discusiones. La vorágine del andar presidencial, por ejemplo, no es seguida en su ritmo por una representación política y un nuevo funcionariado que por incapacidad, ignorancia o soberbia, no logran cubrir las expectativas que generaron al inicio.

El presidente, basado en la legitimidad de millones de votos, concentra la información y la toma de decisiones; asume como eje de todo su quehacer político o institucional la transformación nacional, pero solo es implacable contra sus detractores, pues con su equipo y correligionarios es complaciente y generoso.

Yerros, omisiones, ilegalidades y desvíos son minimizados o pasados por alto. Interpretaciones legales sesgadas y acomodadas a intereses facciosos que dejan dudas respecto de los compromisos democráticos o de la rectitud y probidad ofrecida en campaña.

Como explicar que ante la ley Bonilla solo haya vergüenza y no una posición clara que enfrente a la ilegalidad. O la implantación en el estado de Tabasco de la llamada ley Garrote, bajo la que el propio presidente estaría encarcelado si se hubiera aplicado cuando era un activo social de las luchas de la resistencia y la manifestación. Como entender los silencios o argumentos de respeto a los poderes locales que al final tan solo respalden maniobras sucias, ilegales, para quitar al fiscal veracruzano. Todos los ejemplos rompen las palabras del presidente juarista de “al margen de la ley, nada, por encima de la ley, nadie”.

La realidad muestra que es precisamente en esas responsabilidades de los mandos donde más se encuentran las distorsiones, las ambiciones y opacidades que generan aguas turbulentas para la transformación.

Embarcados en la transformación que asegura pronto llegar a un mejor puerto, todos tenemos responsabilidades, más aun aquellos que dirigen los botes a un embarcadero donde anclar en condiciones distintas a las arbitrariedades, injusticias, cinismos y soberbias que dieron pauta a un país desangrado que aún, pese a todo, tiene optimismo.

El poco tiempo recorrido ha permitido mostrar las caras ocultas detrás del imaginario de la  alternativa, donde se asoma la inopia política, la ambición y la prepotencia vestida de verdad absoluta. Clavos que perforan los blindajes del buque que navega en aguas turbulentas y que nos lleva al aún muy lejano puerto que nos ofrecieron.

LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.

“A río revuelto, ganancia de pescadores”. El cinismo de Duarte lo comprueba.

 

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